Alberto Santamaría, escritor: “Tenemos literatura porque sabemos que nos vamos a morir”
“Y un día la fábrica cierra. No es una sorpresa, pero sí la constatación de que algo se derrumba. Es febrero de 1992. Luego escucho música mientras mi padre habla con alguien en el descansillo, frente a la puerta de casa. Ignoro todo, pero me fascina el momento. Han luchado para que esto no ocurra”. Han luchado y han perdido. Son personajes de ficción, pero también personas de carne y hueso, que viven y se debaten en el marco de una novela de la que la cita anterior es un fragmento. Se titula 'Barrio Venecia' (Lengua de Trapo, 2023) y es la segunda que escribe Alberto Santamaría, una ficción-no ficción en la que el autor retrata el paisaje y el paisanaje de un barrio como Candina, su barrio, en Santander. Contrariamente a lo que pudiera esperarse, el resultado no es desolador ni melancólico, sino que se reviste de la extraña dignidad de quienes luchan, resisten y hablan “con la autoridad que da el fracaso”, parafraseando a Scott Fitzgerald. 'Barrio Venecia' es también el retrato de la relación de unos hijos con sus padres, a los que se acaba de comprender y respetar siempre demasiado tarde, y del surgimiento en la adolescencia del compromiso ideológico y del ansia de belleza.
Alberto Santamaría Fernández (Torrelavega, 1976) es poeta y filósofo, además de profesor titular de Teoría del Arte en la Facultad de Bellas Artes de la Universidad de Salamanca. Su obra abarca desde la poesía hasta el ensayo, en el que que cruza la estética y la política. Vive dentro del sistema académico, aunque no lo aparente, siempre a lomos de la contracultura, y con una querencia irrenunciable por el movimiento punk, la estética postindustrial y las brasas de un marxismo que todavía calienta su pensamiento. Cuando acababa de publicar su ensayo 'Un lugar sin límites' (Akal), se descuelga ahora con una remembranza literaria del barrio de su infancia, una barriada obrera que surgió a bocamina de una fábrica química que le dio nombre, en una zona depauperada de la ciudad que se inundaba periódicamente y que ni siquiera aparecía en los mapas de la época. 'Barrio Venecia' fue aquel barrio de la posguerra con chamizos y de eso va esta novela. Grafómano empedernido, tiene dos nuevos trabajos en la recámara. En los próximos meses publicará 'Lukács y los fantasmas', donde hace una lectura del libro 'Historia y conciencia de clase', que justo ahora cumple 100 años. También ha dado por concluido un viejo proyecto sobre la literatura de J. G. Ballard, su adorado referente.
'Barrio Venecia' es un nombre irónico, previo al de Candina. También es el nombre que ha elegido para su novela. ¿Puede describirme ese Santander que no aparece en las guías turísticas, el que queda fuera de los mapas?
Es un nombre irónico y es un nombre trágico. Barrio Venecia era el nombre original del lugar que hoy se conoce como Candina, en Santander. Se llamó así porque tras la Guerra Civil muchas familias pobres se instalaron allí con pequeñas casas de madera mal construidas, sin ningún tipo de cimiento, así que cuando subía la marisma el barrio quedaba completamente anegado. Era casi una especie de distopía climática. Cuando el barrio sufría estas inundaciones, que era algo muy habitual, la gente se lo tomaba con humor trágico y se comunicaban entre sí a través de pequeñas barcazas. Pero era un lugar terrible, lleno de enfermedades y miseria. Estas casas fueron derribadas y el lugar dio paso a una fábrica de productos químicos, Candina, y sobre esa marisma se edificaron casas para los obreros. Entonces el nombre de la fábrica dio nombre al barrio. Y sobre ese espacio trata mi novela. Sobre ese lugar en la década de los ochenta y noventa del siglo XX. Por otro lado, no salir en el mapa de la ciudad era una de esas cosas graciosas de Candina. Recuerdo que mirábamos, sin excesivo interés, los mapas de la ciudad en los ochenta o noventa, sobre todo los planos para turistas, y parecía realmente que había un abismo, un hueco enorme justo allí donde estaban nuestras casas. Como en un mapa medieval donde el mundo acababa en los bordes, la ciudad terminaba allí donde empezaba nuestra vida. El mapa creaba el territorio y, por tanto, nosotros no formábamos parte del territorio. Eso daba mucho juego a la imaginación. Seguíamos con el dedo la superficie del plano hasta llegar al borde del papel, pero nunca llegaba hasta nosotros.
Como en un mapa medieval donde el mundo acababa en los bordes, la ciudad terminaba allí donde empezaba nuestra vida. El mapa creaba el territorio y, por tanto, nosotros no formábamos parte del territorio
¿Dónde empieza la ficción y dónde la realidad en la novela 'Barrio Venecia'?
