“Había escenarios inimaginables incluso para nosotros”, dicen los bomberos de Gran Canaria desplazados a Valencia
La población de Valencia está en una “cresta emocional” tras la DANA que golpeó a la comunidad autónoma el pasado 29 de octubre, explica el psicólogo y bombero del Consorcio de Emergencias de Gran Canaria Carlos Fernández Villanueva a su llegada a la isla desde la zona afectada por la gota fría.
Villanueva advierte de que hay niños que se sienten culpables, tal como pudo comprobar, e incide en la necesidad de atender a la infancia, juventud y a personas con patologías previas como depresión cuando “esta montaña emocional generada por el poder de la ayuda pase, cuando todo se calme”.
Tras el estupor y la desorientación inicial de la población, centrarse en las tareas de reconstrucción canaliza la sensación de abandono y el profundo impacto emocional inicial, y parte de la ayuda también ha consistido en “escuchar, entenderles y ayudar a sobrellevar la situación de una manera más lógica con la ayuda en tareas de rehabilitación”, apunta el cabo Javier García, también recién llegado a Gran Canaria en un grupo comandado por el oficial, Mario Beltrán, siempre bajo la organización del Gobierno canario.
En una de las intervenciones, un abuelo contó que su nieto tenía sentimiento de culpabilidad y realizaron con él una pequeña intervención, así como con un adolescente para el que el abuelo, nuevamente, pidió ayuda porque llevaba tres días sin parar de llorar, pero “para este tipo de servicios tienes que estar in situ para detectarlos porque estas personas no llaman pidiendo esta ayuda”, advierte Villanueva, quien explica que hay trabajadores sociales en el terreno, hablan con los vecinos y “desde que se sueltan, se vienen abajo y acaban contando situaciones personales muy duras”.
Es cierto, advierte, que como en todas las desgracias, a quien más va a afectar es a las personas que tenían patologías previas, como ansiedad o depresión.
“Ese perfil lo va a llevar peor, hay que darle la importancia que tienen esas víctimas, niños, adolescentes y no tan niños. En la pandemia no nos preocupamos de ellos y no debería volver a repetirse”, subrayó Villanueva, integrante del Grupo de Intervención Psicológica en Desastres y Emergencias del Colegio Oficial de Psicólogos, que ya ha compartido cuentos infantiles para que los más pequeños no desarrollen sentimiento de culpa y trípticos dirigidos a la adolescencia.
En estos momentos “la gente está bien, está a tope para recuperar sus viviendas, sus coches, sus vidas. El problema en estas situaciones viene en el después, al bajar de esa montaña rusa habrá necesidades importantes de atención psicológica”, si bien la página abierta para pedir profesionales se tuvo que cerrar de la cantidad de psicólogos que se apuntaron, así que habrá cobertura suficiente.
Según Villanueva, es comparable a esas situaciones de trabajo “de semanas a piñón sin descanso” tras las que, “de repente, paras y te pones mal porque las defensas bajan”.
Asimismo, explicó que el principal sentimiento de rabia detectado en las calles de Valencia estaba muy vinculado al comportamiento político y a la indefensión, una situación en la que los voluntarios aportaron el contrapeso. “Los vecinos parecen una gran familia ayudándose mutuamente y son los auténticos motores para salir de la situación, ni equipos de emergencias ni nada, los vecinos”.
Inimaginable
“Avanzábamos kilómetros y kilómetros y siempre era lo mismo”, subraya Mario Beltrán. Había tareas para realizar por doquier “a derecha e izquierda”, apostilla el cabo.
“Estamos habituados a intervenir en escenarios controlables, pero aquel era incontrolable, inimaginable incluso para nosotros, no parábamos de hacer achiques, localizar víctimas, abrir puertas, atender incluso animales, era un no parar, estábamos en una burbuja”, agrega.
Ahora comienzan a restablecerse algunos servicios esenciales como luz o telefonía, “algo que consideramos básico y no le damos ni la importancia que tiene”, comienza a regenerarse la red básica para poder reestructurar el resto de trabajo, pero queda “mucho, mucho por hacer”.
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