De la fábrica al cine: 'Les cigarreres' del barrio gijonés de Cimavilla alzan la voz para ensalzar a las mujeres trabajadoras
Son mujeres que se han ganado a pulso una jubilación a base de duro trabajo y lucha constante por la conquista de derechos sociales y laborales para lograr la igualdad de condiciones con los hombres en plena época franquista.
Con 16 años ya se permitía a las mujeres trabajar en la categoría de cuartilleras en las labores de limpieza en la fábrica de Tabacalera, en el barrio de Cimadevilla / Cimavilla en Gijón, y sólo a partir de que tuvieran 18 años recién cumplidos podían ser aprendizas.
Para entrar a trabajar tenían que ser solteras, por supuesto no estar embarazadas, y medir un mínimo de 1,54 centímetros. Si cumplían estos requisitos el siguiente paso era superar un examen donde la principal exigencia era saber contar hasta 50, el número de cigarros puros de Farias que contenía una caja.
Son 'Les cigarreres', unas mujeres de rompe y rasga que se han convertido por derecho propio en las protagonistas de un documental donde, por primera vez, su imagen y voz aparecen en pantalla. Un testimonio sin preguntas, ni voces en off. Ellas mismas cuentan su experiencia en la fábrica, donde la mayoría trabajó más de 40 años, ligada a Gijón; unas instalaciones que estuvieron abiertas a pleno rendimiento hasta 2002.
Veinte años después de que las dependencias de este antiguo convento reconvertido en industria fabril se clausuraran, los asturianos Alejandro Nafría y Pablo Quiroga han querido acercar al gran público la experiencia de cuatro generaciones de 'cigarreres' en el edificio de Tabacalera.
elDiario.es Asturias se ha reunido con las hermanas Tere y Mariluz Rodríguez Vela 'Lulú de Cacharel', Violeta Gómez 'La Monrolla', Isabel Fano, Concepción Tranche, Montse García y José Ramón González Morán 'los diputados', los historiadores Luis Arias y Ángel Mato y los directores Alejandro Nafría y Pablo Quiroga en la Casa del Chino, sede del centro social del barrio de Cimavilla donde se rodaron algunas escenas del documental.
Sin distinción de clases como trabajadores o ingenieros, todos tenían motes en la fábrica, aunque muchos de ellos lo desconocieran para regocijo de 'les cigarreres', que eran las autoras de los apodos. Mariluz es 'Lulú de Cacharel', Maruja es 'La capataza', Paca 'La Santa' aunque no lo tenía por ser muy buena, sino por su procedencia cántabra, los sindicalistas eran 'los diputados' por negociar los convenios en Madrid, Violeta heredó por vía materna el de 'La Monrolla', y sin especificar los nombres propios estaban 'La Garranchona', 'Los Zarabicas', 'La Bufa', 'La caracaballo', El carañalga' y 'El bulldog'. Con humor no aportan más apodos “para que nadie se sienta ofendido”, apostillan.
El empresario o maestro se obligaba a vigilar al aprendiz y prevenir sus extravíos con el celo de un buen padre de familia, dando cuenta de cuantas faltas observare. El aprendiz estaba obligado a guardar obediencia y respeto al empresario en todo momento
Obediencia y respeto al empresario regulados en contrato
A Montse García, afiliada a CCOO, la conocen como 'La diputada' porque era una de las sindicalistas más activas que reivindicaba que las mujeres tenían los mismos derechos sociales y laborales que los hombres en plena época franquista, una lucha que le costó más de una amenaza.
Un ejemplo claro de que tenían mucho camino que recorrer para lograr esa equiparación a todos los niveles es el contenido de los contratos de aprendizaje que suscribía la empresa con los trabajadores de tabacos, que estaban “exentos de Impuestos de Timbre y derechos reales” y donde hoy en día sería inimaginable que figurara inscrito en documento alguno.
Como muestra, es muy significativo que en una de las cláusulas constara explícitamente que la manutención y alojamiento del aprendiz corría a cargo “de sus padres”, así como que la jornada ordinaria de trabajo dentro del límite exigido “por el sexo y la edad” sería con arreglo a las disposiciones vigentes de ocho horas en cualquiera de los turnos establecidos por “la superioridad”.
