David Sánchez Morales

Luciano E. Armas Morales

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Cuando mi amigo Albert N. Jackson me dijo que tenía unos papeles que podrían interesarme y si quería me enviaba copia por e.mail, nunca me imaginé que pudieran contener informaciones tan relevantes. Era nada menos que una copia del diario de David Sánchez Morales. Habían transcrito desde su block de anillas con letra minúscula pero con una caligrafía muy clara a formato Word, y me remitiría una copia traducida al español y también copia de algunas páginas de su diario original manuscrito.

David Sánchez Morales había nacido en Tampa, Florida, el 26 de agosto de 1925, del matrimonio formado por José Sánchez y María Morales. Su padre, mexicano de ascendencia española, y su madre, “mulata” de origen cubano, habían emigrado a Tampa en 1920, donde se conocieron y luego se casaron.

 Cuenta David en su diario:

“En mi clase, cuando estudiaba en la escuela estatal de Tempe me llamaban el indio, porque claro, yo era muy moreno, con el pelo ensortijado y ojos negros, y ellos eran casi todos rubios con ojos azules. Notaban además que mi acento era diferente, porque mis padres en casa hablaban conmigo y con mis hermanos en español, y eso al final se nota. Pero, así y todo, yo era el cabecilla de la clase y todos me respetaban, por mis puños y por mi carácter”. 

No cabe duda de que, en este párrafo de la primera hoja del diario, ya comienza a manifestarse de forma embrionaria ese temperamento que le llevaría a ser considerado un tipo duro y con carisma. Muchos años después, ante las jarras de cerveza Budweiser y los vasos con piedras de hielo rellenados con Johnnie Walker Red Label, David Sánchez Morales presumiría de sus hazañas ante sus compañeros que le admiraban y le apreciaban tanto. Sigue relatando:

“Yo nunca fui un estudiante brillante, porque mi carácter me impulsaba a la acción. Con 17 años ingresé voluntario en el ejército y me destinaron a la 101 División Aerotransportado. Con 18 años fui de los primeros soldados norteamericanos en pisar la playa de Omaha, cuando el desembarco en Normandía, bajo la luvia de proyectiles de las ametralladoras alemanas. Era el 6 de junio de 1944. ¡Qué día inolvidable! Y al fin logramos establecer una cabeza de puente”.

“Otra batalla muy dura fue la de Las Ardenas en diciembre de 1944. Formaba parte de la 82 División Aerotransportada y nos lanzaron en paracaídas sobre Bastogne. Allí me hirieron. Un fragmento de metralla se me incrustó en el brazo derecho, pero logramos defender la posición a pesar de las furiosas embestidas alemanas. Me llevaron al hospital y me intervinieron, pero a los treinta días estaba de nuevo en el campo de batalla de Alemania, combatiendo para capturar el puente de Remagen sobre el Rhin”.

“Al final me concedieron la Medalla de Liberación de Francia, por el desembarco en Normandía, y la Medalla y la Estrella de Bronce del ejército americano, por méritos de guerra en la batalla de Las Ardenas. Son, de las condecoraciones que conservo, las que tienen mayor valor para mí. Eran aquellos momentos en que el subidón de adrenalina te hacía perder la noción de la realidad, de que estabas en una fina línea que separaba la vida de la muerte, y solo tenías la obsesión de matar para sobrevivir”.

La personalidad agresiva y disposición a tomar riesgos era proverbial en David, así como su facilidad para conectar con la gente y conseguir confidencias. Y estas cualidades no pasaron desapercibidas para sus superiores, que lo adscribieron a los servicios de inteligencia del ejército. En esa actividad continuó después de la guerra, hasta que en 1951 ingresó en la CIA a instancias de su amigo y compañero Wiliam Harvey, que también había participado en el desembarco en Normandía, había recibido la Cruz de la Legión de Honor por sus méritos en esa batalla, y había ingresado en la CIA en 1947.

El manuscrito a continuación, está como un poco fragmentado y con unas manchas borrosas, como si hubiese caído un liquido sobre estas hojas del block. Quizá un poco de Johnnie Walker. No hay una traducción literal en Word de esta parte porque es ilegible, pero entre líneas o palabras legibles, observo algunas alusiones a Dallas y a Frank Sturgis, un compañero suyo de la CIA.

