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Entrevista
Director de 'El Faro'

Carlos Dada: “La democracia en El Salvador era tan débil que no resistió al populismo de Bukele ni cinco minutos”

El periodista salvadoreño Carlos Dada, director de El Faro.

Paco Gómez Nadal

19 de mayo de 2022 11:24 h

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No hay sorpresas históricas. Si acaso, una concatenación de realidades que provocan unas consecuencias que nadie quiere o atina a ver. La arremetida del presidente Nayib Bukele que ha desmantelado el débil aparataje institucional democrático de El Salvador tras décadas de bipartidismo; el apoyo demoscópico de una población empachada de desencanto a un proyecto totalitario y, en algunos sentidos, excéntrico; el gran periodismo de medios independientes como ElFaro.net; la persecución y estigmatización a sus periodistas, el naufragio de una parte importante de Centroamérica ante el crimen organizado; la huida a través de las infernales rutas de la migración al norte, el apretado silencio diplomático de la denominada como comunidad internacional…

Carlos Dada, director del medio digital El Faro, está en España para hacer lo que no le gusta: ser noticia para que nadie pueda decir que no sabía lo que está pasando en El Salvador, aparcar el trabajo periodístico para reunirse con políticos, medios y organizaciones y sostener así el débil colchón de protección que genera la, a veces borrosa, mirada internacional.

“La sensación para la mayoría de la población salvadoreña es que las promesas que nos hicieron sobre las bondades de la democracia nunca llegaron, no fue la solución a sus males”, explica Dada al final de una agotadora jornada en Santander para rastrear el origen de la altísima popularidad (82% en el último estudio de finales de abril) del régimen de Bukele a pesar de haber cooptado todos los poderes del Estado, tener al país en su segundo mes de “estado de excepción”, perseguir todo disenso, y poner las finanzas nacionales al borde de la quiebra al imponer el bitcoin como moneda legal. “No es un problema solo de Centroamérica o de El Salvador, es del mundo. Estamos transitando pero no sabemos hacia dónde, pero mucho de lo que ocurre tiene que ver con la decepción sobre esa promesa de la democracia”.

Dada luce cansado y contento a la vez. El cansancio no hay que explicarlo. La alegría se aferra a unos abrazos aplazados y unos vinos que lo esperaban sin ser él consciente en la pequeña ciudad del norte donde se ha reencontrado con viejas amistades y, aunque debe relatar una y otra vez la persecución que está sufriendo el equipo de El Faro por su trabajo periodístico, este miércoles 18 de mayo tiene “una gran sensación de victoria”. Unas horas antes, el medio que fundó hace 24 años y que dirige esté donde esté acaba de reventar una exclusiva de las que molesta a Bukele. La noticia demuestra con audios como la arremetida de sangre de la mara Salvatrucha-13 (MS-13) –que dejó 87 cadáveres en 48 horas fatídicas del pasado marzo– fue la reacción de la pandilla a la “traición” del Gobierno de Bukele de un pacto no confesado. Esos asesinatos fueron la justificación del estado de excepción que comenzó el 27 de marzo y que ha saturado al ya débil sistema carcelario y judicial con 30.000 detenciones sin garantías de derecho. No hay sorpresas históricas.

“Hoy no hay derechos constitucionales en El Salvador” y El Faro anda contando ese “hundimiento” del país porque, como explica Dada a un grupo de informadores cántabros, en un encuentro propiciado por la Asamblea de Cooperación por la Paz y el Colegio de Periodistas de Cantabria, “el periodismo no se debe a sus lectores” –que mayoritariamente en El Salvador apoyan a Bukele– “ni se debe a la comunidad”: “El futuro de El Salvador o de Centroamérica no es mi responsabilidad, mi responsabilidad –insiste– es contarlo”. “El periodismo se debe a sus principios y a nosotros nos toca contar lo que está pasando y si nos hundimos… pues tendremos que contarlo. El asunto es que nos están poniendo muchas trabas para hacerlo y ese sí es mi problema. Otra cosa es la posición personal. Yo soy un privilegiado y tengo la obligación de reflexionar sobre cuál es mi papel y ahí influye mucho, por ejemplo, las enseñanzas de monseñor Romero (asesinado en marzo de 1980), que insistía en que los que tenemos acceso a los micrófonos tenemos una responsabilidad inmensa”.

Las trabas son monumentales. Antes de publicar la exclusiva que este miércoles tiene orgulloso a Dada, cuatro periodistas de su equipo han debido salir del país, en la Fiscalía tomada por el clan Bukele hay una decena de investigaciones abiertas por los temas más variopintos contra la redacción de El Faro, y una Ley Mordaza amenaza con 30 años de prisión a quien publique más de lo debido sobre las maras. Y “lo debido” lo marca la cuenta de Twitter de Bukele, seguida por 3,9 millones de personas y trufada de mensajes en inglés, inversiones en bitcoins, fotos de supuestos pandilleros detenidos e imágenes de los camiones que distribuyen tabletas gratis a los estudiantes del país.

