Espacio de opinión de La Palma Ahora
Todo lo que sé de los hombres
Los trozos de goma se amotinaban alrededor intentando hacer desaparecer su presencia. Nadie luchó, ni barrió, porque eso no sucediera.
Locos y solitarios, terriblemente habladores; pecan, porque no saben qué otra cosa hacer para reivindicar lo fascinante y complejo de las voces. El tiempo corría más que las palabras por una cuesta mucho más inclinada que la de ellos. Y perros ebrios y empapados de lágrimas de otros recorrían el camino de Santiago, iban con la ilusión a punto de dimitir del que todavía cree que hay magia y razones para confiar en ello. Aunque con lenguas de estropajo, sediento y poco abultado, seco, reseco, muy utilizado, decepcionante, y aún se arrastraban, y aún con sillas clavadas en el camino no se paraban a descansar, bajaban todos por la cuesta, la colina detrás, no querían fantasías y aún así le suplicaban al destino que un dragón les quemara vivos con la última cara que se te queda cuando descubres que era verdad, que no todo estaba perdido en su búsqueda.
Tener la superioridad inferior de saberse mayor que otros es un sentimiento que se catapulta al fracaso social, porque los tontos llaman locos a los inteligentes, y el ostracismo en las aulas de arena y volátiles jaulas de acero se ciernen sobre todos, futuro, basta. Las gomas seguían llamando a sus tropas, creciendo la muralla creada para borrar... errores.
No hay tiempo ni existe esperanza, tampoco paraíso que espere lo suficiente, no hay oportunidades ni fáciles caminos, solo opciones. No invierten en ciudadanos del futuro, sino en ciudadanos del presente, un presente alienado en las preocupaciones prioritarias que se reducen a una pluma caída en el desierto de la realidad, pero eso a nadie le importa, nadie barre ni limpia plumas caídas, nadie ruge, solo mata leones, solo asesina guerreros de letras.
Música, acompañante sempiterno de las musas, atraviesa las barreras de vaho, empañador de cristales, de espejos que se decoran con bocetos simples de las personalidades paralelas, esas que seríamos sino fuéramos lo que somos, y corriendo vienen a acariciarte, a prometerte que nunca cumplirán promesas hechas susurros en tu mente, esos oasis, solo reflejos de los deseos señoriales de tu mente enferma, de tu alma revuelta que no encuentra postura en la almohada. Perro muerto. Cuervos que ya no comen. Peces que han dejado de nadar y se precipitan al vacío oscuro de lo desconocido. Gomas que ya han llegado a tus labios dispuestos a robar el último rastro de esa literatura que tanto defiendes. Calla. Te dicen. Esto es la guerra y ya no hay tiempo para tus búsquedas internas. Calla. Y mata, tírate por fin por ese acantilado que te rodea, que te convierte en isla, que te hace fuerte e independiente y que te aterra.
Locura... La que tienen los otros. Pensaron que el coliseo era la mayor obra de arquitectura para entretenimiento y sangre, no vieron la cúpula del cielo y que bajo ella se sucedían las mejores batallas, las más divertidas y vergonzosas, las más inútiles e ineficaces, las más abiertas en canal por el sentido primario de la estupidez humana. Las mejores gradas; los edificios hechos con libros quemados en hogueras. Cultura muerta sobre la que se sientan traseros inquietos.
Enlace de la canción de Damien Rice que ha inspirado este artículo: https://www.youtube.com/watch?v=CkdjaxYSMZ4
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