Buscaron, y no encontraron, algún diputado socialista que traicionara a los suyos y votara en contra de la ley de amnistía. Dos o tres hubieran sido suficientes. Tampoco Europa parece que les ha hecho demasiado caso. Von der Leyen, romería incluida -¿qué tal una corrida de toros y para apurar el día una fiesta flamenca?- ha huido de la cosa como de la peste. Recuerden aquel grotesco episodio de la Comisión de Venecia, en la que tantas esperanzas depositaron y que se saldó con un estrepitoso la amnistía es cosa suya y a nosotros qué nos cuentan. Les quedan, eso sí, los jueces. Y la prensa de la caverna, presionando a las togas como en pocas ocasiones lo han hecho. Con un añadido reciente: ahora hay comandos de acción rápida operando con la misión secreta de lograr que el rey salga por peteneras y decida no firmar la ley. Como lo oyen.
Delirios aparte, más seria parece la ofensiva judicial. Conviene hacer un pequeño ejercicio de memoria y retrotraernos a 2018, cuando aquel inefable edecán del PP, Ignacio Cosidó, dejó la dirección de la Policía Nacional y fue nombrado por el pimpollo Casado, el señor le tenga en su gloria, portavoz de su partido en el Senado. Advertía, y así se lo comunicaba a los 146 senadores del PP, que no se preocuparan de nada al tiempo que se vanagloriaba de que ya les habían metido el gol a los tontos del PSOE en el acuerdo sobre los integrantes del Consejo del Poder Judicial, porque el PP controlaría “la sala segunda por detrás [la Sala de lo Penal, única competente para enjuiciar a diputados, senadores y demás aforados]” con el magistrado Manuel Marchena. El mismo que ahí sigue, en esa sala del Supremo y que pronto sabremos qué piensa hacer con la Ley de Amnistía. Por lo demás, ya saben cómo anda el malhadado Consejo y el ambiente entre la carrera judicial, y la fiscal, tantos y tantos profesionales de la justicia imbuidos de ser ellos mismos los únicos depositarios de la esencia de la españolidad y la dignidad, qué se creen estos socialcomunistas.
Claro que es posible que nos enfrentemos con un choque de trenes entre una ley aprobada por mayoría manifiesta en el Congreso de los Diputados y la rebeldía de unos jueces -y fiscales- dispuestos a convertirse en beligerantes mosqueteros. Sería un horror. Pero no me descarten nada porque la derecha, en todas sus variantes, matices y sectores está febril y sobreexcitada. No hay límite, no hay decencia, no hay autocontrol. ¿Begoña? Begoña. ¿Israel? Israel. Se emplean las navajas cachicuernas como si estuviéramos en un galpón de delincuentes. Desatados, los diputados de Vox gritan en el Congreso como los presos salvajes amotinados en cualquier prisión de Brasil. Y los del PP aplauden o sonríen ante la infamia, tal y como hacen los periodistas de cámara, a cientos y poderosos. Y no, no quieran ni saber cómo andan las redes sociales. Es grave, por supuesto, lo que nos puede ocurrir con la guerra judicial. Pero también es verdad que Pedro Sánchez, aprobada con legitimidad la amnistía, puede esgrimir que su trabajo, y su compromiso, lo ha cumplido a rajatabla. A partir de aquí ya hay poco que hacer por parte del Gobierno. Hemos llegado al límite de nuestras posibilidades, pueden decir a los interesados. Ahora, las protestas a las togas.
¿Saben cuál es el auténtico problema de la derecha por el que no logran ultimar la faena que llevan tantos años pergeñando? La economía. Les falta la pata que les cuadraría el círculo. Andan las cuentas bastante bien, guardémonos de la tontería del cohete, tanta injusticia aún rondando por ahí, pero con la holgura suficiente para que empresarios, banqueros y otros usuarios de yates sigan llenándose los bolsillos. Les molesta, sí, por supuesto, que se suba el salario mínimo, los sueldos, las pensiones, e incluso algunos impuestos, pero no deja de ser un mal menor mientras haya dinero contante y sonante para todos. Que se queden con el pellizco, que las sacas nos las llevamos nosotros. Y todavía hay margen, lo saben ellos y lo sabe el Gobierno, para que esta entente, con correcciones necesarias, siga por algunos años.