No habla Bukele en sus tuits del ya célebre software espía Pegasus. El Citizen Lab de la Universidad de Toronto y la organización Access Now develaron en enero que los teléfonos de 22 de los 30 empleados de El Faro estaban infectados con Pegasus y que, en algunos casos, como el del periodista Carlos Martínez o el del propio Carlos Dada, el espionaje había sido compulsivo: 269 y 167 días de espionaje en sus teléfonos en un periodo de menos de año y medio, respectivamente. “Nosotros hemos tenido la atención del exterior, mucha gente nos ve y nos lee, pero hay otros periodistas con menos visibilidad en toda la región que sufren estas presiones y son invisibles”, reconoce Dada, que pone por delante a la “familia” de periodistas latinoamericanos que se empuñaron la crónica y la dotaron de altas dosis de investigación para narrar la corrupción, el auge del narcotráfico o las mortales rutas migratorias jugándose la vida y teniendo un bajo impacto en la opinión publica, vulnerable a la velocidad de expansión masiva “con las noticias falsas” fabricadas en las ‘granjas'.

La ficción de la institucionalidad

¿Cómo se ha llegado aquí? El director de El Faro reconoce que hace tres años él hubiera pensado que “esto era imposible”. Cuando tomó posesión el candidato populista como presidente de la República –Bukele solo utiliza dos palabras para definirse en su perfil de redes: “El Presidente”– “El Salvador era el país más estable de la región”. “Nosotros íbamos a Nicaragua a cubrir la represión del régimen de Daniel Ortega, nos metíamos a Honduras a ver cómo es un narcoestado, reporteábamos la Guatemala tomada por el crimen organizado y las megaempresas… y regresábamos a San Salvador a respirar. Estábamos acostumbrados a las presiones internas pero podíamos contar lo que sucedía”.

Esa “estabilidad” se esfumó en año y medio. Bukele, tras tomar posesión en junio de 2019, pisó el acelerador autoritario al lograr una mayoría amplísima en el Parlamento en febrero de 2021. Tomó control de la Corte Suprema y de la Fiscalía y dejó sin oxígeno a la democracia salvadoreña. Bukele presumía entonces de ser un “dictador cool”.

“Tengo que reconocer que viví engañado”, reflexiona Carlos Dada. “¿Antes de Bukele teníamos un sistema democrático? Sí, inmaduro, imperfecto, pero democrático. Ahora veo que confundimos estabilidad con institucionalidad. Lo que había en El Salvador era un juego de equilibristas entre la derecha de Arena y la izquierda del FMLN, pero, durante los 30 años que se repartieron el poder nunca prestaron atención a los cimientos de la democracia y la institucionalidad del país era tan débil que no resistió al populismo ni cinco minutos”. Para Dada, el FMLN –la histórica guerrilla reconvertida en partido político tras los Acuerdos de Chapultepec de 1992 que pusieron fin a los 13 años de guerra civil– demostró que “la corrupción no tiene ideología” y “se desconectó de las necesidades e intereses de la gente”. “Esa desconexión provoca una reacción visceral ante un sentimiento de traición”.

¿Sorpresa histórica? No. Es precisamente la historia de El Salvador, de la región y de los vaivenes geopolíticos lo que explica casi todo. “Lo de Bukele sería más difícil de entender sin [Donald] Trump y el populismo de Trump no es posible de entender sin esa decepción generalizada con las promesas de la democracia”. Ahora, Centroamérica –mucho más invisible mediáticamente desde el fin de la Guerra Fría y el final de los conflictos armados– vuelve a ser un laboratorio político donde la amalgama de populismos, crimen organizado e intereses económicos empujan a la población hacia el autoritarismo o la migración. “Y la comunidad internacional está como a la expectativa. El cuerpo diplomático casi no levanta la voz por miedo a que Bukele rompa cualquier posibilidad de comunicación, la Unión Europea siempre voltea a Estados Unidos antes de dar un paso en Centroamérica y Estados Unidos, aunque condena a Bukele, no lo demuestra con sus actos y está como en parálisis”. De hecho, mientras este texto ve la luz, Unicef se deshace en elogios a la política de fomento de la lactancia materna en El Salvador, tras la reciente visita de la Primera Dama, Gabriela de Bukele, a la sede de Naciones Unidas en Nueva York. Ni una referencia a las denuncias de la violación del derecho a un debido proceso de muchos de los menores de edad detenidos bajo el estado de excepción.

Los periodistas locales que conversan con Dada transmiten más pesimismo que el propio periodista salvadoreño. Él, que sabe que la Historia explica mucho, se aferra al devenir del tiempo para concluir: “Sabemos que todo termina pasando. El tema es aguantar, seguir contando lo que ocurre y aguantar”. Y repite una sentencia que heredó de una de las grandes del periodismo latinoamericano, la mexicana Alma Guillermoprieto, al ser inquirida sobre sentido a seguir haciendo periodismo de rigor en medio de esta debacle: “Esto es lo que toca”.

Son las 22.18 y Dada se sube en un coche con dirección a Valladolid para, en menos de diez horas subirse a un AVE que lo lleve a Madrid a hacer “lo que toca” y no le gusta: reunirse con políticos y hablar en medios “para que nadie pueda fingir demencia súbita cuando se hable de El Salvador”. No hay margen para la sorpresa histórica.

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