No es tan fácil de distinguir dónde empieza y dónde acaba ficción y realidad, ni siquiera para mí que lo he escrito. Creo que todo tipo de ficción siempre es ficción biográfica, pero al mismo tiempo todo intento de autobiografía supuestamente veraz o de no ficción posee toneladas de ficción. Somos animales en busca de orden y por eso parece que estamos más seguros o que poseemos un mayor control sobre lo que pasa si tenemos la certeza de que lo que leemos es ficción o no. Pero da igual. Solo son etiquetas. En esta novela se mezcla constantemente ficción y no ficción, pero sucede exactamente igual cuando recordamos o contamos algo acerca de nuestra vida y experiencias. Hay una pugna en nosotros entre el animal que ansía un orden que otorgue seguridad y el otro animal que somos, que busca huir de toda certeza y prefiere narrar sin restricciones de orden.
¿Un autor puede desprenderse de su pasado y escribir sobre otra realidad o lo lleva siempre a cuestas como un fardo?
Al menos yo tengo la sensación de que llevo dando vueltas a un mismo tema desde hace muchos años. Decía J.G. Ballard, uno de mis autores favoritos, que uno debe ser fiel a sus obsesiones, que debe creer en ellas, que hay un idioma a descifrar en esas obsesiones. En mi caso, llevo algo más de 15 años acercándome lentamente a un territorio que me gustaría lograr dibujar. Me refiero a la obsesión por esa realidad que desafía al orden supuestamente racional y estable. Por eso me gustan los desguaces, las afueras, el descampado, el óxido, etcétera. Toda esa belleza marginal. Y esto aparece en mis libros de poesía, de filosofía, y en todos mis proyectos literarios. Hay algo en los residuos que me fascina, un lenguaje que habla de nuestra realidad y de nuestras crisis, de nuestros deseos y nuestras expectativas.
Hay algo en los residuos que me fascina, un lenguaje que habla de nuestra realidad y de nuestras crisis, de nuestros deseos y nuestras expectativas
Lo que vivió, el espacio y las personas que conoció, ¿hasta qué punto alimentaron su compromiso ideológico?
La política, entendida como un conflicto ante la desigualdad, impregna cada página que he escrito. Incluso aquellas que parecen más alejadas de lo comúnmente llamado político. Ahora bien, como escritor, mi compromiso más radical es con el lenguaje y con la imaginación, solo desde ese registro puedo entender el compromiso ideológico en la escritura. Quiero decir: el carácter político de una obra no está simple o únicamente en el contenido de la misma, sino en el mero acto de la práctica cultural. Alguien que tras un trabajo de mierda, de ocho o diez horas, es capaz de leer un poema o escribirlo, ahí hay un gesto radicalmente político dentro de la sociedad capitalista que nos atraviesa. El carácter emancipatorio de la cultura está en su mera existencia dentro de una sociedad que premia lo opuesto. Perder el tiempo con la poesía, por ejemplo. Aprender “a perder el tiempo”, eso sí que es importante. En fin, volviendo a la pregunta, todo aquello que yo viví en un barrio como Candina, de espaldas a la ciudad, alimentó sin duda mi compromiso político y mi militancia. Crecí en una familia de izquierdas que no esquivaba el debate político en casa, y eso fue importante para mí. Pero también aprendí a no ser sectario y a comprender el compromiso desde ángulos diversos. De eso también trata parte del libro.
Alguien que tras un trabajo de mierda, de ocho o diez horas, es capaz de leer un poema o escribirlo, ahí hay un gesto radicalmente político dentro de la sociedad capitalista que nos atraviesa
Hay personas que desprecian la ideología. ¿La desideologización no es una postura ideológica?
Ideología es un concepto con demasiadas aristas. En cualquier caso, hoy tiene una función de apoyo, algo así como un soporte que nos permite sentir que no estamos solos. La ideología no nos aporta conocimiento, sino que nos permite ordenar o al menos encajar algunas piezas de nuestra vida, y aparta la soledad. También sirve para reforzar nuestros delirios. Esto se ha acuciado aún más con las redes sociales. Por otra parte, podemos entender la ideología como una posición de clase o de lucha. En cualquiera de los casos, no existe un grado cero de la ideología. Somos ideología. Por eso resulta ridículo cuando se dice que hay desideologizar la educación, por ejemplo, o la cultura. Educar es siempre adoctrinar, no hay otro modo. ¿Acaso un sistema que incluye el emprendimiento en el currículo de Secundaria o que piensa la Universidad como una gran caja de crear mano de obra no es ideología? Por supuesto que lo es.
¿Qué considera prioritario: justicia o igualdad?
No deberían ser excluyentes.
Usted es profesor de la Universidad de Salamanca. ¿Ha tenido que pagar un precio para llegar a donde ha llegado? O dicho de otro modo, ¿su compromiso ideológico le ha dificultado su desarrollo personal o profesional?
Algún precio he pagado, pero no merece la pena contarlo. Ahora bien, también es verdad que, llegado cierto momento, he podido hacer lo que he querido, como he querido y contando con un grupo de gente estupendo. Defender lo público, luchar por defender lo que es de todas y todos, que no quede en manos privadas, es clave. La universidad no debería ser un lugar de resistencia sino de construcción de comunidad, pero en ocasiones acaba como un espacio resistente ante el empuje cerril de la sociedad de mercado.
