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El extraño caso del pesquero ruso
Un barco, un pesquero ruso de grandes dimensiones, se incendió hacia las 13.30 del sábado 11, cuando se encontraba atracado en el muelle Reina Sofía, sin que el fuego provocase daños personales. Como los sistemas contra incendios del barco no funcionaron correctamente, los bomberos desde tierra, y los remolcadores desde el mar, trataron de apagarlo, pero tampoco los dispositivos del puerto para hacer frente a este tipo de contingencias fueron eficaces, fracasaron en su intento de controlar las llamas de un barco atracado en el muelle. Dos hechos evidentes: el puerto no tiene un control de las medidas de seguridad, ni de las condiciones de navegabilidad de los barcos que recibe y, en segundo lugar, no cuenta con un sistema capaz de hacer frente a este tipo de catástrofes que, evidentemente, no son improbables en un puerto con el tráfico del puerto de La Luz y de Las Palmas
Ante esta incapacidad, las autoridades del puerto adoptaron la decisión de sacar el barco a alta mar, alejarlo de la costa; el argumento en que se basó esta decisión fue la posibilidad de la explosión de sus 1400 tm. de fuel, algo que los hechos posteriores desmintieron. Pero aún aceptando ese razonamiento ¿no hubiese sido más efectivo hundir de manera controlada el barco con lo que se eliminaba cualquier posibilidad de explosión de manera más rápida y efectiva? El barco estaría a unos escasos 30 metros de profundidad máxima, situación que haría perfectamente accesible el pecio, no se hubiese producido ningún tipo de derrame, la recuperación del combustible resultaría muy poco complicada y la superficie potencialmente afectada sería pequeña y fácilmente controlable.
La decisión de alejarlo implicó la peligrosa labor del remolque desde el puerto hacia alta mar de un barco parcialmente inundado y, por tanto, con su capacidad de navegación muy limitada. La sucesión de acontecimientos, desde la ruta seguida hasta su hundimiento al sur de Gran Canaria el día 15, no parece obedecer a ningún plan concebido para minimizar las consecuencias del accidente. La única novedad del extraño periplo fue que el incendio se extinguió solo, el barco no explotó y que se hundió, como era previsible, por la cantidad de agua utilizada para intentar apagar el incendio; el agua solo sirvió para terminar con la vida marinera del barco pesquero ruso.
Las decisiones adoptadas por las autoridades portuarias han tenido graves repercusiones ambientales y económicas. Las medioambientales son las derivadas del derrame, pero la suma de los costes del remolque, de los barcos y aviones movilizados, del control de los vertidos y, por último, el fletamento de un barco noruego, con robot submarino incluido, con el que sabremos la localización el pecio, la profundidad a que se encuentra, obtener algunas imágenes y poco más, es una cantidad de dinero enorme; porque si lo que pretender hacer es extraer el combustible que pueda quedar en los tanques, el costo económico de la operación resultaría inasumible para el contribuyente.
Los hechos están claros, lo que falta son explicaciones de los responsables de las decisiones adoptadas. Los ciudadanos debemos saber por qué el Puerto de La Luz no cuenta con un servicio de bomberos adecuado y cuál es el protocolo para el control de la seguridad de los barcos que utilizan sus instalaciones. Es de sentido común pensar que un incendio en un barco es mucho más controlable si este se encuentra atracado en el puerto que si está al alta mar y, como ocurre en los aeropuertos, debería haber un servicio de bomberos dotado de los medios adecuados en un gran puerto como es el de La Luz y de Las Palmas.
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