El Prismático es el blog de opinión de elDiario.es/aragon.
Las opiniones que aquí se expresan son las de quienes firman los artículos y no responden necesariamente a las de la redacción del diario.
Enciendo la tele y oigo a los expertos. Imagino una vida permanentemente confinada, pues cada dos años irán apareciendo otras clases de virus que, de nuevo, resultarán intratables para las autoridades y sus ciencias, por lo que el estado de alarma y la confinación serán permanentes. Robots de ultimísima generación y absolutamente autónomos harán la totalidad de los trabajos que exijan nuestra supervivencia y ocio. Recibiremos una renta universal que tendremos la obligación de gastar consumiendo un abanico interminable de bienes y servicios. Si tiempo atrás el consumo ya se había independizado de las necesidades, en el confinamiento futuro habrá hecho lo propio respecto al beneficio económico y se habrá convertido en un hábito. Entre los drones e internet nos irán llegando los bienes y servicios adquiridos, entre el que se contarán películas con actores creados digitalmente, deportes con estrellas elaboradas infográficamente, músicas y hologramas de intérpretes diseñados a base de inteligencia artificial, etc.
A través de sofisticadas plataformas de contactos se diseñarán encuentros entre las gentes, unos esporádicos y otros permanentes, con los que se tejerá una sociabilidad primaria absolutamente previsible. Por su parte, las redes sociales serán controladas por el Ministerio de la Verdad para que sólo circulenla información, los chismorreos y los memes supervisados por sistemas expertos. Los datos producidos por los usos de estas redes, junto con los del consumo y las aplicaciones de contactos harán que la sociabilidad sea absolutamente previsible. Por otro lado, la acción política, la distribución de información, la producción intelectual, la actividad artística y otras actividades creativas ya no necesitarán a nadie para realizarlas, pues entre la IA y los robots se encargarán de ello.
En consecuencia, no habrá disrupciones, conflictos, protestas, etc. y el único cambio social consistirá en una eterna y periódica repetición de modas. Sólo la cada vez más lejana naturaleza y nuestro propio cuerpo nos informarán de la flecha temporal que desemboca en la muerte. Sin embargo, no prestaremos atención a esas señales ni conduciremos nuestras vidas a partir de esas verdades, pues la fe en la ciencia y la tecnología habrán extendido la ilusión de que ese problema es algo menor y que, en algún momento, será resuelto.
Apago la tele, miro por la ventana e imagino que la máquina de producción y consumo, absolutamente liberada de cualquier atadura, deteriorará tanto el planeta que volverá imposible la vida fuera de las casas. Dentro de ellas vivirán gentes con cuerpos cada vez más escuálidos e incluso traslúcidos, si bien la cabeza mantendrá su tamaño y los ojos se harán más grandes.Y es que el sistema habrá averiguado que la parte más importante de nuestra especie no es el cuerpo, sino la mente, y que nuestro principal sustento no son los alimentos sino las experiencias, así que se habrá dedicado casi exclusivamente a producirlas. Como consecuencia de ello el cuerpo irá perdiendo consistencia y solidez, mientras la mente no cesará de crecer. Por su parte, el sistema se volverá también cada vez menos material o físico, mientras que su dimensión virtual será cada vez más importante.
Cuando nuestra especie tenga cuerpos casi transparentes, desde las estaciones espaciales se filmará y transmitirá en directo la desaparición del color azul de la Tierra. El sistema solar perderá, entonces, algo de su sentido original. Ajena a todo, la máquina de producción y consumo, ya prácticamente inmaterial, continuará funcionando hasta el fin de los tiempos, con las constantes existenciales de las gentes reducidas al mínimo, pues sus cuerpos apenas pesarán ya un gramo y las mentes, ya casi absolutamente exteriorizadas de su soporte natal, permanecerán atadas a los ininterrumpidos ciclos de las modas.
Al final, nuestra especie se evaporará defraudando ancestrales expectativas y el universo desaparecerá con ella. La humanidad, su infernal máquina y el cosmos correspondiente se habrán espiritualizado pasando así a una dimensión más elevada o sutil. Quizás, desde lo más indeterminado de la Nada surja otra humanidad, pero es imposible saberlo.
José Ángel Bergua Amores es catedrático de Sociología de la Universidad de Zaragoza, en la que ha impartido docencia entre sus campus de Huesca y de la capital aragonesa.
0