Julio Cuenca

28 de octubre de 2021 20:56 h

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Hasta que fueron descubiertos hace muy poco tiempo, nada se sabía sobre la existencia de los templos-observatorios astronómicos subterráneos excavados por los aborígenes canarios, que se han encontrado ocultos bajo otra apariencia y funcionalidad, recientemente, en lugares de Gran Canaria como Risco Caído (Artenara) y en la localidad troglodita de Tara, en Telde. Además de un tercero, de menor complejidad, en las Cuevas de Las Brujas, Barranco de La Angostura, Agüimes. Existen otras cuevas excavadas donde por su especial orientación, se pueden registrar eventos astronómicos puntuales, de los que también hablaremos en próximos artículos.

Estos ingeniosos instrumentos astronómicos son auténticas cápsulas del tiempo, que aún en la actualidad siguen funcionando con absoluta precisión para señalar el momento de la llegada de los equinoccios y solsticios con una precisión que sobrecoge a quien está dentro de estas cámaras oscuras, cuya arquitectura nos era desconocida hasta ahora. Son auténticos tesoros arqueológicos, de un valor científico y patrimonial fuera de toda duda. Probablemente los hallazgos más importantes de los producidos hasta ahora en la dilatada historia de la arqueología canaria. Pero estos monumentos arqueológicos son, además, los instrumentos astronómicos prehistóricos para la observación de la llegada de las estaciones, más avanzados y precisos de cuantos existen. Por eso, uno de estos templos astronómicos de los antiguos canarios ha sido valorado como Patrimonio Mundial por la UNESCO. 

Los observatorios astronómicos de los canarios ancestrales fueron diseñados, construidos y orientados para hacer un seguimiento preciso de los movimientos del Sol a lo largo del año trópico (intervalo de tiempo entre dos pasos consecutivos del sol por el punto Aries o equinoccio de primavera ). Una unidad fundamental para la cronología y para establecer el calendario que les permitía regular las actividades económicas, religiosas y sociales.

Estas construcciones estaban orientadas de tal forma que no había prácticamente margen de error, porque sus diseñadores los construyeron orientándolos hacia la salida del sol de los equinoccios, es decir, hacia el Este, de modo que la luz de Magec entrara en su interior atravesando un conducto excavado a la altura de los techos con formas de cúpulas semiesféricas. Así sucede en el templo astronómico de Risco Caído, donde los rayos de luz del sol penetran, aún en la actualidad, en su interior todos los días, apenas asoma el disco solar sobre el horizonte montañoso, entre los meses de marzo y septiembre, es decir, entre los equinoccios de primavera y de otoño, atravesando el conducto que ha sido tallado intencionadamente para que esos rayos de luz adopten formas determinadas que se proyectan sobre los grabados en bajo relieve que representan el triángulo púbico. 

Estas imágenes, que encierran un relato visual, van cambiando a medida que el sol se desplaza, aparentemente, desde el Este hasta la posición más septentrional que alcanza en el solsticio de verano para, a partir de ahí, volver sobre sus pasos de nuevo a la posición de la salida del sol en el equinoccio de otoño. Después, a partir del equinoccio de otoño, la luz del sol ya no penetra en la cámara principal del templo astronómico, pero sí lo hace en una segunda cámara artificial. Y será la luz polarizada de la luna llena la que entre por el mismo conducto entre los meses de octubre y febrero, proyectando también imágenes o formas que se desplazan por las paredes iluminando, en este caso de forma tenue, los grabados que representan el pubis triangular femenino.

Estos dispositivos para la observación astronómica fueron construcciones diseñadas probablemente por sacerdotes-astrónomos, portadores de un conocimiento milenario transmitido de unos a otros por generaciones. Ellos eran los responsables de garantizar la supervivencia del grupo, llevando el control del calendario, la custodia de los graneros colectivos, los rituales propiciatorios, la gestión de los santuarios, maestros en el arte de la guerra, eran los faykanes, que refieren los primeros cronistas.

La elaboración de un calendario era el objetivo que perseguían los constructores de estos templos astronómicos, un instrumento que permite la organización compleja de una cultura que fundamenta su base alimenticia en una agricultura de subsistencia basada en el cultivo de cebada y trigo, además de contar con otras fuentes de alimentos derivadas de la explotación ganadera de cabras, ovejas y la cría de cerdos, así como la pesca y recolección de productos del borde costero. 

Pero si fallaba la cosecha del cereal por una sequía prolongada o lluvias excesivas en el momento inadecuado, una plaga de langosta, etcétera, la hambruna podía presentarse cuando se vaciaban los graneros, entonces entraban en juego otros mecanismos, como el racionamiento incluso la práctica del infanticidio, como refieren las crónicas y las pruebas arqueológicas. 

El control de un calendario resultaba entonces vital y necesario, porque la siembra y la cosecha se suceden según ciclos que han de respetarse de modo estricto para no poner en peligro la supervivencia del grupo. Descifrar los ritmos astronómicos se convierte por tanto en una dedicación fundamental y en una prioridad que incide en la sacralización del sol y la luna. Para el cálculo cíclico del tiempo, la luna es la guía principal, pero la determinación de las estaciones y por tanto del momento adecuado para siembra -actividad muy delicada y que realizada con antelación o retraso puede tener resultados catastróficos sobre la cosecha- suele ser también necesario un conocimiento de los ritmos solares. La determinación de solsticios y equinoccios se convierte en una actividad que suele recaer en los especialistas en lo sagrado que confeccionan los imprescindibles calendarios que, en algunos casos tras milenios de perfeccionamiento, llegaron a precisiones asombrosas.

Es probable que los canarios ancestrales tuvieran un sentido circular del tiempo en lugar de un sentido lineal o progresivo como el que tenemos nosotros actualmente. Esto significaba que, además de tener la necesidad de celebrar rituales para mantenerse en armonía con las fuerzas espirituales de la naturaleza, tenían que realizar también rituales en momentos críticos, para asegurar que la naturaleza circular del tiempo continuaría girando otro año más. El tiempo circular también significaba que ciertas épocas del año eran sagradas y en consecuencia, deberían ser objeto de rituales, como eran la llegada de los cambios estacionales. Probablemente el equinoccio de primavera y el solsticio de verano, fueron de los momentos sagrados más importantes de esta antigua cultura insular.  

Esta idea del carácter circular del tiempo, que se repite año tras año y que debe ser reforzada por ritos propiciatorios, es lo que convierte estos observatorios astronómicos también en almogarenes o lugares de culto y ritual. No es casualidad que tanto el templo astronómico de Risco Caído como el de Tara estén dedicados a los cultos y rituales relacionados con la madre naturaleza, con el ciclo de la vida, de ahí la presencia significativa de las representaciones como ideogramas del triángulo púbico femenino en forma de grabados, con los que interactúa la luz del del sol, el gran fertilizador, Magec, la principal deidad de los canarios ancestrales.

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