Oí este fin de semana a un amigo de claro alineamiento con la izquierda decir en público que no era correcto calificar de fascista a Alberto Núñez Feijóo. De acuerdo, le dije después, no es esa la clasificación ideológica que corresponde a su filiación política. Pero entonces, ¿cómo calificamos a quienes se alinean, votan y gobiernan con la extrema derecha fascista, sea de su mismo país o de otro, cuando se juega en el parchís europeo? Quiere este siglo confundirnos a todos con sus estructuras líquidas, su destrozo de las normas y reglas que permitían transitar por un mundo acotado. Nos faltan las palabras exactas para definir esas acciones y, por tanto, nos faltan los conceptos precisos para defendernos de ellas.
Ahí tienen a Donald Trump y su fantasmagórico gobierno, cada nombre que se hace público más excéntrico que el anterior, una auténtica pasarela de botarates indocumentados. ¿En qué cajetín, en qué gaveta, en qué carpeta colocamos entonces al terror naranja? Un tipo que ha decidido externalizar la acción del gobierno, haciendo ministros a otros locos como él, al tiempo que ordena al más desequilibrado de todos ellos, el fanático Elon Musk, que destroce la Administración Pública, que acabe con las estructuras que mantienen vivo un Estado entendido como tal, un tipo así, decimos, jamás podrá ser catalogado en la casilla de fascismo, definido en los textos clásicos como un movimiento totalitario que promueve la intervención del Estado en la economía, la política y la sociedad. Pues bien, Trump no quiere Estado. Como Milei.
Ultraliberales o libertarios, propone llamarlos la joven del fondo. Y Pepe Mujica, 89 años, nos daba una posible respuesta: “Este loco de la Argentina se llama libertario, eso es ofender a los anarquistas. ¿Qué libertario una mierda de esas? Es una afirmación capitalista descarada, de la gran puta, que se la agarra con el Estado. Sí, yo sé que el libertario está contra el Estado, pero está contra la explotación del hombre por el hombre. ¿Cómo vas a llamar libertario a eso? Hasta el lenguaje te cambian”. Mujica, aún más vetusto que este que les escribe, sigue con encomiable mala leche. Confundir lo que hace Milei con algo tan noble y hermoso como la libertad es una afrenta a la inteligencia. Lo que decimos, que te engañan cambiándote el lenguaje, llamando liberal al totalitario que te empuja al abismo.
Populistas es otra forma de denominarles. Nueva cita. Nos decía Íñigo Saénz de Ugarte este mismo domingo que “el populismo es siempre difícil de definir. Significa cosas diferentes en países diferentes y en épocas diferentes”. Así que de poco nos sirve calificar de populista al presidente argentino, ya que hablamos de él, pero sumen al carro a todos los Boris Johnson que conocemos, porque no ayudará en nada a definirlos y, por tanto, encuadrarles en la peana correspondiente para poder dispararles -en sentido figurado, háganme el favor- con las armas ideológicas o políticas que puedan servir como antídoto al veneno. Más ejemplos. Isabel Díaz Ayuso. Busquen ustedes en los diccionarios de política, ¿recuerdan aquel de Eduardo Haro Tecglen?, dónde hallar un hueco para encajar a la susodicha, que ya encontró ayer mismo, cuando vio el camino despejado, la ocasión para cargar sobre Sánchez -¡qué indecencia!- las miserias de Mazón. ¿Quizá fascistas ultraliberales? Rizar el rizo y mera demostración de que no sabemos cómo tratarles.
Y ya que le hemos traído a este rincón. ¿Dónde situamos al señor don Carlos Mazón? La verdad es que nos interesa poco la calificación académica, si fascista o ultraliberal. De él ya conocíamos que fue el primer dirigente autonómico del PP que se apresuró a gobernar con Vox, venga aquí mi hermano ultraderechista, carne de mi carne. Recordemos, también que en aquel gobierno de coalición, Mazón entregó la gestión de las Emergencias a Vox, como saben un partido negacionista climático y que el gran éxito de la consellera Elisa Núñez fue desmantelar la Unidad Valenciana de Emergencias (UVE), creada por el anterior gobierno socialista. Un chiringuito, dijeron los muy zampabollos tras el destrozo. Y lo que hoy sabemos del personaje Carlos Mazón, demostración empírica, es que es un inepto y un mentiroso, dispuesto a sacudirse las pulgas a cambio de la honorabilidad de los demás, incluso de los militares que se dejan la piel en ayuda de sus atribulados vecinos. ¡Hay que ser bobo, morder la mano que te salva de tu incompetencia! Sabemos, además, que para amparar a tan peregrino personaje de las responsabilidades obvias de su vergonzosa actuación ante la DANA, el no fascista Núñez Feijóo, con el tampoco fascista Manfred Weber, han montado en Europa un circo, en pornográfica unión con lo más granado de la ultraderecha europea -¿tampoco es fascista Jorge Buxadé, falangista de pro?- contra Teresa Ribera, sucia y despreciable maniobra que les retrata como en su día ocurrió con Aznar y el 11-M, por citar un solo antecedente miserable de los muchos que acumula el Partido Popular, experto, tan sólo, en destrozar lo que toca.
