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Primera Página es la sección de opinión de eldiario.es Cantabria. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.

Leer la vida, habitar los libros

Librería

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Desde el paradigma del habitar se trata sobre todo de engendrar y crear realidad, añadir más y más pedazos al patchwork infinito de posibilidades que es el mundo común, multiplicar las relaciones y las conexiones. Dicho más concretamente: extender y hacer más densa, más rica y más compleja la telaraña de la autoorganización. Habitar plenamente. Poblarlo todo.”

Amador Fernández-Savater

Leer, en realidad, es también una forma de habitar. El libro se mira, se toca, se huele. Se devora. Se disfruta como objeto, se contempla su edición, el tipo de letra, la portada, las imágenes. Se trastea por sus páginas. Se lleva y se trae con una misma. Se subraya en lápiz, se toman apuntes. Se deja caer sobre nuestro pecho. El libro nos acompaña durante un tiempo o para siempre. Se regala. Se lee a otros. Se comparte o se libera en un parque.

El mismo acto de leer implica dedicar una atención, un tiempo, una pausa, una interrupción. Un estar junto al otro al que se lee y, a la vez, junto a otros a los que se evoca, se piensa o se trae al recuerdo mientras leemos. Un libro es en sí mismo un comienzo y un final. No solo se leen los libros, también se leen los cuerpos, los espacios, las ciudades, los mapas, los símbolos. Leer nos hace mirarnos al espejo a nosotros mismos y otras realidades.

Luego está el ritmo, de gran importancia a lo largo de la lectura, no se trata solo de leer frases y párrafos, sino de entender los ritmos de la lectura, la intención del autor o autora, la cadencia, la música del texto. Hay obras que nos agitan, que nos revuelven, que nos quitan el sueño (o que nos permiten soñar), hay textos que nos conmueven, que nos llevan al impulso de intentar cambiarlo todo. Hay lecturas que nos aburren y lecturas que nos revolucionan.

El 13 de noviembre se celebraba el Día de las Librerías. La librería La Vorágine de Santander realizó una acción colectiva en la que varias personas se turnaban para leer en su escaparate, donde habían colocado previamente un sofá y una lámpara. Situaron unos amplificadores en la calle por donde se podía oír lo que iba leyendo la persona que estaba en ese sofá. Me pareció una expresión muy potente de lo que significa habitar las cosas, compartir lo cotidiano colectivo. Más allá de lo que se estaba leyendo (que también tiene su importancia), estaban practicando una manera de estar en el mundo, de habitarlo, de proponer lenguajes diversos que se convierten en un lenguaje universal: el de la vida en común. Y para ello ponen sus cuerpos junto a otros cuerpos, se exponen encarnadamente y de viva voz.

Juntarse para hacer cosas en común nos cohesiona, crea comunidad (de afinidad). Hablando de habitar, en muchos pueblos del valle de Campoo se continúa repartiendo la leña de los comunales entre los vecinos que lo soliciten. Se llama “adra” a la leña del monte comunal a la que un vecino o vecina tiene derecho, por el hecho de habitar en un pueblo. Este derecho no se basa solamente en el empadronamiento como cuestión meramente administrativa, sino en la propia idea de habitar. Hay que habitar la casa, al menos, durante algo más de medio año para poder tener ese derecho. Se da aquí una conexión y una relación pragmática relacionada con habitar (la casa) y el aprovechamiento del monte comunal como recurso que forma parte de nuestra ecología km 0.

En mi caso, esa leña que nos calentará parte del invierno proviene de la dehesa de robles, hayas y avellanos que vemos desde la ventana de la galería. Los árboles son marcados por los guardas forestales y las juntas vecinales o concejos los sortean entre los vecinos que hayan solicitado adras. Hasta hace unos pocos años, subían todos los vecinos al monte y preparaban entre todos la leña marcada, después se hacían montones que se sorteaban entre los interesados. Ahora se marca el árbol, se sortea y cada vecino sube, hace su leña y la baja a casa. También estas formas de gestión de los bienes comunales están cambiando. Volviendo a los libros, en una ocasión me dijo un campesino: “los libros pesan como madera, porque madera son”. Siempre recuerdo esta frase porque me parece que tiene algo de verdad rotunda. Es una afirmación que destaca el propio proceso de creación del libro: sin papel no hay libro, sin árboles no hay papel, sin bosque no hay árboles y sin árboles no hay vida. Todo ese peso de madera transformada (real y metafóricamente) habita en el libro en cierta medida. Y pesa. Y nos calienta como lo hace la leña en una chimenea. Algunos libros son como fueguitos necesarios para la vida, nos encienden, nos calientan, nos perturban y nos dan un calor especial, amable. Son libros que queman, frente a los que pasan por nuestras manos como cenizas.

Tuve la suerte de crecer rodeada de libros, de habitar en una biblioteca con baño y cocina, más que un piso, era una biblioteca inmensa que llenaba todas las paredes de la casa. Tal cual. Había libros por todas partes, no solo en las estanterías del despacho, con dos filas de libros y algunos colocados en horizontal sobre estas hileras, sino que las estanterías en el pasillo, de las habitaciones y del salón llenaban las paredes de lomos de colores de todos los tamaños y una gran variedad de tipos de letra. El olor de mi casa era característico (lo sigue siendo), huele a libros, más que a ninguna otra cosa, huele a librería, a polvo posado sobre libros, a biblioteca. Y la sensación es similar a la de entrar en cualquiera de estos espacios.

