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El Prismático es el blog de opinión de elDiario.es/aragon. 

Las opiniones que aquí se expresan son las de quienes firman los artículos y no responden necesariamente a las de la redacción del diario.

Los tristes destinos de la plaza Salamero

Decada de los 60 Plaza de Salamero

Paco Sanz

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Esta plaza de Salamero es un lugar extraño a la vista, cuando podía y debía ser una de las plazas más bonitas de la ciudad”. Así de rotundo se expresaba el diario “La voz de Aragón” en su edición de 20 de septiembre de 1929. No han cambiado mucho las cosas, pues parece unánime la opinión adversa sobre el resultado estético de su penúltima reforma. 

He paseado por esta plaza, también nombrada como del Carbón, procurando dar con su lógica ornamental. He repasado antiguas fotografías del lugar; y he tratado de imaginar a Gofredo y Balbina, los personajes de la novela de Pedro Pablo Padilla, tomando allí la fresca, pero no los he hallado. Definitivamente, los cambios han formateado mi memoria y sólo queda resignarse.

La plaza ha perdido contacto con su entorno. Los contenedores de parterres pretenden semejar ondulaciones naturales del paisaje, pero sólo resaltan su artificiosidad, parapetando a la plaza de sí misma. Este remanso entre avenidas se ha convertido en una cápsula de metal, vidrio y cemento, sin diálogo ni equilibrio con las edificaciones que la rodean, de las que parece aislarse.

Claro que probablemente el pecado de esta plaza no se deba en exclusiva a su diseño, sino a las fechorías perpetradas en el entorno y en su vientre hace cincuenta años. La sensación es que nunca han sabido qué hacer con este espacio público. Me refiero a algo digno, claro. Y no es algo nuevo.

Monumento a la memoria

Estamos en febrero de 1909 y el Ayuntamiento de Zaragoza acaba de acordar que la fecha histórica del cinco de marzo de 1838 disponga en la plaza de Salamero de un monumento conmemorativo que se levantaría al año siguiente. 

Ignoro si estaban cerca las elecciones, el caso es que se empotró apresuradamente en el jardín de la plazuela una placa que decía “Monumento al Cinco de Marzo. Se colocó la primera piedra el cinco de marzo de 1909”. El acto, tan simbólico como estéril por lo que veremos, estuvo acompañado de la consabida fanfarria municipal: comparsas de gigantes y cabezudos, procesión cívica de autoridades, banda de música, misa en San Pablo y comida extraordinaria para los menesterosos en la Casa de Amparo. Y ahí quedó la cosa.

Zaragoza, como Nueva York  

Pasó el tiempo y la insignia lucía como recordatorio, si no de tan importante evento, sí de la abulia consistorial. Cada Cincomarzada la prensa sacudía un aldabonazo a la opinión pública recordando “el incumplimiento de un añejo acuerdo municipal” (La voz de Aragón, 6 de marzo de 1928). 

En abril de 1930 el ayuntamiento decidió mover ficha y cumplir su compromiso pendiente. La ciudad contaría por fin en los jardincillos de la plaza de Salamero con un monumento que perpetuase “el recuerdo de la jornada gloriosa”. Si la “más moderna ciudad del mundo (Nueva York)” supo alzar la estatua de la Libertad, Zaragoza “no debe olvidarse de sus recuerdos”. Tan efusivo entusiasmo no despejaba, sin embargo, cierto aire de recelo: “esperemos que esta vez no se tratará de otra broma” (La Voz de Aragón, 11 de abril de 1930). Como amargamente sucedió.

Maquetas

Si Nueva York servía de orgulloso modelo de comparación, de “la ciudad más moderna del mundo” vendría la crisis económica que arrasaría con tantas expectativas. En efecto, el 11 de noviembre de 1931, a instancias de la minoría radical socialista se aprobó el dictamen para levantar el anhelado obelisco, pero con un severo matiz: “siempre y cuando lo permitan las disponibilidades del erario público”.

Se convocó un concurso de diseños que en octubre de 1933 aún estaba sin resolver. Con sorna, los diarios de la época aventuraban que “las maquetas presentadas van a adquirir todo el imponderable valor histórico” de la primera piedra colocada en 1909 (La voz de Aragón, 1 de octubre de 1933). No se equivocaron.

La historia es conocida. El monumento nunca llegó a erigirse. De la famosa primera piedra colocada en 1909, visada por el arquitecto Ricardo Magdalena, no sabemos su destino, aunque lo intuimos. Nos queda, sin embargo, como remedo de lo que pudo haber sido, unas fotografías publicadas por La voz de Aragón en mayo de 1933.

Por su valor actual, no me resisto a concluir sin anotar algunas palabras tomadas de aquel lejano artículo de 1929 que encabezan estas líneas: “Las calles que enlaza este paraje son importantes; y más lo serían si se realizara un antiguo proyecto, tan fácil como económico, para abrir en esta plaza una calle amplia frente a la iglesia de San Ildefonso (hoy de Santiago). Sería para aquella barriada, angosta y antihigiénica, una expansión urbana que le está haciendo mucha falta, y uniría dos sectores populosos de la ciudad.” 

Desde hace 50 años, sólo un bloque de edificios lo impide.

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