El empresario o maestro se obligaba a “vigilar” al aprendiz y prevenir “sus extravíos” con el “celo de un buen padre de familia”, dando cuenta a sus padres o encargados cuando así lo creyera conveniente “y de cuantas faltas observare”, y obligatoriamente en caso de accidente o enfermedad.
Por su parte, el aprendiz estaba obligado a “guardar obediencia y respeto” al empresario en todo el momento y principalmente en lo relativo a la instrucción que recibiera.
"La fábrica lo fue todo: mi libertad como mujer, el no depender de nadie, tener sueldo y decir lo que pensaba a los paisanos. Me amenazaron con una pistola y llamaban nostálgicos franquistas que no pensaban que les muyeres pudiéramos estar cogiendo poder
Montse García recuerda que todos los trabajadores se regían por un documento de régimen interno que, según cuenta, “parecía que estaba hecho por Pinochet”.
“La fábrica lo fue todo para mí. Supuso mi libertad como mujer, el no depender de nadie, tener mi sueldo y poder decir lo que pensaba a los paisanos de la época”, resume.
En Tabacalera consiguieron derechos que no había en otras empresas durante la transición del franquismo a la democracia. Especialmente se acuerda de la aplicación de la jornada reducida que “nosotros sí la teníamos recogida y estaba destinada a atender a familiares enfermos o a hijos menores de ocho años y teníamos también ayudas sociales”, detalla.
El peor momento personal que vivió fue cuando por su actividad sindical comenzó a sufrir amenazas: “Incluso me llegaron a poner una pistola. Lo que era frecuente –comenta– era recibir muchas llamadas por teléfono de los típicos nostálgicos franquistas que no pensaban que 'les muyeres' pudiéramos estar ahí cogiendo el poder y no eran capaces de adaptarse. Bueno, tampoco lo son ahora, así que no hay que imaginarse mucho lo que pasaba en plena época franquista”, señala.
Los mejillones, la factura o la papelera
Violeta Gómez 'La Monrolla' entró en la fábrica porque, según explica, “la obligaron en casa”. Relata que en noviembre de 1958 ella trabajaba en una sastrería y hoy, pasados los 80 años, reconoce que fue una de las mejores decisiones puesto que, para ella, “la fábrica fue la mi vida”.
Su experiencia como cigarrera está plagada de anécdotas. Comenta las vigilancias a las que eran sometidas a diario para que su trabajo saliera adelante sin incidencias. “Si decíamos la palabra agua es que venía alguien. Siempre teníamos a alguien vigilando lo que hacíamos. No podíamos cocinar, pero lo hacíamos”, dice con sonrisa pícara. Un día que estaba cociendo al vapor unos mejillones uno de los ingenieros la pilló con las manos en la masa.
“Se llamaba don Mariano y era más malo que Dios. Al verme, cogió mejillones y comió. Luego fue a acusarme a mí. Y entonces bajaron los jefes. Pero yo lo negué hasta el final. Luego en un viaje que hicimos los trabajadores a Benidorm me dijo: ' Violeta, usted me dejó mal'. Y yo le contesté que era un charrán porque podían haberme echado fuera, aunque luego no hubo represalias”, explica.
En otra ocasión, el mismo ingeniero le encargó un trabajo de electricidad a un compañero. “Le dijo que pusiera más voltios y él le contestó que entonces eso iba a reventar, pero don Mariano insistió y al final reventó. 'Mancóse' en una mano y cabreado lo colgó de una escalera y no lo soltó hasta que llegamos todos y lo quitamos de encima”, comenta entre risas.
En unas fiestas navideñas, 'Lulú de Cacharel' y Tere llevaron una sábana y vistieron a 'La Monrolla' de Virgen María y pusieron como niño Jesús a un compañero que “era un cachalote”, afirma mientras rompe en carcajadas.
Más anécdotas. Otra vez en una comida a la que asistían unas 50 personas quisieron gastarle una broma al último compañero que se había incorporado a la fábrica. Morán le dijo que la costumbre era que el último que llegaba era el que tenía que pagar la factura total. “El nuevo preguntaba: ¿Pero de verdad que tengo que pagar la comida de todos?. Y nosotros contestábamos que sí y cuando él sacó la tarjeta de crédito y se disponía a pagar ya lu paramos y dijimos que era una broma”, cuentan casi al unísono Morán y Violeta.
