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Derroche en los infiernos fiscales

José Francisco Fernández Belda / José Fco. Fernández Belda

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El autor plantea este espinoso y polémico asunto diciendo que hay dos grandes modelos político-fiscales en Europa. Uno de ellos “caracterizado por la amplia intervención estatal y los impuestos elevados (Big Government & High Taxes). El Estado se asegura en ellos un gran número de funciones, y para financiarlas recurre a un sistema impositivo voraz. Esta elección implica sacrificios significativos para una gran parte de la población, tanto en términos económicos como en materia de libertades individuales, debido al carácter restrictivo de los controles, las obligaciones y las sanciones que se han de soportar”.

En contraposición, si es que se pudiera hablar de dos modelos puros, el profesor Thierry Afschrift escribe: “Significativamente, en Europa los países que tienen una fiscalidad menos estricta, como Luxemburgo, Irlanda o Suiza, son los más prósperos y los que disfrutan de mayores niveles de protección social. Sea como fuere, no hay razón alguna para pensar que la gente no podría optar por un sistema en el que el Estado tuviera menos importancia y que, por tanto, no precisara de tantos fondos; un sistema, en definitiva, donde se hubieran de soportar menos cargas fiscales y sociales. De hecho, este sistema (Small Government & Low Taxes) es el que rige en los denominados paraísos fiscales, como el Principado de Liechtenstein, Mónaco y Andorra, y disfruta de la misma legitimidad que el otro, pues también ha sido sancionado por la ciudadanía”.

Como ambos sistemas o modelos han sido sancionados en las urnas por ciudadanos libres, son tan legítimos el uno como el otro y convendría distinguir entre el reprobable “fraude fiscal”, que es delinquir voluntariamente contra la legislación vigente, y la “evasión fiscal” que no es otra cosa que gestionar los bienes propios, honradamente ganados, de tal manera que se tribute lo menos posible y sin dejar nunca de respetar la ley. Este es el marco de trabajo fundamental de los asesores fiscales en cualquier país donde rija un sistema político democrático.

Como entre uno y otro modelo pueden existir diversos sistemas fiscales, la competencia en este terreno está a la orden del día, tanto entre estados como entre regiones dentro de una misma nación. Escribe Thierry Afschrift: “Los países que han optado por los Estados grandes y los impuestos altos tienen que comprender que a sus ciudadanos pueden atraerles otros que les exijan menos, y que, por eso mismo, decidan establecerse o invertir dinero en ellos. Quien decide abandonar su país por motivos fiscales no está haciendo otra cosa que, sin salirse de la legalidad, mostrar su desacuerdo con su Gobierno y otorgar su confianza a otro sistema. Lo mismo cabe decir de los inversores y los ahorradores”. “La críticas a este concepto se basa en el supuesto de que toda competencia fiscal que resulte perjudicial para los Estados es igualmente perjudicial para los ciudadanos de los mismos. Como si el interés del Estado se correspondiera necesariamente con el de la gente. Como si el nivel óptimo de fiscalidad fuera el que proveyera de más recursos a las arcas públicas”.

Mucha gente no sabe cómo materializar su descontento, indignación y bochorno ante el desvergonzado espectáculo diario de derroche que ofrecen nuestros políticos, gastando sin medida el dinero que nos han sacado de nuestros bolsillos, ganado con mucho esfuerzo. Desde el concejal al ministro pasando por los aparcados en las empresas públicas, así como las subvenciones a patronales, sindicatos, fundaciones de todo pelaje y condición, partidos políticos o sueldos de asesores, que en lo que atañe al asalto del tesoro público, casi todos parecen ser iguales. Los que hoy mandan pueden gastar a placer, nunca mejor dicho, mientras que los de la oposición aguardan su turno en la lista de espera. Supongo que las cosas no son siempre así, pero han de reconocer que así parecen ser. Las encuestas lo pregonan a gritos.

Probablemente, este estado calamitoso de cosas haga que muchos contribuyentes, mayormente pertenecientes a clases medias no especialmente económicamente pudientes, perciban estar viviendo en un auténtico infierno fiscal, sobre todo cuando ven a ciertos políticos ofrecer demagógicamente presuntos beneficios sociales, más “contantes y sonantes” a diestra (400 euros) que a siniestra (pleno empleo), sin cuantificar lo que ello implica. Es el estado del bienestar, proclaman sin pudor, pero siempre que ellos sigan al frente gestionando la “la cosa pública”, cuyo sólo nombre recuerda las formas y manejos de la otra “cosa nostra” en ciertas islas mediterráneas. Vistas así las cosas, y dado que no nos dejarán llegar al paraíso ¿no estaríamos mucho mejor, al menos temporalmente, en el purgatorio? Curiosamente, los paraísos prometidos acaban estando cercados por alambradas, dicen que para que los de fuera no entren y no para que los de dentro no huyan despavoridos hacia los infiernos exteriores. Dicen los de la cosa políticamente correcta que echándole talante al potaje se “digiere” mejor. Y si no le gusta el guiso, ¡Blanco, don José, se lo sazona!

José Fco. Fernández Belda

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