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La lección de Aminatou
Aminatou se plantó, sola y descarada, frente a la fuerza arbitraria de dos estados. Y les dijo aquí estoy, me han traído hasta esta isla en contra de mi voluntad y me yergo, pacíficamente, para defender mis derechos. Sólo pido volver a mi casa. Y los dos gobiernos no acertaron a encontrar la manera de reaccionar ante una mujer que no esgrimía armas ni alentaba revoluciones, una mujer serena, firme en sus convicciones que dijo ni un paso atrás, ni una cesión más, hasta aquí hemos llegado.
Un estado es capaz de responder y hacerse fuerte frente a una agresión exterior. Es capaz de combatir el terrorismo y la violencia de grupos armados. Frente al puñetazo en la cara, el estado apunta y dispara. Pero, ante alguien así, ante la dignidad no violenta de Aminatou que te saca las vergüenzas y te dice, señores gobernantes, es por ustedes que me veo privada de mis hijos y mi tierra, los estados no saben qué hacer sino presionarla, intentar hacerla desistir, engañarla y humillarla una y otra vez, pretender que pida perdón o que acepte ser una exiliada más, lejos de los suyos.
Y los confundidores de siempre se lanzaron a los caminos y a las plazas, mentira en ristre, para repetir su letanía, que si aquello era una maniobra del Polisario y de Argelia, que si Aminatou estaba siendo utilizada, que si el Gobierno español actuó movido por el humanitarismo y que por eso la dejó entrar en el país. Y hasta hubo quienes se atrevieron a decir que Aminatou no estaba en huelga de hambre, que en realidad se hartaba a comer por las noches. Lo dijo el cónsul de Marruecos, sí, pero él sólo cumplía el penoso papel de bufón en esta opereta. Lo triste es que muchos periodistas de alto copete y tertulianos de postín siguieron ese camino. A ninguno le escuché dar marcha atrás el día que Aminatou, reventada por las náuseas y deshidratada, tuvo que ingresar en el hospital. Al día siguiente tampoco los oí. Ni al otro, ni al otro.
Y para acabar, la traca final. Francia y Estados Unidos aciertan al fin con la sinfonía que la torpeza y la debilidad de España no le permitieron nunca tocar. Y Aminatou vuelve a casa. Mientras vuela, el convidado de piedra, es decir, el Gobierno español, emite una nota en la que asegura que en los territorios ocupados impera la legalidad marroquí, algo falso y cierto a la vez. Está claro que allí manda Marruecos de facto en contra de toda la doctrina jurídica de Naciones Unidas. Pero esto es lo único cierto.
Porque hablar de legalidad en un lugar donde la única ley que rige es la de la selva parece bastante arriesgado. ¿Quién puede hablar de leyes en una tierra donde hay decenas de presos de conciencia, donde te pueden quemar en una comisaría por sacar una bandera, donde le quitan el pasaporte a los ciudadanos porque sí, donde se viola la libertad de expresión, donde se censura a los periodistas, donde se pasan por la boina todos los días los Derechos Humanos? ¿Esa es la ley de Marruecos o es la ley del más fuerte?
Aminatou Haidar, con su gesto, ha roto por unos días el bloqueo informativo que se cierne sobre el Sahara con la complicidad de las grandes empresas periodísticas. La represión en El Aaiún, la violencia, las cargas policiales, la vigilancia a los activistas, los cercos en torno a sus casas, no son nuevos. Es cierto que estos días han sido más intensos, pero esta misma situación se viene repitiendo al menos desde hace cuatro años y medio, cuando estalló la Intifada saharaui. Otra cosa es que ahora hayamos tenido el foco apuntando hacia allí, algo que debemos, sin ninguna duda, a Aminatou.
Haidar nos ha enviado el mensaje de que en su tierra se cometen todo tipo de salvajadas contra la población civil desarmada, una gente que ha hecho de la resistencia pacífica una forma de vida. Si queremos que ese mensaje no se pierda, si valoramos en algo su lucha, exijamos de una vez por todas que la ley, pero la de verdad, no la de Marruecos, impere en el Sahara. Y, para empezar por algo sencillito, que al menos se respeten los Derechos Humanos. Los intereses de estado no tienen por qué ganar siempre la batalla. Me parece a mí que esta es la lección que nos ha dejado Aminatou. .
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José Naranjo
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