Nadie se libraba de ser víctima de una broma
En la fábrica nadie se libraba y 'La Monrolla' no fue una excepción y también cayó víctima de las bromas. Sus compañeras metieron dentro de una caja un falso ratón y cuando ella fue a meter la mano vio un rabo. Comenta que en ese momento la mesa donde ella estaba trabajando estaba llena de material y todo fue a parar al suelo. “Cuando yo vi el ratón, que era de mentira pero que tenía pelo y todo, me levanté y rompí toda la labor que tenía en la mesa”, comenta.
No obstante, incide en que eran pequeñas licencias que se tomaban: “es que hacíamos muchas trastadas pero trabajábamos mucho, eh, eso que quede claro, que sólo lo hacíamos para los momentos de relax”, puntualiza.
Isabel Fano se une a la conversación para contar otros momentos de risas como ocurrió con uno de los hombres que les vigilaba: “Siempre se colocaba encima de una papelera para vigilarnos mientras trabajábamos, pero dejó de hacerlo cuando un día cayó dentro de ella”, expone.
Las cigarreras coinciden en que en aquella época eran “graciosas y malhabladas” pero 'Lulú de Cacharel' tiene una explicación para justificar esa merecida fama: “Si los mecánicos podían permitirse el lujo de cagarse en todo lo que quisieran, ¿por qué nosotras no íbamos a poder hacerlo igual que ellos?”, un comentario que cuenta con el beneplácito del resto del grupo de 'les cigarreres'.
A lo largo de las cuatro generaciones de cigarreras que trabajaron en la fábrica gijonesa se llevaron a cabo encargos de cajas de farias cuyos destinatarios eran inicialmente los ministros de Franco y posteriormente los miembros de la Casa Real. Entre sus principales beneficiarios estaban la infanta Isabel de Borbón, conocida por el sobrenombre de 'La Chata', hija primogénita de Isabel II y don Francisco de Asís y la primera en llevar el título de Princesa de Asturias gracias al decreto que había aprobado su madre en 1850, el cual permitía la sucesión inmediata, fuera hombre o mujer.
Ya en épocas más recientes, las cigarreras confeccionaron las vitolas de los puros que se enviaron a Sevilla, en marzo de 1995, con motivo de la celebración de la boda de la infanta Elena y Jaime de Marichalar.
Los hombres reivindican que ellos “también trabajaban”
Aunque el protagonismo principal se lo llevan las mujeres, algunos de los hombres como José Ramón González Morán no dejan pasar la oportunidad y reivindican la importancia de un trabajo que él realizó durante 42 años, “prácticamente toda mi vida”, describe. Fue uno de los 70 afectados que tuvo que desplazarse desde Asturias hasta Cantabria a raíz de un Expediente de Regulación de Empleo (ERE) que se puso en marcha en la fábrica. Él particularmente permaneció en la comunidad autónoma vecina hasta que no pudo evitar ser incluido en otro ERE y ya definitivamente dejó de estar vinculado a Tabacalera.
Morán tenía 22 años cuando entró a trabajar en la fábrica. Corría el año 1976 y en esa fecha asegura que los mecánicos antiguos y jefes de equipo eran como “una casta superior”. Había albañiles, fontaneros, carpinteros y pintores integrados en los Servicios Generales. Luego en mantenimiento había trabajadores que “estaban a pie de máquina”, los que estaban en un taller reparando máquinas, cambiando ejes y lo que hiciera falta. Otros profesionales especializados eran los torneros, fresadores, ajustadores y soldadores.
Tengo que decir, en defensa de algunos paisanos, que trabajaban de verdad y quiero que esto quede aclarado para que no quede el poso de que no trabajaban y cobraban muy bien. Cada uno hacía su trabajo como mejor podía y hacía
Morán lamenta que, bajo su criterio, los hombres no salgan muy bien parados en los comentarios de sus compañeras en el documental. “Ellas dicen algo así como que trabajábamos poco, pero yo quiero que quede claro que no ye lo mismo uno que está a pie de máquina produciendo ahí, o un tornero que está en su torno, como era en mi caso, haciendo sus piezas y sus cosas, que él solo organiza su propio trabajo. Y tengo que decir, en defensa de algunos paisanos, que trabajaban de verdad y quiero que esto quede aclarado para que no quede el poso de que no trabajaban y cobraban muy bien. Cada uno hacía su trabajo como mejor podía y hacía”, reivindica con determinación.
