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El Ojo izquierdo nació en El País en 2010 y prolongó su vida durante diez años en la cadena SER, con vivienda propia en el Programa Hoy por Hoy, primero con Carles Francino, después con Pepa Bueno y finalmente con Àngels Barceló.

Ahora se instala con comodidad en elDiario.es, donde es de esperar que se mantenga incólume la aviesa mirada de su autor, José María Izquierdo.

Esa olla podrida de la derecha y la ultraderecha

El presidente de Vox, Santiago Abascal, y la primera ministra italiana y líder de Fratelli D'Italia, Giorgia Meloni, el verano pasado en Madrid.

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Se entiende muy bien que nos tenga ocupados, y mucho, la lectura puramente española de los resultados de las elecciones europeas del próximo 9 de junio. Lo primero, la pugna PSOE-PP, pero también saber qué escaños obtendrá Sumar y cuántos Vox, amén de los pezqueñines, relevantes por motivos variados. Elegimos en España 61 de los 720 eurodiputados en liza. Dicen las encuestas que el PP tiene más posibilidades de ganar, pero los socialistas se acercan metro a metro, día tras día. Y sí, repetimos, estaremos muy atentos a este recuento y sus evidentes consecuencias. Es verdad que las elecciones europeas nos han importado más bien poco en otras convocatorias, pero en esta ocasión debemos atarnos los machos, cruzar los dedos y el que crea en dioses, que rece. Un fantasma recorre Europa que nos hiela la sangre, por empalmar frases hechas. El futuro del continente, y con él nuestro porvenir, puede cambiar casi de la noche a la mañana. Porque es cierto, no hay más que mirar en derredor, que la extrema derecha, junto a la derecha débil y vergonzante, amenaza con segar muchas de las conquistas que tanto nos ha costado conseguir para hacer de esta Europa un lugar privilegiado -con desigualdades e injusticias sangrantes, cómo negarlo- para la vida en común de más de 450 millones de seres humanos. 

Una extrema derecha que se extiende como una mancha de aceite -vaya día que lleva el Ojo de metáforas viejunas- por todo el continente hoy, además, no ya con la benevolente mirada, en ocasiones hasta concupiscente, de la derecha de toda la vida, esas señorías liberales o cristianodemócratas que miraban por encima del hombro a los ultraderechistas, gente vociferante y sin educación que no sabían comer las rillettes de conejo. Ahora ya están sentados a la misma mesa, aquí a mi lado, señora Le Pen, éste es su sitio, señora Meloni, qué gusto tenerle tan cerca, señor Abascal. Sus ídolos ya no son Winston Churchill o Helmut Kohl, ni tan siquiera Jacques Chirac o Giulio Andreotti, menudos pájaros todos ellos, pero al fin y a la postre, hechos de otra pasta. Hoy les encantan gañanes como Trump o Milei, payasos de la nada y destructores de cualquier vestigio de vida inteligente. O solidaria. O democrática. Es el clasismo de la derecha de toda la vida trufado de morcilla y mortadela. Donde antes había una cierta finura intelectual, ahora hay brutalidad y terca ignorancia. Unidos por el miedo a perder privilegios, han formado una coyunda antinatura que a la larga les resultará dramática. ¿Frases hechas? Están criando cuervos y les sacarán los ojos. 

Vean, por ejemplo, el caso español, para qué irnos más lejos si aquí tenemos la muestra bien cerquita. ¿Qué les pareció esa fallida concentración del domingo, exhaustas las fuerzas reaccionarias del PP, tan poco dadas a los esfuerzos excesivos, que ya está bien de exigencias? Pues sí, exacto, una patochada ridícula. Sobre todo, porque su gran timonel, el señor Alberto Núñez Feijóo, tiene menos atractivo que un helado derretido. Además, piensa poco. Y mal. Ya le dijeron sus propios analistas, insisto, los suyos, que fue un enorme error conformar los gobiernos de coalición con Vox antes de las elecciones del 23J. ¿Qué mejor regalo a Sánchez para que éste llenara su campaña con lo obvio, la alianza del PP con la extrema derecha? Pues ahora, lo mismo, aquello del animal y la piedra. Nos gusta la señora Meloni, ha gritado el muy desahogado, por qué no nos vamos a arrejuntar en el Parlamento Europeo, si somos carne de nuestra carne, sangre de nuestra sangre. Y responde Sánchez, atónito ante la dádiva, lo que decíamos, lo doblamos: ultras todos, votar Feijóo es votar extrema derecha. Quiere Núñez presumir de fino estilista abonándose a la tesis del líder europeo de su formación, Manfred Weber, hozando de lleno en la extrema derecha, o a los devaneos de la funambulista Úrsula von der Leyen, pero las cosas hay que hacerlas con menos torpeza, y no como un auténtico patán.

