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Miedo y democracia

Antonio Morales Méndez / Antonio Morales Méndez

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Y mientras esto sucede nos van, poco a poco, minando el Estado, los derechos sociales y laborales y la democracia. Aceptamos sin más la eliminación de las cajas para regalárselas a los bancos; que se aumente la edad de la jubilación, que se reforme la constitución sin consultar a los ciudadanos; que se congelen los salarios y que las pensiones pierdan poder adquisitivo; que se nos imponga una reforma laboral que no logra más que cercenar derechos de los trabajadores; que el Gobierno inicie una política de ajustes que solo consigue crear más paro, pobreza y desigualdades sociales a nuestro alrededor; que determinados sectores empresariales nos vendan la idea de que únicamente se puede crear empleo desde la especulación y la barbarie urbanística o medioambiental (que si el gas, que si las prospecciones petrolíferas, que si sobran las leyes paralizantes que ordenan el territorio?). Según una encuesta reciente de El Mundo, el 65% de los trabajadores acepta un despido más barato; el 60% de los menores de 30 años apoya la creación de los “miniempleos” y de ellos el 56% está dispuesto a trabajar por un sueldo inferior al salario mínimo. El País también nos dice que muchos trabajadores se ofrecen voluntarios para participar en despidos colectivos por miedo al futuro de la empresa o a una reforma laboral agresiva.

Se trata de la constatación palpable del miedo. De cómo, despacito, nos van inoculando el miedo como la mejor arma de sometimiento posible de la sociedad. Nos van contaminando de la filosofía de la obediencia paralizante. Pero esto no es nuevo, viene de lejos, de siglos, aunque estamos viviendo una etapa de especial recrudecimiento. El filósofo Ricardo Forster nos habla de que Spinoza concibe el miedo como una pasión negativa que impide a los seres humanos elegir su camino y que los conduce a la ciega aceptación de la tiranía y la dominación. Para Hobbes, en cambio, el miedo es la manera natural de conseguir la convivencia pacífica. No existiría el Estado si no tuviéramos miedo al caos que significa la ausencia de autoridad. Es el miedo quien regula las prácticas políticas y sociales. Maquiavelo en “El príncipe” nos dice que los que ejercen el poder tienen dos maneras para conseguir el respeto de sus súbditos: ganándose su afecto o utilizando el miedo. Hace unos días en Público J.G. Fouce y L. Muiño se hacían eco de la tesis de Georges Lakoff que afirma que “el miedo es un instrumento sumamente peligroso que el neoliberalismo (que es sin duda mucho más que una teoría económica) lleva alentando y manejando desde hace mucho tiempo, como uno de los marcos de interpretación clave para entender la realidad y definirla”. Es lo mismo que defiende Naomi Klein en “La doctrina del shock” donde se hace eco de la afirmación del neoliberal Milton Friedman de que “solamente una crisis real o percibida produce cambios verdaderos”. Es el tiempo entonces para debilitar las libertades y eliminar los derechos civiles, para burlar la soberanía popular. En el momento cumbre del miedo y el terror (da lo mismo utilizar ejércitos que al Banco Mundial o al FMI para conseguirlo) es cuando se deben adoptar todas las privatizaciones y las medidas “liberalizadoras” de mayor calado, y si no que se lo pregunten a los chilenos, a los argentinos, a los paraguayos, a los guatemaltecos, venezolanos?y ahora a los europeos. Para Irene Khan, Secretaria General de Amnistía Internacional, “la política del miedo está generando una espiral descendente de abusos contra los derechos humanos en la que ya ningún derecho es intocable y donde nadie está a salvo”.

Nos han dibujado un escenario de miedos e incertidumbres que nos tiene absolutamente anulados. Es “La economía del miedo” (Galaxia Gutenberg) de la que nos habla Joaquín Estefanía en un documentado trabajo sobre la crisis y sus orígenes que no se puede dejar de leer. Para este periodista y economista “el miedo produce antipatía hacia el otro, cesiones continuas de derechos ante la posibilidad de inseguridad económica, impotencia ante las agresiones de los que aprovechan la crisis para lucrarse perjudicándonos, desafección respecto a los políticos que nos representan y que muchas veces no pueden actuar porque las decisiones más importantes se toman lejos de los Parlamentos?El miedo siempre ha sido un aliado natural del poder. Es una emoción que inmoviliza, que neutraliza, que no permite actuar ni tomar decisiones con naturalidad”. El miedo como arma de dominación política y control social, el miedo como destrucción masiva en la guerra de clases; un miedo de rostros inéditos que nos hace susceptibles de ser dominados; pánicos de consistencia líquida que “fluyen, calan, se filtran, rezuman?y nadie está a salvo de ellos, aunque siempre sean más los peligros que se anuncian que los que llegan efectivamente”.

La democracia retrocede en el Viejo Continente, pierde calidad y participación pública, mientras el mercado avanza en ausencia de normas y mediante abusos, escándalos y complicidades con el poder político (Estefanía), pero el miedo parece que nos ha atado a una especie de resignación sin límites. Es muy conocida una frase de Roosevelt pronunciada en su toma de posesión en 1933, metido de lleno en la crisis del crack de 1929: “A lo único que hay que tenerle miedo es al miedo mismo”. Quizás sea la hora de aplicárnosla y de reaccionar.

Antonio Morales Méndez

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