Morán también era 'el diputado' y por eso quiere ser tajante a la hora de las aclaraciones. Él, como su compañera Montse, admite que lograron grandes avances en materia laboral y social gracias a su lucha constante. Alcanzaron derechos como permisos de maternidad, paternidad, permisos retribuidos o la equiparación de un matrimonio tradicional con el de una pareja de hecho.
En las instalaciones se pasaba mucho frío porque no había calefacción. Las mujeres se envolvían las piernas como si fueran sacos y ellos en su taller recogían cartones o maderas que metían en la fragua para que calentara un poco el taller. Por eso entre los logros también incluye cuando se pusieron unas aerotermos que “estaban lanzando continuamente aire caliente. Eso ya cambió muchísimo las condiciones de trabajo, porque hasta entonces era penoso”, sostiene.
En 1976 cuando él entró en la fábrica era mayoría el sexo femenino. Había 450 mujeres y 100 hombres. Otro hecho que a él le llamaba la atención era el respeto con el que se hablaba a los hombres. “Yo sólo tenía 22 años y mujeres de 50 me trataban de usted. Eso sí me parecía muy curioso”, reflexiona en voz alta.
La inspiración de los directores
El fotoperiodista Alejandro Nafría tenía una gran fuente de inspiración para sacar adelante el proyecto del documental junto al cineasta Pablo Quiroga. Cuando él era un niño, en el bloque donde vivía con su familia residían dos cigarreras.
“En la época en que papá trabajaba fuera y mamá en casa, aquellas mujeres que iban a una fábrica que en el imaginario de un niño de diez años en Gijón eran los de la antigua Ensidesa y los de la naval, me llamaba mucho la atención cuando veía a esas dos vecinas que eran dos mujeres que no te reñían sino que te decían frases como: 'ya verás cuando venga tu padre' con un carácter y una gracia especiales y además eran muy fuertes”, rememora.
Tres décadas después, debido a su trabajo profesional grabó dos entrevistas con cigarreras y en aquel momento pensó en aquellas dos vecinas que se dedicaban al mismo oficio. No fue la única vez que contactó con profesionales de Tabacalera. Otra cigarrera llamada Rami, que llevaba a su nieto al colegio coincidió con Alejandro cuando él llevaba a su hijo al centro y se hicieron amigos.
“En cuanto me dijo que era cigarrera –afirma– empecé a tirar del hilo, a preguntar y nos contábamos los recuerdos. Ahí fue donde vi que había una historia que contar. La pena es que Rami se murió sin ver el documental”.
Mantener y preservar los testimonios directos
Pablo no tenía ninguna vinculación con las cigarreras pero ya había trabajado con anterioridad con Alejandro y cuando éste le contó la historia que pergeñaba en su cabeza no lo dudó y se implicó en el proyecto.
“Yo siempre he estado preocupado y trabajando con temas de mantenimiento y recuperación de la memoria histórica y no histórica. En este caso me pareció muy interesante el mantener y preservar los testimonios directos de los últimos trabajadores, porque muchas veces estamos trabajando con una historia en sí, pero no tenemos ninguna protagonista y es muy interesante e importante el que esas voces queden grabadas y que la gente les conozca”, corrobora.
Pablo cree que estas mujeres deberían tener un mayor reconocimiento social por la relevancia de su trabajo: “La fábrica cerró en 2002 y nosotros grabamos el documental en 2022, es decir, 20 años después del cierre. Y se han hecho libros pero no había nada visual”, ratifica. El documental ha recibido ya el aplauso del público. Desde su estreno, a principios de este 2023, en todas las salas donde se ha presentado se han llenado e incluso en una ocasión quedaron 400 personas sin poder acceder al interior.
Estas mujeres son un referente de Cimadevilla y de Gijón. Lo que más nos impresionó de sus testimonios fue constatar cómo se ayudaban unas a otras y hoy en día, visto desde el punto de vista moderno, ver cómo ellas practicaban continuamente la sororidad
Los directores reconocen que 'les cigarreres' son un referente de Cimadevilla y de Gijón y admiten que lo que más les impresionó de sus testimonios fue constatar cómo se ayudaban unas a otras y hoy en día, visto desde el punto de vista moderno, ver cómo ellas practicaban continuamente la sororidad.