Porque amaga, pero no remata, la derechona rabiosa muestra los colmillos como nunca. La izquierda tiene que responder con hechos, que en la bronca cuartelera siempre saldrán perdiendo, que todavía falta un trecho para que un presidente autonómico del PSOE llame hijo de puta al señor Núñez Feijóo. Que es, como toda España oyó, lo que la reina del vermú, la señorita del pan pringao emparejada con un autoafirmado evasor fiscal, llamó a Pedro Sánchez. Y cómo les gustó a sus compañeros dirigentes del partido. Es más, aplaudieron su valentía y celebraron el insulto soez con grandes risotadas. Zafios o groseros es poco. Y eso que han ido a buenos colegios, incluso de curas y monjas, vengo a confesarme, ave maría purísima. Decimos responder con hechos, y lo segundo es, pasadas ya las incidencias electorales que llevamos sufriendo en las últimas semanas, una labor del Gobierno que llegue a la ciudadanía, una labor seria y efectiva de mejorar la vida de los jóvenes, por ejemplo. Lo destacábamos la semana pasada, la vivienda como imperativo a solucionar.
Decimos lo segundo porque lo primero, a cinco días del 9 de junio, es responder con votos. Muchos votos. Todos los votos del mundo este domingo para impedir el triunfo de la derecha, aquí y en toda Europa, rotas todas las barreras que nos protegían de las amenazas del fascismo. Y luego, a demostrar desde el mismo lunes que el triunfo del PSC en las urnas se va a traducir en gobernabilidad para Cataluña. Cansados estamos de las mil hipótesis que se barajan entre políticos y politólogos. Puigdemont exigirá su entronización en Cataluña o dejará caer a Sánchez en Madrid, es la preferida de las hormigas voladoras que revolotean por la villa y corte. Bueno. Incluso algunos ven en lontananza una moción de censura con el PP, Vox y Junts unidos en fraternal camaradería, cual alegre cuadrilla de corredores en San Fermín. Esa es buena, sí. Sigan, sigan, no se queden cortos, que ser profeta no cuesta un euro. De ahí hasta quien augura nuevas elecciones ante un previsible bloqueo. También podría ser, claro. Ya les advierto que el Ojo tiene estropeada la bola de cristal, como el CIS y demás demoscópicos, tampoco presuman. O sea, que puede pasar cualquier cosa. Pero a lo mejor sucede, ya ven los sofisticados politólogos, lo más sencillo: que Illa consiga formar gobierno con apoyo externo de Esquerra, Puigdemont se coma unos caracoles bourguignon sabrosísimos y aquí paz y después gloria. Al paso, la legislatura con Pedro Sánchez a la cabeza durará hasta el final. Sufriendo todas las semanas como remeros del Volga, eso sí. Nadie dijo que iba a ser fácil.
Gritará, aullará, berreará toda la ancha gama de la derecha, hará lo indecible para llenar páginas y juzgados de roña y mugre, pero el tiempo, tres años sin elecciones, se les va a hacer largo, larguísimo, eterno. Ya saben aquello de que nada desgasta tanto como la oposición. Y colgado de la brocha y sin escalera, a ese señor que vino de Galicia, que fungía de moderado y se ha demostrado caimán, veremos cuánto tiempo le dejan permanecer en tan ridícula pose el resto de los dirigentes del partido, ningún cargo que llevarnos al coleto, este señor tampoco nos sirve.
Y encaramado al primer peldaño, Abascal, saltando para agarrarle de los pantalones. ¡Qué lindo espectáculo!
Adenda. Es verdad, la Unión Europea tiene muchísimos problemas. Pero levantemos la cabeza y miremos el globo terráqueo que tenemos encima de la mesa. Gaza y Rafah, empantanadas en el horror y la muerte. ¿Qué decir de Ucrania y Rusia? Claudia Sheinbaum ya es la primera presidenta de México, un triunfo, desde luego. Pero en la carrera, 37 candidatos a diversos cargos han sido asesinados en el último año. ¿Y qué decir de Donald Trump? ¿Cómo entender desde el raciocinio, las declaraciones de este monumental forajido -34 delitos- tras el veredicto? ¿Cómo superar que los norteamericanos vayan a votar, una vez más, a semejante ejemplar llegado a nuestro siglo desde el mesozoico, la era de los dinosaurios? Y el resto del mundo, a sufrir la estulticia del votante de Wyoming.
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