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Los diez libros canarios de Federico Utrera

Federico Utrera.

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El escritor y periodista Víctor Rodríguez Gago me ha invitado a participar en una encuesta elaborada entre 100 personas relacionadas con la creación literaria y científica, académica, crítica, periodismo, edición, librerías y gestión cultural, para seleccionar los 50 libros canarios más destacados de los últimos 50 años (1975-2024). La consulta es un simple juego que sigue al ya realizado por The New York Times en este año 2024 para confeccionar una lista de los 100 mejores libros en lengua inglesa del siglo XXI. 

Coincidí con Víctor Rodríguez Gago en los años mozos de una redacción legendaria como fue la del diario Canarias7 de Las Palmas de Gran Canaria en los años ochenta del pasado siglo. Jóvenes y mayores periodistas con fuste literario como el propio Gago nos asombraban a los que entonces surcábamos nuestra primera ignorancia, que dijo Cervantes. Eran todos ellos escritores de garra afilada y humor ingenioso que usaban sutilmente la metáfora y el adjetivo, recogiendo así la tradición literaria de la prensa española que comenzó Mariano José de Larra en Madrid y continuara Miguel Delibes en Valladolid: Vicente Llorca, Carlos Sosa, FJ. Chavanel, Cristóbal Peñate, Luis Socorro o Paco Moreno, –hoy encumbrado por méritos propios en la esfera audiovisual española–, tratábamos de superar con esfuerzo a ese enorme dinosaurio que era el periódico La Provincia, donde sobresalía la pluma del poeta Antonio Puente.

15 años después me llega esta encuesta, que contestaré asépticamente, pero que dada su excepcionalidad, me ha animado a escribir aparte este obituario: para mí, que también fui curioso editor y periodista literario de papel, ahora reconvertido en digital, el libro y el periodismo clásico, en la era de internet, han muerto o están en penosa y ya larga fase de extremaunción, que probablemente coincida con la mía. La red supone una revolución similar a la de la imprenta en el siglo XV, con una divulgación masiva del conocimiento y la información como supuso aquella extraordinaria época. Sin embargo, el envés de esta novedosa moneda ha supuesto que los técnicos analógicos que antes eran los minuciosos monjes copistas de los antiguos monasterios (periódicos y editoriales de papel) están pasando a mejor vida. En esta etapa de transición, vuelve el periodismo precario e indigente que tan bien ilustraran los cervantinos Rinconete y Cortadillo o más modernamente ese “pianista en el burdel” que glosara Juan Luis Cebrián. Regresa la era de los iconos (emoticonos se llaman ahora con agudeza) que ya en el antiguo Egipto constituían la caligrafía más popular y sencilla. Y junto con el desplazamiento del relato textual por el audiovisual, otro signo de nuestros tiempos, le han dado la puntilla a una era que, a mis 60 años, ya no siento irremediablemente como mía.

Así que, puesto ya el pie en el estribo, con menos vida por vivir de la que ya he vivido, rebobinando –y algunas veces también abominando– de un pasado más divertido que glorioso –a mi generación les marcaron los “felices ochenta” como a nuestros abuelos los “felices veinte”, con sus “cracks” económicos incluidos (1929 y 2008)–, repaso ahora mis 10 libros canarios acogiéndome en último lugar y con cierta sorna a la autocita que generosamente permite Víctor Gago. Con una salvedad: de mi escasa decena de volúmenes escritos en papel con los que castigué a mis lectores, escribí varios libros canarios (porque fueron editados en Las Palmas) y un par de ellos alcanzaron cierta fama: en el campo de la Política, y quien sabe si quizás de la Historia, mi primerizo Canarias Secreto de Estado (episodios inéditos de la Transición política y militar en las islas) obtuvo alguna notoriedad y cerca de alcanzar los 30 años de vida (1996) me siguen pidiendo ejemplares (el último anteayer). También se editó en Las Palmas Después de Tantos Desencantos (Vida y obra Poéticas de los Panero), que coincidió con la estancia en Gran Canaria de aquel genio y trastornado creador llamado Leopoldo María Panero, pero este tiene solo 15 años de recorrido y lógicamente posee más trecho cuantitativo en la Península y cualitativo en las Islas. Son los únicos que podrían mencionarse, pero por el escaso pudor que a pesar de mis oficios públicos todavía me queda, no los incluyo.

