Los aerosoles del tráfico de las ciudades llegan también a lugares remotos como el Pirineo
Aunque son invisibles, los aerosoles atmosféricos pueden llegar a ser numerosos y provocar afecciones graves para la salud. Una persona respira unos 2,2 litros de aire cada segundo, lo que implica que inhala entre 22 y 44 millones de nanopartículas cada segundo. En las grandes ciudades, estas micropartículas están compuestas en mayor parte del hollín procedente del tráfico rodado y de los vehículos diésel. En el el año 2012, esta sustancia fue calificada como cancerígena por la Organización Mundial de la Salud (OMS).
Estas nanopartículas suspendidas en la atmósfera pueden llegar también a alterar el clima de su entorno y a modificar el ecosistema si se depositan en la tierra. Con este punto de partida, un equipo de investigación coordinado por el Instituto Geológico Minero en España está analizando la afección de estas micropartículas en el noreste español.
Para ello, han elegido doce localizaciones distintas de Aragón, Navarra, Cataluña e Islas Baleares. Por un lado, ciudades, como Barcelona, Zaragoza o Palma de Mallorca, donde a priori se espera una mayor presencia de partículas provocadas por la acción del hombre, y, por otro, lugares remotos, como el Valle de Ordesa en el Pirineo aragonés, explica el coordinador del proyecto de investigación DonAire, Jorge Pey, integrante de la sección aragonesa del Instituto Geológico-Minero de España.
Incluso en estas zonas alejadas de los grandes núcleos urbanos donde el aire es más puro, como el Pirineo o el Sistema Ibérico, se detectan también partículas de hollín o emisiones industriales procedentes de las ciudades, aunque en “bajas concentraciones, pero con picos puntualmente más elevados”, señala.
“Pensemos que ciertos tipos de partículas pueden permanecer en suspensión durante varias semanas, y por tanto, en función de la intensidad de las corrientes atmosféricas, pueden dar un par de vueltas al mundo durante su ciclo de vida en la atmósfera”, añade este investigador Ramón y Cajal, experto en geoquímica atmosférica y calidad del aire.
Desde junio de 2016, los investigadores están llevando a cabo mediciones en estos doce puntos para analizar la afección de los aerosoles que se depositan en la superficie de la tierra tras estar suspendidos en la atmósfera. La sedimentación de estas partículas en la tierra tiene también un efecto tóxico sobre el ecosistema, sobre todo si proceden de metales pesados, añade. Cada quince días recogen las muestras depositadas en los instrumentos colocados en las estaciones y las analizan en el laboratorio para conocer su composición.
“Sabemos que hay sustancias nocivas que caen de la atmósfera y que pueden llegar a alterar la microfauna y eso es lo que estamos estudiando en este proyecto”, pionero en España, ya que hasta ahora no se había analizado en red, es decir, al mismo tiempo en distintos puntos del país y con la colaboración de diferentes organismo.
Por ahora, han comprobado que en las ciudades estudiadas aparecen marcadores químicos, como el cobre o el antimonio, ligados al tráfico de vehículos y, entre ellas, la capital aragonesa es la que más partículas insolubles tiene en su superficie. “En Zaragoza se deposita más polvo que en Mallorca y Barcelona, en parte porque tiene un clima más árido y llueve menos. Ahora habrá que hacer el análisis químico para ver si el contenido es tóxico o no”, comenta.
Polvo del desierto del Sáhara en el Pirineo
Sin embargo, en el Pirineo se detecta una presencia de partículas procedentes del desierto de norte de África, algo que entra dentro de lo común, ya que entre un 10 % y un 15 % de los días del año llega polvo en suspensión, conocida como calima, al norte de España. Pero en este proyecto de investigación han observado que el Pirineo actúa como una barrera, de tal forma que estas partículas no avanzan hacia Francia sino que precipita en la superficie.
Además de ciudades y espacios naturales, se han analizado también parques eólicos o explotaciones agrícolas en la comarca de las Cinco Villas en Aragón, ya que la quema de rastrojos y los restos de poda suponen una fuente importante de emisión de partículas y gases contaminantes a la atmósfera.
Por último, se están recogiendo muestras también en una localidad industrial como Monzón, donde en 2016 se registró una concentración de PM10 de 18 ug/m3 y donde se ha detectado una gran cantidad de manganeso por esa actividad industrial. “Ahora tenemos que ver si la microfauna ha cambiado o se ha mantenido intacta a raíz de esta sustancia”.
Junto al Instituto Geológico Minero, colaboran en este proyecto financiado con 80.000 euros por el Ministerio de Economía en la convocatoria ‘Retos para la sociedad’, otras instituciones como el CSIC, la Universidad de las Islas Baleares, el Parque Nacional de Ordesa y Monte Perdido y los gobiernos autonómicos de de Islas Baleares, Aragón, Navarra y Cataluña.