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Primera Página es la sección de opinión de eldiario.es Cantabria. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.

Un día ancho

María Osuna

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Si pienso en la palabra feminismo pienso en mi abuela. La veo cosiendo y remendando la entretela de la camisa de mi abuelo. Un domingo cualquiera, por la tarde, en el brasero de su casa. Enhebraba la aguja con esmero y se colocaba el dedal en el extremo de alguno de sus dedos deformes. 

Solía llevar una bata de color ocre, discreta como ella. Siempre se abrochaba los botones, ocho en total. Parecían de madera. Y dejaba caer sobre sus hombros delgados una rebeca marrón de hilo no muy fino, la única que tenía.

Coser, leer, escribir con una caligrafía impecable, regar las flores del patio, sacar agua del pozo, aclarar algodón, planchar y hacer la masa de las croquetas. Todo eso sabía hacer mi abuela. Y nunca se quejaba. “Yo he venido a servir, no a que me sirvan”, sentenciaba sin reparo y se quedaba tan a gusto. Era muy exagerada, la verdad, pero no he conocido a otra mujer tan buena, jamás.

En ese tiempo me hablaba de lo importante que eran los libros, la música y las clases de teatro que organizaban las mujeres del barrio, que acababan de crear una asociación para promover el arte y la cultura entre las vecinas.

“Es necesario acercar la cultura al pueblo”, me decía. Pero yo sabía que ella, lo que quería y anhelaba, era entregar la cultura a las mujeres, a las vecinas que como ella no habían podido ir a la escuela. “No se trata de vulgarizar la cultura sino de entregársela a la gente, sobre todo a quienes hasta ahora no han podido acceder a ella”, y me recordaba a Machado: “¡Qué difícil es/ cuando todo baja/ no bajar también!”.

Creo que nunca me habló abiertamente del feminismo pero estoy convencida de que mi abuela era feminista, probablemente la primera que conocí, una feminista que defendió y reivindicó los derechos y las responsabilidades de las mujeres de su época a través de la palabra.

“Las palabras son esenciales, las palabras nos definen y nos salvan”, me repetía. Una vez me contó lo de su vecina, la que decía estar casada con un hombre bueno porque ni le pegaba ni le faltaba el respeto.

Eso me conmovió, me puso nerviosa y triste. Pero recuerdo que ella me consoló hablándome de una de esas poetas desconocidas que le gustaban. Se llamaba Cèlia Viñas y fue una poeta y profesora comprometida. Nacida en Lérida pero afincada en Almería, aunque le prohibieron escribir en su lengua materna, nunca dejó de dedicarse a la enseñanza y la literatura. Mi abuela me recitó uno de sus poemas que ahora recuerdo con fuerza y que me ha acompañado todo este tiempo.

En la escuela/ han soltado un pájaro./ Mañana es un día de fiesta/ un día ancho. No lo sabíamos, no/ pero el árbol/ al cielo se lo decía /con su verde nuevo/ claro,/ color de mis vacaciones/ con fondo de campo.

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