Por ello, como suele decirse, ni están todos los que son ni son todos los que están. En mi selección, la todavía cumbre literaria de don Benito Pérez Galdós debería sobresalir al menos con dos títulos por sus dos únicas novelas mudéjares de los Episodios Nacionales. Se ha quedado fuera su Carlos VI en la Rápita por la economía de espacios que me obliga a escoger solo una (Aitta Tettuen). Y en Arte faltaría alguna obra escrita de Manolo Millares, que he leído salpicada entre prólogos y poemarios, o de Juan Hidalgo, cuya escritura Zaj tampoco he acertado a encontrar en monografía. Hubiera incluido a Tomás de Iriarte por sus Fábulas Literarias (reedición) pero por cuestiones biográficas escogí finalmente al transgresor novelista Michel Houellebecq y al no menos controvertido dramaturgo Fernando Arrabal por sus libros titulados Lanzarote, que están también muy relacionados con mis peripecias vitales y literarias. El primero me cambió la vida cuando lo leí por azar en unas vacaciones en la isla de César Manrique, artista con quien incluso trabajé al alimón en la redacción de varios artículos, y el segundo me costó Dios y ayuda encontrarlo porque estaba editado en Suiza. 

Faltarían algunos más que mi quijotesca y abrumadora biblioteca, hoy arrumbada en desvanes y almacenes por culpa de forzadas mudanzas y traslados, los atesora en busca de un destino final más digno que el estercolero, que hoy el lenguaje políticamente correcto denomina más decorosamente Punto Limpio. Y como el sondeo admite los “libros favoritos o bien aquellos que, sin serlo, te parezcan los más influyentes”, y acepta la autorreferencia si existe “un impacto remarcable entre sus contemporáneos” o si contribuye “al autorretrato de los participantes a través de sus gustos literarios en relación con la tradición insular”, me he animado a incluir mi tercer otro libro mío “canario”. Está en el último lugar de la lista, aunque solo merecería ubicarse en otra candidatura de los “libros menos influyentes”. Y apostando doble contra sencillo que no lo ha leído nadie o casi nadie, siendo para mí el más apreciado, doy su título: Cordel de Extraviados fue prologado por mis maestros Juan Goytisolo, Premio Cervantes –que no se prodigaba en alabanzas y aún menos ajenas–, y por el histórico crítico de arte e historiador herreño Matías Díaz Padrón, laureado conservador del Museo del Prado. Ese volumen recoge mis artículos sobre Literatura y Arte, lo menos malo que soy capaz de hacer que diría Van Gogh, siendo mi despedida de dos décadas escribiendo sobre las Islas en un periódico que el editor Juan Francisco García y su familia supieron sacar adelante con la determinación de un oficio de titanes que también se extingue, y que por ello merecería también algún día un homenaje.

10 LIBROS CANARIOS DE FEDERICO UTRERA: 

1-  Galdós: Aitta Tettauen (reedición). 

2-  Michel Houellebecq: Lanzarote (novela). 

3- Lanzarote de Fernando Arrabal (Poesía). 

4- Andrés Sánchez Robayna: Canarias. Las vanguardias históricas (ensayo). 

5- Matías Díaz Padrón: Escritos sobre Rubens (Arte). 

6- César Manrique: Arquitectura inédita (Arte). 

7- Tomás Morales: Poemas de la Gloria, del Amor y del Mar (reedición).

8- Alonso Quesada: El lino de los sueños (reedición). 

9- Antonio Puente: El Sol en el suelo (ensayo), 

10- Cordel de Extraviados de Federico Utrera (ensayo). 

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