El cajón de Lola

Entre sus admirados citaba a Dickens, a Cortázar, a Robert Graves y a Juan Marsé. Aunque supongo que había muchos más. Lola Campos tenía un cajón llenó de historias. Lo contó una vez. En un encuentro con otro escritor, un editor le preguntó cuándo le entregaría un nuevo manuscrito. Lola confesó que sus manuscritos debían reposar un mínimo de un año en un cajón. Si después aguantaban una nueva lectura, se planteaba publicarlos. Si no, regresaban al cajón. Cualquiera que se dedique a escribir sabe que esa prueba, la de que un texto sobreviva tras un año enlatado, es muy difícil de superar para cualquiera con un mínimo de autocrítica. Me temo que ese cajón debe andar repleto de cuentos breves, de versos tiernos y desgarrados, de paisajes y de nombres.

Lo suyo era la poesía y el relato corto. Después de Basora llegaron otros títulos, como Azalea, Ajelandra me mira, Fieras y ángeles, Cuando Fariás abrió la puerta o Veranos mortales. Noticias del paraíso fue uno de sus últimos libros, y estaba protagonizado por Eva, Adán y Dios. Incluso la serpiente andaba por ahí. Creo que si Lola no dio el salto a esa “primera división” de autores con repercusión mediática fue, sencillamente, porque nunca le interesó ese mercado.

Trabajó en Canarias7, Televisión Española en Canarias, colaboró con El País, Diario de Las Palmas, La Gaceta de Canarias, Disenso? Nació en Tenerife, pero se crió en Lanzarote y luego vivió en Madrid y en Gran Canaria, donde murió el viernes por la noche. Dolores Campos-Herrero era una excelente periodista, una escritora brillante y, también, una gran compañera.

En uno de sus relatos, Última confesión, escribió lo siguiente: “Cuando comience a arder debes mirarme; mirarme y convencerte de que tu destino debe ir más allá del mío. Hazlo porque algún día tú también lo conseguirás: serás invulnerable al tiempo y a esa falsa desembocadura de nuestras vidas. Porque sólo gracias a la ignorancia humana, la muerte a todos nos iguala”.

Esperanza Pamplona