 Luego el relato continúa:

“Lo del Che Guevara también fue un golpe sonoro. Teníamos claro que había que cortar por lo sano la posibilidad de que lo de Cuba se pudiera contagiar a otros países de América. Me enviaron como jefe de estación a Bolivia dirigiendo servicios de inteligencia y de contrainteligencia, para tratar de capturar al Che Guevara. Facilitamos su localización al ejército. Cuando tras unas escaramuzas fueron detenidos por una patrulla del capitán Gary Prado, pedí que lo llevasen a la escuela de La Higuerita. Allí lo vi a poco de que lo detuvieran. Era un hombre exhausto, enfermo, delgado y decaído. Le di instrucciones a nuestro agente Félix Rodríguez para que lo interrogara. Lo hizo durante dos horas, pero no le sacó ninguna confesión valiosa, solo decía que él luchaba por la justicia y la libertad. El presidente René Barrientos y el general Alfredo Ovando querían matarlo. Nosotros decíamos que no, porque era más valioso para nosotros vivo y derrotado, que muerto y convertido en mártir. Al final ordenaron fusilarlo.”

“Y si en Bolivia tuvimos que cortar el intento de una revolución armada, en Chile teníamos que evitar que se consolidaran lo que ellos llamaban socialismo democrático. Había que impedir a toda costa el efecto contagio, y que ese modelo pudiera incluso trasladarse a Europa en países como Francia o Italia, donde tanto nos había costado impedir que el comunismo llegase al poder”.

“Me enviaron a Chile con diez millones de euros en la valija diplomática. Había que promover y apoyar huelgas, realizar sabotajes y hacer algún asesinato selectivo. Era necesario crear un ambiente y clima de indignación colectiva, en la que viesen al gobierno como culpable de todos los males. La huelga de los dueños de camiones, que comenzó en julio de 1973, fue un éxito total. Provocó el desabastecimiento de todo el país, y abonó el terreno para justificar lo que vino después”.

“Pero, de todas formas, yo creo, modestia parte, que el golpe decisivo para facilitar el derrocamiento de Salvador Allende en Chile y que los militares tomaran el poder, salió de mis manos. El movimiento Patria y Libertad, fue una creación de ingeniería social nuestra. Nosotros nos infiltramos, lo promovimos y lo financiamos. Fueron también un apoyo muy importante para la huelga de camioneros, y prestaron un gran servicio a su patria cuando, a instancia de nuestros infiltrados, promovieron una manifestación frente al domicilio del capitán Arturo Araya. Les dimos instrucciones de que se manifestaran por la noche frente a su domicilio en la calle Santa Beatriz, 135, segunda planta, provocándole para que saliera al balcón, y que llevaran petardos y algunas armas e hicieran mucho ruido”. 

“A las 23,30 horas del aquel 27 de julio, yo estaba tras una ventana de la tercera planta de un edificio de enfrente, con el Long Rifle calibre 22 que tan buenos servicios me ha prestado. La calle Santa Beatriz es una calle de un barrio residencial se Santiago relativamente estrecha, y el objetivo lo tenía a unos veinte metros: un blanco fácil”.

“Apunté y disparé con el 22 LR. El proyectil le entró por la frente, por encima de la ceja izquierda, y le salió por la base del cráneo. La muerte del capitán Araya se la atribuyeron luego a los manifestantes de Patria y Libertad que estaban en la calle, aunque al final no condenaron a nadie. El rifle no pudieron localizarlo, porque claro, lo tenía yo. Lo que no pudieron explicar nunca es como un proyectil disparado desde la calle a alguien en una primera planta de un edificio, tiene una trayectoria de arriba abajo en el cerebro”.

“La muerte del capitán Araya fue decisiva para permitir el golpe militar, porque era el responsable de la marina y apoyo clave para Salvador Allende. Le sustituyó el almirante José Toribio Merino, enemigo acérrimo de Allende, lo cual facilitó que la armada se sumara al golpe de Pinochet, que luego le nombró comandante en jefe de las fuerzas armadas.”

El relato autobiográfico de David Sánchez Morales, continúa facilitándonos valiosa información de forma clara y resumida, de algunos hechos de los que teníamos referencias confusas y contradictorias

Continúa:

“De 1971 a 1975, me desempeñé como asesor de contrainsurgencia para asuntos latinoamericanos del Estado Mayor Conjunto en Washington, D.C. Durante este período viajé extensamente por países latinoamericanos, principalmente Argentina, Panamá, Paraguay y Uruguay. En todas estas asignaciones trabajé directamente con altos funcionarios del gobierno del país al que fui asignado. En todos los casos, mi responsabilidad era asegurar que las políticas del gobierno de Estados Unidos fueran comprendidas y, en la medida de lo posible, coordinadas, apoyadas y ejecutadas”.