El despacho de mi casa era también el despacho de Editorial Límite, la pequeña editorial familiar que mis padres fundaron a principios de los 90. Entonces no había muchas editoriales independientes en Cantabria. Límite fue la responsable de editar la revista de arte, literatura y pensamiento La Ortiga, sus colecciones de poesía y ensayo, los Libros del Laberinto que recogían los encuentros del Foro Cívico “Leer y debatir crean ciudadanía” y muchas otras ediciones. Recuerdo las pruebas de imprenta y el olor a tinta, las láminas de papeles verjurados, los pantones de colores. Las cartas postales de los autores de muchos libros que se publicaron entonces. A mi madre corrigiendo las erratas de todas y cada una de las publicaciones, a mi padre maquetando y diseñando los ejemplares. Había un revuelo propio previo, desde que se traduce el cuerpo del texto original al formato que dará vida al libro, un caos controlado de imágenes y tipos de letra, de papeles y fotografías, un ambiente de entusiasmo al ir a ver las pruebas de imprenta y después de las primeras tiradas.

Recuerdo también los viajes durante el verano, solíamos visitar librerías de viejo en Inglaterra y Francia para comprar libros y láminas de grabados antiguos, de fotos surrealistas, de imágenes y bocetos de finales del XIX y principios del siglo XX. Todo aquel material contribuyó a crear ese concepto estético tan propio de la revista La Ortiga. El año que viene será el 25 aniversario de la revista, hablaremos de Editorial Límite, de las actividades de este último tiempo, celebraremos junto a amigos, compañeros de viaje y otros colectivos con los que compartimos maneras de estar en el mundo.

Todos podemos ser, en cierto modo, editores. Siempre se pueden editar cosas interesantes, no hacen falta grandes medios, solo ganas de compartir, de multiplicar algo. Recuerdo mucho en mi adolescencia los fanzines, sobre todo los de la universidad en Bilbao, también la radio pirata del barrio en el que vivía y cómo nos daban instrucciones para coger la sintonía haciendo antena con un tenedor. Pobre del que vaya a la universidad solo para estudiar. Pocas cosas hay más poderosas en el ambiente universitario (al menos en el que yo conocí) que los fanzines, las revistas grapadas y fotocopiadas, los cuadernillos de capítulos de libros. Publicaciones independientes que surgen anárquicamente desde abajo, mezclando cómics, artículos de esos pensados para que los entienda todo el mundo y entrevistas a grupos de punk o lo que surja. Todo ello con una perspectiva antipoder, lúdica, irreverente. Una indisciplina maravillosa, ingobernable, donde el conocimiento no está limitado ni encasillado.

Hace falta tomar conciencia, como en todo, de los enormes esfuerzos por sobrevivir que hacen las editoriales pequeñas en estos tiempos. Editoriales y librerías que se necesitan, que nos necesitamos. El otro día descubrí la plataforma www.todostuslibros.com donde varias librerías se han unido para vender online frente a las grandes plataformas de distribución. Deberíamos de ser conscientes de que cuando compramos tomamos también decisiones políticas. ¿Cómo queremos que sean nuestros pueblos y ciudades? no podemos dejar morir las librerías independientes, asociativas, de barrio, cooperativas. No podemos convertir los centros de las ciudades en espacios gentrificados vaciados de vida. Leamos la ciudad con otros ritmos, alejados de la compra compulsiva y del consumismo.

Quizás la gracia se encuentre en habitar los espacios, practicar los lugares, ser red, poner la atención en las pequeñas constelaciones de vidas, imaginarios y cercanías. Todo nos afecta: la tienduca del barrio donde ir a hacer la compra, el bar de la esquina, la mercería de la calle de al lado, el kiosko de Lucía o esa librería asociativa con la que tanto tenemos en común. Cuando se habita algo, ese algo nos afecta, cada cosa con sus propios ritmos, sus pausas, sus silencios. Somos entonces capaces de leer las cosas con el cuerpo, una lectura que nos atraviesa el cuerpo, desarrollamos una cultura de lo sensible hacia lo que sucede a nuestro alrededor.

A lo largo de los años, me he ido dando cuenta de que también hay una forma de leer las bibliotecas como unidad repleta de sentidos, cada una con su historia, su recorrido, dependiendo de las personas que la fueron dando forma, de sus vidas, de sus inquietudes, de sus pasiones. Una biblioteca es también un contenedor de muchas vidas que se entrelazan en un mismo lugar. Queda la huella de los que algún día la habitaron. Uno de mis proyectos futuros es que mi propia biblioteca pueda convertirse en una biblioteca rural especializada en antropología, sociología, filosofía, política y artes. Un espacio vivo que pueda ser consultado, visitado, habitado. Un fueguito más para leer la vida y habitar los libros.

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