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Un triste aniversario

José Naranjo / José Naranjo

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El viaje, siempre de noche, transcurrió sin problemas. Pasadas unas horas, las luces de la costa de Fuerteventura comenzaron a titilar a lo lejos. Allí estaban Gran Tarajal, el Faro de la Entallada y la muy luminosa Morro Jable, paraíso de los turistas. Con las primeras claridades del día, la barquilla enfilaba ya hacia el muelle. Sin embargo, el patrón quiso alejarse de lugares habitados y buscó la tranquilidad de las escarpadas costas al sur de Morro Jable.

En este punto, algo falló. Abdoula no vio unas rocas semisumergidas y chocó contra ellas, destrozando la barquilla. Y vino el desconcierto. Los diecinueve jóvenes y los dos patrones cayeron al agua y comenzaron a nadar hacia la playa. Sin embargo, nueve de ellos no llegaron nunca y la mar se encargó de ir escupiendo sus cuerpos por la playa de La Señora ese mismo día y los siguientes. Dos cadáveres no fueron recuperados jamás.

Todo sucedió el sábado 24 de julio de 1999 al sur de Fuerteventura. En los años siguientes, muchas pateras se estrellaron literalmente contra las rocas de esta isla y también de Lanzarote, sin que a nadie pareciera importarle. Luego, ya en 2005, aparecieron los cayucos y sólo en un año murieron casi mil chicos. Y llegaron 2006, 2007 y 2008. Y en estas hemos llegado hasta aquí. Hace apenas una semana, otros tres africanos sacrificaron sus vidas en una barcaza que llegó a El Hierro. ¿Quiénes eran? ¿Quién se acuerda ya de ellos, salvo unas madres y unos hermanos angustiados que ahora mismo estarán sufriendo allá, en África, porque no han tenido noticias de los suyos?

El próximo sábado por la mañana, justo una década después del primer naufragio de inmigrantes conocido en las costas canarias, distintos colectivos sociales de Fuerteventura han organizado un homenaje en la propia playa de La Señora en recuerdo de los más de 3.000 chicos que han perdido la vida entre África y Canarias a lo largo de esta década negra. Pero el problema de este aniversario es que, dentro de otros diez años, tendremos que volver a juntarnos en respetuoso silencio porque la riada de muertos habrá aumentado y en lugar de 3.000 serán muchos más.

Mientras no cambien las razones profundas que mueven a los jóvenes africanos a salir de sus países y desde Europa sigamos sin comprender que las vallas y la dureza de las leyes no van a impedirlo, sino todo lo contrario, que en realidad lo que hacen es seguir alimentando este genocidio estructural, mientras esto no cambie, repito, tendremos que seguir lamentando muertes inocentes. Y como me parece a mí que el grado de civilización de un pueblo debería medirse, no por su tecnología ni por sus hazañas culturales o científicas, sino más bien por la forma en que recibimos a los que llegan de fuera, por eso mientras sigan muriendo chicos en nuestras playas no se puede decir otra cosa sino que nuestro proyecto colectivo de convivencia es un fracaso. Aunque la mayoría prefieran mirar para otro lado.

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