Está claro, que este fue el origen de la Operación Cóndor, una campaña de represión política y terrorismo de Estado respaldada por Estados Unidos, que incluía operaciones de inteligencia y el asesinato de opositores, en países como Argentina, Uruguay, Chile, Bolivia y Paraguay, promovida oficialmente por Manuel Contreras, jefe de la DINA chilena.

En esos años, David Sánchez Morales pasaba algunas temporadas en su casa de campo entre Phoenix, Arizona, y la frontera con México, que era una base de operaciones, en la que a veces recibía a sus compañeros de la CIA. En una ocasión le visito su amigo Robert Walton, abogado y socio en algunos de sus negocios, y le comentó:

  • Oye, tienes más medidas de seguridad, que las propias agencias de la CIA. ¿Tanto miedo tienes a los mexicanos, que están a mas de una hora de aquí?
  • No, a los mexicanos yo no les temo, a quien temo es a los nuestros.

Por cierto, que esta casa intentaron conservarla con la documentación intervenida en la misma tras el asesinato en Washington del diplomático chileno Orlando Letelier en 1976, como testimonio de una época de terrorismo de estado, pero fue demolida por orden gubernamental a principios de 2.023, precisamente por la simbología que representaba.

 Casi al final de su block manuscrito, escribía David con letra un poco más irregular y sinuosa:

“Y ahora resulta, que estos de la United States House of Representatives Select Committee on Assassinations (HSCA), me citan para que comparezca el 18 de mayo en el Congreso de los Estados Unidos, y que diga lo que sé del asesinato del presidente Kennedy, que ocurrió hace quince años. ¡Estos congresistas son idiotas! ¡Pero que pantomima es esta! ¡Que voy a decirles que ellos ya no sepan! ¡Si yo he hecho por América más que todos esos cuellos blancos juntos!”

“Que valoren mi participación en el golpe de estado que derrocó a Jacobo Arbenz en Guatemala, en 1954, para sacarle las castañas del fuego a la United Fruit Company, que creo fue decisiva. Y en el derrocamiento de Juan José Toribio en Bolivia, en 1971. Lo mismo que mi participación en el derrocamiento de Salvador Allende, en 1973 en Chile, para impedir que el comunismo siguiera expandiéndose. Y del golpe militar que derrocó a Juan María Barrientos en Uruguay, en 1973. Y todo por defender a América y los intereses del pueblo norteamericano. ¡Y ahora resulta que soy un corrupto, porque compré dos coches con dinero de la CIA! ¡Y encima quieren enviarme al matadero de la HSCA en Washington, cuando saben que no puedo hablar!”

“¿Y que me quieren decir de Cuba? Me quemé el pellejo en muchas operaciones tratando de eliminar a Fidel Castro. Recluté y entrené a muchos voluntarios de exiliados cubanos, mercenarios y gente aportada por la mafia, para la operación de invadir Cuba, derrocar al barbudo y acabar con el comunismo en la isla. Pero el hijo de puta y cobarde de Kennedy se negó a facilitarles cobertura aérea, y los castristas los machacaron y capturaron como conejos. Allí murieron algunos amigos míos, que yo había embarcado en esta aventura. Nunca se lo perdonamos a John Kennedy, y al final lo pagó, claro. Bueno, lo pagó él, y el pequeño bastardo de su hermano.”

Se notaba que David Sánchez Morales estaba realmente angustiado por su comparecencia ante la HSCA. En principio se negó, pero el presidente de la comisión del congreso, emitió una orden ejecutiva de comparecencia.

 El 7 de mayo cenaba con unos amigos y compañeros de la CIA. Alargaron la sobremesa regada con wiski, hasta que David digo que se sentía un poco indispuesto y se retiraba a su habitación del hotel.

Al siguiente día, le encontraron tendido sobre la cama, vestido y muerto. Llamaron a su esposa Ethel, que, aunque se habían divorciado en 1972, mantenían una buena relación. Quería oponerse a que le hicieron la autopsia: “Ellos saben de qué ha muerto, aunque nunca lo van a decir”. El dictamen forense atribuyó la muerte de David Sánchez Morales a un infarto.

En el cementerio de Willcox, Arizona, en su tumba hay una placa en la que puede leerse: “David S. Morales, Sargento de Primera Clase del Ejército norteamericano”. 

Tenía 52 años.

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