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La Diada

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Se ha puesto de moda entre los independentistas del prófugo de Waterloo llamar al presidente de la Generalitat de Catalunya “Isla” y no “Illa” para enfatizar su dependencia españolista. Se supone que hoy, 11 de setiembre, fiesta nacional catalana, lo harán más que nunca. Qué pesados. Pero es buena señal: para unos españolista, para otras independentista encubierto. Será la equidistancia.

Como dijo Roger Waters (ex Pink Floyd) en un concierto en Madrid en mayo de 2018, siempre hay que tener un guitarra hypi y de California. Pues también siempre hay que tener una cierta dosis de independentismo en tu vida, independentismo catalán quiero decir. Yo tuve la mía cuando intentaba conquistar a Olga cuyo hermano era militante del mítico PSAN. Carlos, así se llamaba, me invitó a ir con él a una de las “Sis hores de nova canço” de Canet, fui a muchas, y allí aparecimos con la bandera estelada. La conservé durante mucho tiempo. Pero de Olga no se supo res, sonreía mucho, eso sí, cosa que a los diecinueve años reconforta e ilusiona. Ocurría todo eso en verano, claro, entre Malgrat de Mar y Begur. Malgrat, donde nació Zenobia Camprubí, como me recordaría años después Georgina que también sonrió ante mi asombro ignorante. Zenobia fue el alma de Juan Ramón Jiménez. Portentosas catalanas, las amo.

Si estuviera en Barcelona hoy, me compraría alguna exquisitez, dulce o salada, en la “Foix” de Sarrià. En la de la plaza del mismo nombre, muy cerca de donde estaba la droguería “Reverter” en la que todavía pude ver a un joven Luis con mandilón detrás del mostrador. Después bajaría por Gran de Sarrià, exquisitamente peatonalizada hace ya tiempo, y haría una parada en el bar Tomás, las mejores patatas bravas del mundo: un plato supuestamente castizo en un barrio muy catalán. El pintor Marcos Palazzi Soler-Roig era un asiduo, y yo también le acompañaba.

Pero en la Diada de 2024 la cosa no puede ir solo de recuerdos, tiene que ir de futuros. Y el futuro catalán es bello, pese a quien pese. Desde la política, la política extrema, la derecha montaraz de ambos lados, se enturbió allá por 2012. Más de una década de sobresaltos y equivocaciones varias. Como se vio, no era solo un souflé y tampoco podía calmarse con ibrupofeno. Para recetas simples estábamos. Hacía falta cautela, sosiego y mucha mano izquierda , y mucho aguante. Y todo lo que todavía es necesario, financiaciones aparte.

Dejando de lado que se conmemora una derrota, cada 11 de setiembre es una alegría floreada. Es la última fiesta del verano, todavía suena la tenora de los bailes y orquestas de las plazas mayores de los pueblos. Casi puedo escuchar a la primigenia “Companyia Elèctrica Dharma” cuando los descubrí en Mataró, en el año de las luces. En Catalunya hace falta más Dharma, y mas festa. Salut i Visca Catalunya!

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