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Quicquid tetigerat aurum fiebat

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Todos hemos crecido escuchando en algún momento la fábula de Midas, aquel antiguo rey griego que recibió de los dioses el don de convertir en oro todo lo que tocaba. Aquel premio que según cuál fuera la versión que cogiéramos se revestía de tintes dramáticos al afectar bien a su propia hija o a los alimentos que trataba de llevarse a la boca. El mensaje que debíamos aprender de aquella narración y que todavía sigue teniendo actualidad es que debemos tener cuidado con las cosas que deseamos de forma desordenada, porque pueden provocar nuestra propia destrucción. Y para enseñarnos eso, los dioses griegos no tenían ningún remilgo en ayudarnos. Aunque el relato se ha ido suavizando con el paso de los tiempos, las versiones más antiguas de Midas nos llegaron de autores griegos como Heródoto, Pausanias o el propio Aristóteles. Si bien, fueron los escritores romanos como Ovidio (Metamorfosis XI, 85) e Higinio (Fábulas, 191.1) quienes acuñaron la frase que condenó a Midas: “que todo lo que toque mi cuerpo, se convierta en oro” (quicquid tetigerat aurum fiebat). 

Como podemos imaginar, el relato original es mucho más extenso y abundante en detalles. No es que Midas fuera un reyezuelo cualquiera a quien los dioses “castigaron” con ese toque áureo. Para empezar, ni tan siquiera era griego, sino que reinaba en el Frigia que se encontraba en el centro de la actual Turquía, y por tanto en un territorio intermedio entre Grecia y los poderosos imperios del Oriente Medio. Este Midas gobernaba de manera sabia, gozando del reconocimiento de sus súbditos y parece que sin estar agobiado tampoco por problemas económicos. Sin embargo, según el mito, se le presentó una oportunidad de negocio que no estaba dispuesto a rechazar. Le llegó la noticia de que Sileno, el sátiro que había criado al dios Dioniso-Baco (el dios del vino que venía de Oriente), se encontraba perdido por sus tierras. Midas pensó que intermediar para su recuperación se merecería una buena recompensa de parte divina y eso fue lo que hizo. Cuando se presentó ante Dioniso con Sileno sano y salvo, el dios le hizo esa petición que siempre es tan delicada: “pídeme lo que desees”. Lo que Midas tenía en mente era saciar un deseo interno que en su cabeza parecía totalmente justo y sensato. Asegurarse que nunca pasaría necesidad. Recibir una contrapartida económica por haber mediado en un asunto entre dioses, no debía ser interpretado como un acto egoísta por su parte, sino algo perfectamente aceptable dentro de las reglas del juego que entre los poderosos se llevan estilando desde el inicio de los tiempos. Lo que nunca pudo imaginarse Midas fue que su premio fuera, a su vez, el inicio de su propio fin. 

Cuentan los poetas romanos que, recibido el don, Midas lo probó inicialmente de forma comedida: toca una vara de madera y esta se convierte en oro. Al arrancar una espiga de trigo, su grano se transformaba en pepitas. Parecía que se cumplía lo que había previsto y su acto no tenía consecuencias negativas. A partir de este momento, se dedicó a aumentar sus riquezas, tocando todo cuanto estaba a su alrededor. Aquí las versiones cambian en función del dramatismo que se le quiera dar. Según Aristóteles, Midas acabó exiliado de su reino, muriendo de hambre dado que cada vez que trataba de llevarse un alimento a la boca, este se endurecía automáticamente convertido en oro. Otra versión señala que el poder que Midas había recibido alcanzó también a su propia hija. En un momento en que su desesperación por las consecuencias que el don recibido tenía la abrazó y esta quedó convertida en estatua dorada al instante.

Durante mucho tiempo se creyó que Midas no era más que un personaje mitológico que los griegos y romanos utilizaron para protagonizar un relato que buscaba prevenirnos de los peligros de desear riquezas de forma desmedida. En el siglo XX se descubrió que sí que existió un rey al frente del territorio histórico de Frigia llamado Mittaa, quien gobernó en el siglo VII a.C. y que mantuvo buenas relaciones tanto con las ciudades griegas como con el imperio asirio, que gobernaba los territorios de Oriente en esos momentos. Frigia además era reconocida por los antiguos como una tierra rica en metales preciosos, en especial oro y plata. No resultaba desacertado, pues, que los autores antiguos hubiesen buscado inspiración en este personaje, aunque la parte divina del relato fuera totalmente inventada. 

Sin embargo, los relatos de la mitología antigua que nos han llegado siempre han tenido la cualidad de ser acertados descriptores de la gran mayoría de las costumbres humanas. Por eso el mito de Midas no deja de tener validez a lo largo de la historia de la humanidad. Sería ingenuo pensar que no pudiera darse el caso de que el rey de un país, sin especiales problemas económicos y gozando del favor de su pueblo, encontrase la oportunidad de hacer un favor a gentes (o dioses) provenientes de Oriente Medio. Que como resultado de mediar en ese “negocio”, considerara justo y legítimo recibir una contrapartida. Y mucho más que esta consistiera en poder tener garantizado para él y su descendencia el futuro económico. Nadie podría pensar que, como resultado de una actuación tan propia de reyes como esta, se pudieran poner en marcha las fuerzas del caos, para generar una cadena de sucesos que pudieran llevarse por delante no solo su corona, sino también el propio futuro de su descendencia. 

Ovidio e Higinio abrieron la puerta en sus relatos a que Midas no terminara tan mal parado como en las otras versiones. El rey se dirigió a los dioses para que hicieran desaparecer este don áureo. Finalmente, los dioses se apiadaron de él, le recomendaron que se lavara las manos en un río y así podría deshacer lo errores cometidos. Por esa razón, explican los griegos se pueden encontrar pepitas de oro en los ríos. En este final alternativo hay un matiz que no hemos visto en los relatos anteriores: Midas reconoció su pecado y oró sincera y humildemente por el perdón al reconocer que había sido su egoísmo el causante de los males. Por esta razón fue absuelto y pudo recuperar a su hija y su anterior vida. Pero claro, esto parece que solo pasa en la Mitología.

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