En el libro hay constantes referencias ideológicas y al tiempo. Ya hemos hablado de las primeras, me gustaría que me hablara del último: ¿qué lugar tiene en su vida y en su pensamiento el paso del tiempo?
El tiempo es la materia de la escritura. Al menos así lo creo. Eso ya nos lo enseñó Shakespeare en sus sonetos. El tiempo y la palabra tratan de llegar a un acuerdo a través de la literatura, pero el resultado es siempre un fracaso. La literatura es el intento de captar la experiencia del paso del tiempo, lo que desaparece, lo que queda perdido. Pero la literatura existe a sabiendas de que el lenguaje es un fracaso, incapaz de captar la fuerza del instante. Tenemos literatura porque sabemos que nos vamos a morir.
La literatura existe a sabiendas de que el lenguaje es un fracaso, incapaz de captar la fuerza del instante. Tenemos literatura porque sabemos que nos vamos a morir
En su novela habla varias veces del tiempo. A su edad, ¿ya empieza a preocuparlo?
¿A mi edad? ¿Qué insinúa? [Ríe]. Sí, claro, pero el tema es que siempre me ha preocupado. Por eso escribo, casi como un grafómano.
Tal vez tengamos un sentido progresivo del tiempo, en el sentido de que avanza inexorable en términos de progreso. ¿Esto es así?
Tenemos una visión del tiempo lineal, medida por el alfa y el omega, pero me interesa pensar el tiempo de forma diferente, elíptica, variable. La memoria no funciona linealmente. Mezclamos recuerdos, días, caras, sensaciones… Acumulamos tiempos pasados caóticamente y como decía la canción: “En el caos no hay error”. Me gusta una anécdota que cuentan sobre Ballard. Según se dice, cuando nació su primer hijo lo tomó en brazos y dijo: “Míralo, es tan viejo como la humanidad”. El tiempo es un tejido extraño, vivimos nuestro tiempo, pero también heredamos las memorias de otros, los relatos de los demás, el tiempo que fue.
¿Cómo luchar contra el atrasismo? ¿Qué hacer?
El problema a veces es distinguir atrasistas de progresistas. El atrasismo suele ser reaccionario, en cuanto sitúa en el centro un tipo de valor que inhabilita e imposibilita la apertura de nuevos espacios y derechos. Pero no todo lo que se deja atrás es malo, o peligroso. Siempre hay elementos de la tradición que hemos de mantener presentes. Por otra parte, de nada sirve el progresismo racionalista si no existe una finalidad revolucionaria. Si aceptamos el progresismo ciego del capitalismo, y al mismo tiempo vemos la historia, comprenderemos pronto que ante cualquier avance ciego del capitalismo ha existido siempre en dirección opuesta y en paralelo un fuerte retroceso para los sujetos más desprotegidos. Necesitamos un tipo de progreso que implique avance de derechos, que no esté sometido a los caprichos del capital y que permita recuperar aquellos elementos de la cultura residual, de la tradición, que puedan ser usados con fuerza transformadora.
Necesitamos un tipo de progreso que implique avance de derechos, que no esté sometido a los caprichos del capital
¿Será España algún día un país realmente laico con una separación de poderes clara?
La religión es una pieza importante en la vida de muchas personas. El problema es, creo, el dogmatismo. Lo que nos muestra la religión, su supervivencia histórica, es que existe un claro anhelo espiritual, un deseo de trascendencia, que forma parte constitutiva de lo humano. Más allá de ser un condicionamiento social, lo espiritual es clave. Como siempre, el problema aparece cuando lo espiritual muta en un conjunto de dogmas de fe, en pura objetividad dominante y excluyente. Lo peor es creer que las religiones poseen el monopolio de lo espiritual.
¿Cree que algún día llegará la República?
Que primero llegue la revolución... [Ríe]. Y que usted y yo lo veamos.
Usted ahora tiene más años que su padre cuando falleció. ¿Qué sentimiento le produce este hecho?
Es francamente extraño. De pronto entiendes muchas cosas de tu propia vida, pero sobre todo te enfrentas a muchos fantasmas y recuerdos, y lo haces de un modo completamente diferente.
¿Qué significaron sus padres?
Pues cualquiera que lea el libro entenderá que hay un peso importante de la visión del mundo familiar, el pequeño espacio compartido, la admiración por todo lo que curraron, el agradecimiento, pero también la distancia, la necesidad de huir, ver de otro modo.
¿Ha vuelto a Candina?
Intento pasar cada vez que vuelvo a Santander. Ha cambiado demasiado, ha perdido todo aquel encanto de ser espacio fuera del espacio de la ciudad. Ahora es solo un centro de negocios. En cierta medida ha muerto.
¿Dee Dee Ramone o Jesucristo?
Qué pregunta más tramposa. Ambos funcionan como símbolos del nihilismo para mí, por eso son importantes. Ambos representan el enfrentamiento ante el vacío. Un Jesucristo que, tras morir en la cruz, acepta que Dios no existe, esa es mi figura simbólica preferida.
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