Primera Página es la sección de opinión de eldiario.es Cantabria. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.
Olvidando la Historia
Pablo Casado es un señor mayor encerrado en el cuerpo de un fofisano treintañero y paliducho. Uno se lo imagina perfectamente, porte decimonónico, sentado en un sofá del casino de una pequeña ciudad provinciana, leyendo la prensa con gesto levemente fruncido (aunque sin una preocupación real… está tan lejos eso de Cuba), mientras toma un jerez seco y observa sus finas manos, preguntándose cómo se pueden cuartear y engrandecer tanto a los jornaleros. Es antinatural. Si le pones en Vetusta sería de los que, media sonrisa y mirar cruzado, advertiría que el nuevo cura tiene pinta de golfo. Ustedes ya me entienden, jiji, jaja. Todo lo cual no tiene la más mínima importancia, por otra parte.
Pero es que además Pablo Casado es un estólido.
Con todas las letras, que además tiene un ritmillo de lo más atractivo al decirlo, ¿verdad? Es-tó-li-do. No lo pienso, aclaro, por sus ideas políticas, que no soy yo quién para andar censurando la ideología ajena, ojo. Si le adjetivo así es por mi amabilidad para con el sujeto. Parece majo, coño, uno de esos que te invita a algo de vez en cuando mientras te cuenta sus éxitos y te da muchas veces en la espalda, así, más fuerte dependiendo de si en los alrededores hay público o no. Más o menos. Por eso digo que es un estólido. Porque el resto de adjetivos son más denigrantes, y no tengo ganas de usarlos.
Me refiero a un hecho concreto, porque soy persona de entendederas cortas y no me alcanza para análisis sostenidos en el tiempo. Esta misma semana Pablo, nuestro Don Pablo, ha dicho, textualmente, que debemos “olvidar la Historia”. Así, sin ambages, y se ha quedado tan ancho. Qué tío, ya les digo. Bien es verdad que creo entender, aunque no compartir, el contexto en el cual emite esa frase, en una rueda de prensa durante el 20 de noviembre, que parece que es fecha de esas feas a olvidar (concretamente se quejaba Casado de que en las redes sociales se aprovechaba tal efeméride para tildar al PP de “facha”). Insisto, el contexto es el contexto, y a ello debemos de remitirnos, y hasta, siendo generosos, entender la intención de nuestro héroe. Que en la misma rueda de prensa hablase, como por arte de birlibirloque, de Ecuador y Venezuela (cuya Historia, de Alonso de Ojeda en adelante, sí que interesa a Casado) es otro cantar. Pero vaya, que dijo lo que dijo. “Hay que olvidar la Historia”. Y sobre eso nos basamos para llamarle estólido
Porque es una auténtica chorrada, sí, pero también una idea peligrosa. Perniciosa. Por hacer de menos a la disciplina, por colocarla en el vagón de los torpes, de los que sobran. Nunca se le hubiera ocurrido decir a Pablo Casado algo así como “hay que olvidar la Filosofía”. Claro que Pablo Casado y Filosofía igual sea un oxímoron, como nieve negra y Borges pop (creo que el hallazgo es de Rodrigo Fresán, pero dejo abierta la cita por si acaso). No, nadie se atrevería a decir que debemos olvidarnos cómo estructurar nuestros pensamientos, en base a qué construir nuestras ideas. Aunque con el deterioro de la materia en la enseñanza durante los últimos años para favorecer otras áreas (ora útiles, ora imbéciles) todo se andará.
Yo he pasado muchas horas de mi vida enseñando Historia, muchas más, claro, estudiándola y disfrutándola. Exactamente igual que disfruto cuando intento transmitirla, porque pienso que es una de esas cosas que si no se hace con vocación mejor que no se haga. Te gusta o no (o, a lo mejor, no has sabido encontrar el punto adecuado para que te agrade, porque la Historia no son solo fechas, reyes y generales, sino también personas, novelerías y anécdotas), pero es siempre útil. Más aun, es siempre necesaria, que es lo que parece olvidar el señor Casado. Es adagio casi común la frase aquella de “pueblo que no conoce su historia está condenado a repetirla”. Tan manida que incluso es difícil encontrar su origen exacto, que algunos cifran en Confucio, otros en Lincoln y los de más acá en Menéndez Pelayo. No me importa, en realidad la considero poco menos que una herramienta gastada de tanto usarse y que apenas sirve ya para su cometido. Pero no deja de encerrar una gran verdad, una que se hace especialmente irritante si analizamos el contexto en el cual nuestro protagonista hace sus declaraciones. El 20 de noviembre. Apenas unos días después de hablar (con bastante poco tino) sobre el final de Companys. Y todo eso. Lo que antes era un recurso casi literario se convierte, ahora, en materia sobre la que indignarse.
Pero, decía, no soy yo un gran creyente en esa frase. Porque termina por dejar a la Historia una labor utilitarista en la Sociedad, y yo hoy me he levantado la mar de antiutilitarista. Si es necesario recordar, estudiar y hasta asimilar la Historia es (aparte de porque resulta extremadamente divertido… en serio, créanme) porque eso forma parte de la estructuración cultural de cada individuo. Una especie de mínimos, si así lo desean, que todos debemos de compartir y disfrutar, y sin los cuales un proyecto común de Sociedad basada en todas esas palabras tan bonitas que los políticos repiten sin cesar es, sencillamente, inviable. Porque la Historia (como la Filosofía, o el Arte, o un cierto conocimiento de la Literatura, entre otras) es pieza estructural de una civilización sana. Más aun, es necesidad casi absoluta para cada uno de sus miembros. Olvidar eso es olvidar la Historia. Olvidar la Historia es enterrar el futuro, aunque parezca paradójico.
Siempre han existido intentos de terminar con la Historia. Qin Shi Huang (primer emperador chino) hizo eliminar todos los libros anteriores a él, porque consideró que todo lo interesante de la Humanidad empezaba con su reinado. Los musulmanes quemaron libros en Serapeum y Alejandría, por no citar que en algunos lugares del orbe esta práctica se sigue realizando con impunidad. Igual hicieron los nazis, o los golpistas en la España del 36. Kenzaburo Oe escribió una obra bellísima que llevaba por título 'Arrancad las semillas, fusilad a los niños'. También él habla, a su manera, de olvidar la Historia. Eso que nunca se debería de hacer, que jamás debiéramos permitir. Eso que es típico de estólidos. O de fanáticos.
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