Otra característica que destacan en las cigarreras es su fortaleza en un puesto de trabajo muy duro, con unas condiciones laborales pésimas y su lucha permanente para mejorarlas en la propia fábrica. “Las pensiones que les han quedado han sido también trabajo de ellas, no ha sido ningún regalo de la fábrica por cerrar, sino la lucha constante que han mantenido durante todos esos años”, suscriben.
Cuatro generaciones de cigarreras
Los historiadores Luis Arias y Ángel Mato han analizado los 160 años de historia de la fábrica gijonesa y de su capital humano en el libro 'Liadoras, cigarreras y pitilleras', publicado en 2005. Arias ha participado en el documental aportando sus conocimientos sobre los orígenes del edificio y especialmente sobre la importante labor desarrollada por cuatro generaciones de cigarreras.
A Luis Arias le resulta “incomprensible” que no se haya realizado un reconocimiento oficial de este trabajo y de su vinculación a Gijón por parte de la Universidad de Oviedo, así como de los historiadores locales. “El edificio de Tabacalera era inicialmente un convento y hubo que adaptarlo a una labor industrial y además va a ir cambiando a artesanal hasta 1872. Luego empieza con la introducción del vapor, la maquinización y automatización en los años 50 de la fábrica y eso lo condiciona completamente”.
Tanto las primeras como las últimas trabajadoras eran iguales en varios aspectos como en la mentalidad independiente, el espíritu combativo, la camaradería y la fraternidad que establecieron entre ellas. Eso no cambió en absoluto en más de siglo y medio
Las cigarreras eran el último eslabón de una cadena que empieza con las primeras trabajadoras que llegaron a Gijón procedentes de La Coruña. Tanto las primeras como las últimas trabajadoras eran iguales en varios aspectos como en la mentalidad independiente, el espíritu combativo, la camaradería y la fraternidad que establecieron entre ellas. Eso no cambió en absoluto en más de siglo y medio“, explica.
Las circunstancias de trabajo y las formas de organización van a cambiar y va a aparecer el primer sindicato, el Sindicato Católico Nuestra Señora de Covadonga de 1913 y el primer sindicato de clase en 1917. Gijón era la séptima fábrica de tabaco en número de trabajadoras del país con 2.002 cigarreras en una población de 28.000 habitantes.
El historiador asegura que el papel de las mujeres era fundamental y la conciliación de la vida laboral y familiar se realizaba de manera tácita: “No es que estuviese escrita en las ordenanzas, pero ya estaban en el propio sistema de trabajo”, sostiene. El tema de las categorías también fue cambiando mucho desde las primeras cuadrillas que trabajaban con una maestra en tipo rancho al último sistema, ya con categorías profesionales.
Salarios más altos que otras asalariadas
Luis Arias describe cómo los salarios que percibían las cigarreras eran altos de manera que, en 1930, una cigarrera de Gijón ganaba de media el doble que cualquier otra mujer asalariada de Asturias y del resto de España. Un dato que corrobora Mariluz 'Lulú de Cacharel' : “El marido mío se ponía enfermo cada vez que yo decía pues gano tanto”, recalca.
Todas las ventajas ganadas no fueron un regalo, ni fruto del paternalismo. Cuando no había jubilación había un sistema que se llamaba tareas auxiliares, donde había trabajadoras de 82 y 84 años, un hecho constatado en las fichas, que era una forma de pensión encubierta gestionado por las propias obreras.
El historiador Ángel Mato cree que la solidaridad es una de las características más acusadas en las cigarreras y que asumía toda la ciudad ya como algo implícito. “Ellas encabezaban todas las cuestaciones –indica– como en la guerra de Cuba, en la de África, cuando había un desastre, cuando cae la cantera del Musel, en cualquier naufragio, en la atención a los niños y en cualquier concentración de masas que había, por cualquier motivo, ahí iban las cigarreras a saludar, a dar unos cigarrillos, a dar unos puros”.
Una solidaridad que actualmente, ya jubiladas, siguen ejerciendo. Sonrientes, aseguran que trabajaron mucho en unas condiciones muy duras, en unos tiempos muy difíciles, y aún así conquistaron derechos sociales y laborales importantes.
En su experiencia vital, el balance ha sido muy positivo. En una versión libre del himno marinero: “no hay quien pueda, con la gente marinera”, se podría cantar: “no hay quien pueda, con la gente cigarrera”. Ellas lo tienen claro: “si volviéramos a nacer, seríamos cigarreras”. Una declaración de principios que traspasa la pantalla del cine.
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