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Tortas como goles

Cristóbal D. Peñate

Dos padres se liaron a tortas el fin de semana en Telde por un quítame de aquí estas pajas. Al parecer discutían por el lance de un partido de juveniles entre el Telde y el Guía. Ambos son progenitores de jugadores de uno y otro equipo, y mientras sus hijos jugaban dentro del campo, ellos protagonizaron el incidente extradeportivo más penoso de la jornada. Lo único que les une a los dos contendientes es que tienen un hijo futbolista y que ambos se llaman Mauricio.

Quizá debieron creer que junto al campo de fútbol había un gimnasio de boxeo y por eso los púgiles iniciaron su singular pelea a la vista de todos: futbolistas y público en general. El público en general que suele acudir a estos partidos de juveniles está formado por los propios familiares de los jugadores, por lo que todo queda en casa.

No es este el primer episodio violento en torno a un campo de fútbol. Recientemente pudimos ver también las lamentables imágenes de una pelea colectiva entre jugadoras en mitad de un partido femenino jugado en Gran Canaria entre Las Coloradas y Las Majoreras, que representan a barrios igual que podrían representar a una comparsa o una murga, dicho con todos los respetos para que no se me enfade mi hija carnavalera.

Tras la pelea de Telde uno de los padres acabó hospitalizado con la nariz rota y un ojo lastimado que precisó de cirugía y que incluso corre el riesgo de perder. Viendo las imágenes uno siente vergüenza ajena pero tampoco puede uno alejarse de ellas como si no fueran nacidas de la condición humana, sin pensar unos instantes lo que habríamos hecho cualquiera de nosotros en un caso parecido.

Odio la violencia, como cualquier persona con dos dedos de frente, pero no sé cómo reaccionaría si alguien me da un cabezazo. Estoy seguro que no sería tan buen cristiano como para poner la otra mejilla. Lo más probable es que tratara de defenderme y la emprendiera a puñetazos con el agresor, como hizo el padre que finalmente quedó menos dañado en la contienda.

Con esto no estoy justificando la tunda, aunque un hombre que agrede a cabezazos no es digno de entrar en el reino de los cielos, ni tan siquiera a un campo de fútbol donde juegan pibes de 16 o 17 años, aunque entre ellos esté también su hijo.

Una cosa es discutir con las palabras, por muy groseras y soeces que sean, y otra bien distinta emprenderla a golpes con alguien por el nimio hecho de discrepar o de ser aficionado del equipo de enfrente en un simple partido de fútbol. Hay palabras insultantes que hieren, pero es la agresión física la que más duele. Y si no que se lo pregunten a Mauricio.

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