Todas estas elucubraciones sobre el lenguaje vienen a cuento, como ya habrán advertido, porque vemos, aterrorizados, cómo la izquierda, aquí y allá, anda visiblemente desnortada, destrozadas sus líneas de flotación por el progresivo hundimiento de sus valores tradicionales ante la aparición estelar de nuevas ideas, si es que pueden considerarse tales, que hasta hace poco pertenecían a extramuros de cualquier acción política que considerábamos seria. ¿Por qué triunfan estos fascistas, libertarios, populistas, aunque no podamos llamarlos fascistas, libertarios o populistas, pero que todos sabemos quiénes son y cómo se juegan los cuartos? No les entendemos, hablamos lenguas distintas y, por tanto, no sabemos defendernos, que a la lanza se le oponía el escudo. Pero vaya usted a saber cómo parar las armas de plasma.
Miles de artículos nos han intentado explicar por qué ha ganado Trump o por qué está en auge la extrema derecha en Europa o América Latina. Y en todas ellas emerge, como el monstruo en Leganés, el abandono de las clases medias por los partidos de izquierdas. Embarcados en mil batallas, tanto ideológicas como de disensiones internas, y aquí sabemos mucho de ello, han olvidado, acusan, la vivienda o la cesta de la compra, para ir a la pata la llana. Seguro que algo hay de razón en todos ellos si tantos ideólogos de amplios estudios opinan lo mismo. Habrá, pues, que tomar buena nota y hacer dos cosas. Una, ocuparse en serio de esos asuntos, y dos, demostrar, con razonamientos bien publicitados, que esos fascistas/libertarios/populistas no sólo no se van a ocupar de que tú tengas una vivienda, sino que te la van a robar para hacerse ellos y sus promotores, los que les encumbran, aún más ricos.
Ya saben que en esta casquería del mercado de barrio se despachan, envueltas en papel de estraza, burdas, por simples, propuestas de solución para todos los males. Así que van a permitir al Ojo que hoy, también, haga su habitual oferta del día, estamos que lo tiramos, vean ustedes qué rico género y qué baratito se lo dejo. No se rompan la cabeza y sigan hacia adelante, adéntrense por el sendero que siempre han emprendido y verán que los mojones de uno y otro lado les señalan siempre los mismos calificativos. En uno, la izquierda, que si justicia social, que si solidaridad, que si respeto de los derechos humanos, que si igualdad de raza y géneros. En el otro, la avidez, la preeminencia de los derechos de los poderosos, la xenofobia, la homofobia, la aporofobia.
O sea, que vamos a llamarlos derecha e izquierda, como toda la vida, y que los tratadistas de la ciencia política se peguen por encontrar el término más adecuado. Feijóo, Mazón, Díaz Ayuso, Trump y su banda, Milei, Bukele y demás son más de derechas que Margaret Thatcher, Ronald Reagan y Juan Pablo II juntos. Vale, de acuerdo, no serán fascistas. Pero son lo que son. Y dan pánico.
Adenda. ¡Qué tristeza la de las gentes masacradas de Gaza o Ucrania! A la tragedia de perder a miles de hombres, mujeres y niños, y la destrucción masiva e indigna de sus magras pertenencias, hay que unir el horror de que su futuro no depende de ellos, que nada pueden hacer, excepto huir de las bombas, ante la evidencia de que buena parte de sus vidas -de sus muertes- está en manos de un tipo al que Trump ha nombrado secretario de Defensa que se llama Pete Hegseth, un presentador de la ultraderechista cadena Fox News, propiedad, por cierto, de Rupert Murdoch, uno de los pagadores, cuatro millones de euros por ahora, de ese gran hombre que es el expresidente José María Aznar. Europa mira y el resto del mundo se inhibe, sabedores de que nada pueden hacer contra el país más poderoso del mundo.
En Beit Lahia o en Mariúpol sólo queda sufrir. Y llorar.
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