Arsenio Escolar es periodista y escritor. Con sus 'Crónicas lingüísticas del poder' –información, análisis y opinión de primera mano–, entrará semanalmente en elDiario.es en los detalles del poder político, económico, social... y de sus protagonistas. Con especial atención al lenguaje y al léxico de la política.
Los políticos como problema, y ahora grave
El Barómetro del CIS hecho público la semana pasada tenía algunos datos interesantes que, opacados por los de intención de voto del estudio, quizás no fueron suficientemente relatados por los medios ni destacados ante la opinión pública para su debate.
El Barómetro, que se basaba en un amplísimo trabajo de campo (2.924 entrevistas que se hicieron en 1.099 municipios de las 50 provincias de toda España del 1 al 7 de octubre), dedicaba una larga serie de preguntas a la crisis del coronavirus. Algunas de las respuestas son muy ilustrativas. Al 51,9% de los entrevistados la pandemia les preocupa mucho y al 41,5% bastante. Al 40,9% le preocupa más los efectos de la crisis en la salud, al 23,4% le preocupa más los efectos sobre la economía y el empleo y al 34,9% les preocupa ambos efectos por igual. El 62,4% cree que, tal cómo está evolucionando actualmente la situación, habría que tomar medidas más exigentes de control y aislamiento, frente al 20,1% que considera que podemos seguir como hasta ahora.
La zona COVID-19 del Barómetro del CIS tiene muchas otras conclusiones interesantes. Y en la zona normal de la encuesta, la de las preguntas que se repiten Barómetro tras Barómetro, hay una que debería alertar y mucho a la clase política. Preguntados como cada mes los entrevistados cuál es en su opinión el principal problema actual de España, el más mencionado, con el 24,7%, es el que el CIS define como “Los peligros para la salud: COVID-19. El coronavirus. Falta de recursos suficientes para hacer frente a la pandemia”, seguido en segundo lugar, atención, de “El mal comportamiento de los/as políticos/as”, con el 11%, y de “Los problemas políticos en general”, con el 10,9%. Hay que bajar hasta el cuarto lugar de la tabla para encontrar “La crisis económica, los problemas de índole económica” (9,4%) y al quinto lugar para encontrar “el paro” (7,6%).
Los políticos están para solucionar problemas al conjunto de los ciudadanos, no para crearlos. Muy mal estarán desempeñando su papel si son vistos por una buena parte de la población como uno de los principales problemas. El jueves pasado, día 15, cuando se hizo público el Barómetro, los partidos y sus líderes miraron mucho más al pronóstico electoral que la encuesta incluía para cada uno de ellos que a la demoledora crítica conjunta que se les hace a todos.
En la mayoría de los países, las grandes crisis -una guerra, un desastre natural, una pandemia...- fomentan los grandes valores colectivos: la unidad, la colaboración y cooperación, la solidaridad, la generosidad, la altura de miras, el sacrificio, el esfuerzo, el mirar por todos y no por uno mismo... Así ha ocurrido también en España ante la enorme tragedia de la pandemia entre colectivos como los sanitarios, los docentes, los agentes sociales, la ciudadanía en general... Pero no en la política, no entre los políticos. La gran crisis del coronavirus ha llevado a nuestra clase política a uno de sus peores periodos de nuestra historia reciente de confrontación, insultos, descalificaciones, maniobras torticeras y falta de respeto y de consideración al rival. Cuando más necesitábamos los ciudadanos de sus soluciones, más problemas nuevos nos causan.
La responsabilidad de este deterioro del debate público es colectiva de toda la clase política, pero no es ni mucho menos igual. Se han producido excesos en todo el arco ideológico, pero la derecha, tanto Vox como por desgracia el PP, ha añadido a sus muchos excesos una especie de supremacismo político por el que considera sus ideas y propuestas superiores a las de la izquierda, y sus escaños legítimos y los de sus rivales menos o nada, y sus posiciones innegociables y las de los demás cuestionables e incluso ilegítimas.
Hay un claro déficit democrático en esos postulados. Pocos meses después de la moción de censura (un mecanismo constitucional incontestable) que llevó a Pedro Sánchez (PSOE) a la presidencia del Gobierno y, como efecto lateral, a Pablo Casado a la presidencia del PP, el segundo encadenó en una intervención pública 21 adjetivos (des)calificativos sobre el primero: felón, traidor, mentiroso compulsivo, irresponsable, incapaz, desleal, incompetente, mediocre, ilegitimo, okupa... Dos años y dos elecciones generales ganadas por el PSOE después, aún hay en la derecha (sobre todo en Vox, pero también en el PP) quien pone en duda la legitimidad de Sánchez, ahora con el argumento de que gobierna con Unidas Podemos, como si los votos populares y los escaños de la formación de Pablo Iglesias fueran de segunda categoría. La semana pasada, la nueva portavoz parlamentaria del PP, la dicen que moderada Cuca Gamarra, calificaba a Sánchez de dictador por intentar la renovación del CGPJ, que el Partido Popular tiene bloqueado desde hace dos años incumpliendo de modo flagrante la Constitución.
Esas posiciones extremas del PP de Pablo Casado probablemente se deban a la dura competencia por el electorado muy de derechas que está librando con Vox. Como esta semana se tramita en el Congreso la moción de censura de Abascal contra Pedro Sánchez, es improbable que el PP corrija su rumbo y entre a corto plazo en una fase de mayor diálogo y de acuerdos con el PSOE en los grandes asuntos de Estado. Tampoco sobre la pandemia, pese a la emergencia en que nos encontramos y al encastillamiento en posiciones irresponsables de algunos Gobiernos del PP, como el de Madrid.
Así las cosas, la opinión de los ciudadanos sobre la clase política no tiene visos de mejorar en las próximas semanas. No nos dan motivo.
Sobre este blog
Arsenio Escolar es periodista y escritor. Con sus 'Crónicas lingüísticas del poder' –información, análisis y opinión de primera mano–, entrará semanalmente en elDiario.es en los detalles del poder político, económico, social... y de sus protagonistas. Con especial atención al lenguaje y al léxico de la política.
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