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¡Gracias por quedarte en casa!

Adolfo Padrón Berriel / Adolfo Padrón Berriel

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El hombre rebelde dice ¡NO! y se sorprende a sí mismo, tanto como atónito deja a su propio maltratador; y al hacerlo dice ¡SI!, un “si” rotundo a su conciencia como individuo y con ello, a su conciencia colectiva y se empodera. En ese momento, su dignidad renace, se le revelan la justicia y el derecho y descubre su fuerza. No hay marcha atrás: se reconoce en sus iguales, se agrupa y lucha.

El principal enemigo de la rebeldía es el miedo, el miedo mayúsculo a la libertad, a depender de uno mismo y convertirse en sujeto activo del presente y forjador del futuro. Al fin y al cabo, en la casa del amo sólo hay que obedecer, sobrellevar los correctivos y a cambio, casi siempre se obtiene techo, catre y algo de alimento. El patrono, conocedor de este hecho, se ocupa con eficiencia de que ese miedo persista: anula la autoestima del esclavo, no lo deja pensar, le muestra los peligros externos y lo hace acomodaticio -“tu vida me pertenece, pero es segura, porque mientras asumas tu papel yo velaré por ti; al fin y al cabo, eres incapaz de valerte por ti mismo”-. De vez en cuando, si alguien se desmadra, acude al castigo ejemplarizante; para eso cuenta con capataces agradecidos ?esclavos que mejoran su estatus a cambio de contener debidamente a los insurrectos- y con el beneplácito de las estructuras del poder, porque la ley ha sido hecha por hombres como él y siempre para ellos.

En estos días, en que una creciente multitud ciudadana se encuentra con su rebeldía, los aparatos de represión son llamados a endurecer sus actuaciones y muchos medios de comunicación se activan en su papel de distorsionadores de la realidad. La “democracia formal” se reivindica a sí misma y se defiende de quienes claman por hacer valer el concepto ético de “soberanía popular”, la misma que, en teoría, la justifica.

La criminalización de la protesta, la sordera del gobierno y el reconocimiento de su presidente a la “buena voluntad de la mayoría silenciosa que se queda en casa y no alborota”, el cacareo de los voceros que alertan sobre la “mala imagen” de España que generan las cada vez más extendidas movilizaciones, no persiguen otra cosa que acrecentar nuestro ancestral miedo como arma paralizante y ocultar el único hecho verdaderamente vergonzante: En cualquier país civilizado, en cualquier estado democrático, un gobierno que da la espalda a su pueblo, es desposeído de inmediato de la capacidad de representarlo y regir su destino.

Quedarse en casa, esperando con ello que vuelva la calma, que todo se arregle por sí solo, o que lo arreglen los amos, no sirve para otra cosa que para reafirmar nuestros votos como esclavos y nos convierte en cómplices mudos de la ruina a la que nos conducen.

Miembro de co.bas-Canarias y de Canarias Por La Izquierda-Si Se Puede.

Adolfo Padrón Berriel*

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