Y si alguien les faltaba en la fiesta, está la reina del vermú, desatada ante las consecuencias de sus mentiras y el amigo íntimo defraudador, tan tosco en sus delitos como en sus dificultades para calzarse una peluca, que miren ustedes la poca chicha que tiene la cosa. Isabel Díaz-Ayuso es en sí misma una ultra feroz, que mejor, mucho mejor, estaría en Vox -si no más allá- que en la capilla de la calle Génova, que buena parte de sus dirigentes sudan colonia. Lleva días de procesión por la prensa adicta, con entrevistas repugnantes de sus cortesanos de El Mundo o de OKDiario, Eduardo Inda siempre al servicio de lo peor de cada casa. Las señas de identidad de la osada son el insulto, la chabacanería, la grosería, la ignorancia política e histórica absoluta, ni sabe de nada ni acierta nunca. ¿Habla la indocta de Hamás? ¿Conocerá algo, siquiera un resumen del Reader’s Digest de la historia de la región? ¿Se atreve a mencionar a ETA ante los cientos de socialistas que han sufrido en sus carnes -tanto como los del PP, claro- la violencia ciega y asesina de la banda terrorista? Es su estilo pura bazofia, heredera de los modos de José María Aznar y Esperanza Aguirre, vean ustedes qué insignes gurús sigue, filtrados sus sabios conocimientos por la ordinariez y la insolencia del ínclito Miguel Ángel Rodríguez. ¿Aplauden algunos sus desplantes? Y los del Bombero Torero. Ya ven qué mérito. 

A veces se tiende, de manera un tanto superficial, a entender que ligamos a la derecha con la ultraderecha, al PP con Vox, por sus exabruptos, por sus lenguajes tabernarios cada vez más coincidentes, por el estilo zafio de sus portacoces, que decíamos hace años. Pero no es este el aspecto más importante de ese paralelismo, de esa imbricación. Ojalá fuera sólo eso, una mera coincidencia en las formas. No, no. Es que se coordinan en el fondo, en la ideología, en las ideas políticas, culturales y en las recetas económicas, amantes a muerte del neoliberalismo más feroz. Retrógrados, xenófobos, ultraconservadores en lo social, ultracapitalistas en la economía. 

Y ése, no tanto sus vacuas bravuconadas, es el peligro real. Van a imponer, si ganan, medidas salvajes en materia de inmigración, como ya hace la admirada Meloni del subyugado Feijóo, mandando a los indeseables a Albania. O como Sunak, ahora fuera de la UE pero en línea ideológica, lo hace a Ruanda. Habrá restricciones en el aborto, en las políticas ante el colectivo LGTBI. ¿Les contamos qué pasa en Hungría? Sin olvidarnos de las implicaciones en el resto de derechos civiles, ellos que tanto claman ante la dictadura de Sánchez y aplauden con las orejas las vergonzosas intromisiones de la lideresa italiana en la RAI. 

Conviene, pues, que repasemos el ideario de los partidos de extrema derecha de camisa negra, que la derecha de camisa blanca y corbata quiere meter en la lavadora, para que sepamos lo que vale un peine. Meloni, Le Pen, Abascal, Orban, el holandés Wilders, el portugués Ventura y otros varios proponen acabar con la Unión Europea como la conocemos. Muchos querríamos que fuera de otra forma, más democrática, más social, más justa. No sé si se logrará con la correlación actual de fuerzas entre izquierda y derecha. Lo que el Ojo sí sabe es que con ese conglomerado de ultratumba al mando -¡qué horror!- todo será peor. Mucho peor. 

También respecto a Israel y el genocidio en Gaza, tiene razón Margarita Robles, con Netanyahu cada vez más enloquecido a la par que aislado internacionalmente. Y cuidado con Ucrania y las carantoñas con Rusia de algunos de los líderes de la ultraderecha que aquí hemos mencionado. 

Otro día hablamos de las miserias de los partidos tradicionales, también del PSOE, y de las tareas que siempre prometen, pero que cumplen poco. Atención especial a la juventud, empleo, salarios y vivienda, porque sufren como perros. Y eso son votos, muchos votos, que se escapan, dolidos, amargados, hacia la extrema derecha rebosante de falsas y trapaceras promesas. 

Adenda. Tentación de hablar de Felipe González y su macabra aparición en El Hormiguero. Pero dejemos las naderías y vayamos a lo mollar. El jueves se aprobará la ley de amnistía. Bien. Sepan que a partir de ahora son los jueces, malmetidos desde el inicuo Consejo del Poder Judicial, y siempre bajo el sobrevuelo del todopoderoso Tribunal Supremo del inefable Manuel Marchena Gómez, quienes manejarán los hilos del proceloso paso de la norma por los Tribunales. ¡Ah, los ilustres jueces, inmensas praderas de inmunidad ante su proceder! ¿Ven a García Castellón? ¿O al magistrado Juan Carlos Peinado, brusco salto a la fama, aquí estoy yo, eminentísimo jurista? Que el Gobierno sepa cómo hacer frente a la línea Maginot de togas y birretes. Pero si saben algo de historia, pueden preguntar a la preclara doctora Ayuso, recordarán que los alemanes se buscaron la vida y hallaron otras vías para adentrarse en Francia con la facilidad del cuchillo entrando en la mantequilla. ¿Conoce Bolaños las maniobras tácticas para burlar tan férreas defensas? ¡Preparados, listos, ya!

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