Primera Página es la sección de opinión de eldiario.es Cantabria. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.
Pereza
(Este artículo es un elogio de la pereza. En su concepción se ha procurado evitar todo esfuerzo argumentativo que no se considerara imprescindible. Para garantizar que la indolencia natural del autor no sufriera lesión alguna, el artículo ha sido realizado en la máxima horizontalidad que permite una chaise longue).
Los prejuicios de todas las épocas siempre se han ensañado vilmente con la pereza. Pero si es analizada en su misma esencia, y se aquilatan los múltiples beneficios que de ella se derivan, cuesta creer que se le dediquen tan injuriosas palabras en lugar de loas y alabanzas sin tasa. Fíjese cómo la define el DRAE: «negligencia, tedio o descuido en las cosas a que estamos obligados» y «flojedad, descuido o tardanza en las acciones o movimientos». Y siglos antes del reproche de los académicos de la Lengua, nos topamos con la condena eterna ejecutada por el cristianismo, que considera la pereza como uno de los pecados o vicios capitales.
Un vicio capital es, según Tomás de Aquino, «el que se ordena a un fin muy apetecible, de tal modo que, al apetecerlo, el hombre llega a cometer muchos pecados». La teología nos dice que la pereza es una fuente inagotable de pecado. El Aquinate dijo también que la naturaleza humana está especialmente inclinada a los vicios capitales. Pero si tenemos en cuenta que el Sumo Hacedor nos forjó a su imagen y semejanza, no sería una locura suponer que Él es el campeón de la pereza. He aquí la sencilla tesis de Paul Lafargue: «Jehová, el dios barbudo y huraño, dio a sus adoradores el supremo ejemplo de la pereza ideal; después de seis días de trabajo, descansó por toda la eternidad». A la vista de estas pruebas, la pereza no debería ser considerada un vicio, sino una virtud, incluso una virtud divina.
Como soy consciente de que las demostraciones teológicas no gozan de gran aceptación ni resultan convincentes en estos tiempos de descreimiento y pérdida de valores, a continuación le ofreceré un ramillete de argumentos secularizados con el objeto de defender la pereza como remedio gratuito e inagotable para diferentes trastornos.
El estrés y la depresión, dos de los grandes males contemporáneos, no son sino un cansancio producido por la sobreabundancia de uno mismo. Un agotamiento inducido por nuestra forma de vida, con sus incesantes llamadas al emprendimiento, la competitividad, la actividad sin fin. Esas llamadas –pérfidamente camufladas bajo los ropajes del desafío (¡tú puedes!) o la sugerencia publicitaria– son interiorizadas y, como resultado, nos convertimos en nuestros propios explotadores, estresados y deprimidos negreros de nosotros mismos. Para aliviar esos males se puso en marcha el muy lucrativo negocio de la autoayuda, el pensamiento positivo, etc. Pero, ¿por qué pagar por los consejos de unos bribones cuando la pereza es gratis e insuperable en su eficacia?
La pereza es el talento –ya sea heredado o adquirido a golpe de descanso– que nos permite prever el futuro, evitar un derroche atolondrado de energía, y abandonarnos a la molicie antes de que el cansancio nos derribe. La pereza es un decidido sí al descanso, la vida muelle y la inutilidad; es el único antídoto contra las exigencias de este estúpido mundo en que nos ha tocado vivir, un mundo obsesionado por el esfuerzo, el trabajo y la utilidad. Por eso la pereza es una virtud, pues es una resistencia pasiva, el rechazo de la obsesión por el pasado y el futuro, la clave para disfrutar del presente sin desgaste. La pereza no es una fuente inagotable de pecados, sino un surtidor supremo de libertad y felicidad.
La pereza es el gesto más lujoso imaginable, pues representa el grado máximo de la inutilidad. El perezoso es el que se zafa voluptuosamente del totalitarismo de lo útil, que no es sino la dictadura de que cualquier acción debe producir un resultado mensurable, cuantificable. Nuestra sociedad concibe lo útil como un medio para conseguir algo (si son monedas, mejor), de ahí que la pereza sea tan censurada, pues la pereza no es una herramienta para obtener nada que se pueda medir, sino un fin en sí mismo, ya que no está al servicio de nada, no se puede someter ni esclavizar.
La pereza ya sería una virtud aunque únicamente fuera un simple apoltronarse, un no-hacer, ociosidad. Pero es que la pereza, gracias a la placidez a que conduce, es además un medio excelente para desarrollar la inteligencia y la capacidad de observación, para aprender a mirar. En la terrible actividad a que estamos sometidos diariamente –en muchos casos con jornadas laborales extenuantes y absurdas, si es que se tiene la suerte/desgracia de trabajar–, es de todo punto imposible desarrollar una vida humana, una vida que no se reduzca a sobrevivir o a ser un mero consumidor.
Jean-Jacques Rousseau dijo que «después de la de conservarse, la primera y más poderosa pasión del hombre es la de no hacer nada», y que «sólo se trabaja para llegar a descansar». ¿Que el trabajo dignifica? ¡En absoluto! El trabajo no es más que un medio –desagradable, porque de lo contrario no estaría remunerado– para conseguir un fin: lo que dignifica la vida humana no es el trabajar, sino el descansar. Y por eso la pereza es la virtud más necesaria.
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