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Que el cuadro “sea”

Azul y gris. 1987. Jordi Teixidor. Lápices grasos y ceras sobre papel

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“La pintura abstracta se adentra en la experiencia estética como una posibilidad abierta hacia lo inexplicable. Es un lenguaje directo y esencial.” (Jordi Teixidor)

“Indagador”, en palabras de Alfonso de la Torre, “de las formas” y “prosecutor de un inquietante mundo ordenado” sin esquivar “plantear dichas formas con un aire paradójico”, Jordi Teixidor es sin duda uno de los más importantes -a la par que significativamente singulares- de la abstracción española, pero también, probablemente, uno de los artistas de esa corriente expresiva cuya obra ha alcanzado menor repercusión entre el público hispano.

Tras la gran exposición que bajo el título de “Final de partida” le dedicara en 2022 el IVAM en su Centre Julio González, y que, concebida como una exploración de la gramática pictórica desarrollada por el artista en el terreno de la abstracción durante más de seis décadas, incorporaba junto a obras realizadas desde sus inicios como pintor, vinculado a los grupos de vanguardia 'Nueva Generación' y 'Antes del Arte', una cuidada selección de pinturas de las series más significativas de su larga trayectoria en diálogo con las obras pertenecientes a la propia colección del museo levantino, la muestra que hasta el 22 del próximo septiembre puede verse actualmente en el Museo de Arte Abstracto de Cuenca, una retrospectiva -la primera realizada- de su casi desconocida a nivel público obra sobre papel, viene a, complementando aquella, terminar de dibujar y poner al alcance del gran público un panorama más que significativo de su singular y personalísima evolución dentro del sentir abstracto de la plástica hispana contemporánea.

Conformada por una selección de unas doscientas obras sobre papel, en su mayoría inéditas, muchas de ellas reunidas en series, y producidas entre 1963 y 2022,  más algún temprano dibujo académico de los años sesenta, la muestra conquense incluye las pinturas monocromas y de bandas de color rosa, blanco y amarillo del Teixidor de los setenta, la obra más gestual y colorida de los ochenta y otras que muestran el progresivo abandono cromático que a partir de los noventa desembocaría en el dominio como protagonista del negro, así como la depuración formal de bandas, cruces, dinteles, cuadrados y rectángulos de su obra última.

La exposición del Museo de las Casas Colgadas conquenses -que tan temprana vinculación tuvo con el artista al comienzo mismo de su carrera cuando su fundador, Fernando Zóbel, le nombrara, junto a José María Iturralde, conservador encargado del mismo- acoge también, junto a distintos materiales documentales (carteles, catálogos, diseños para instituciones, incluso ejemplares de títulos de algunos de sus autores literarios preferidos ya queTeixidor se reclama en su trayectoria plástica como producto de la lectura), una selección de sus cuadernos de apuntes, unos cuadernos en los que los dibujos quedan numerados en el estricto orden cronológico en que se llevaron a cabo, y que desde 1989 hasta hoy mismo han recogido así, con todo detalle, el proceso mismo de su trabajo.

Inserta en una de las líneas de programación que la Fundación Juan March, gestora del Museo conquense por expreso deseo de su fundador, viene desarrollando en sus espacios tanto de Cuenca como de Palma, la centrada en los artistas de su colección, la exposición tiene además la cualidad específica de poner de manifiesto, cual bien precisa María Toledo Gutiérrez, su comisaria, en uno de los textos del catálogo, cómo el dibujo, un dibujo que, liberado por la abstracción “de la necesidad de representación” y que por ello “ya no se supedita a la realidad exterior, sino al ámbito intelectual y conceptual del artista, y se valora por sus cualidades plásticas intrínsecas (no por su condición de herramienta) y por su capacidad de trascender la realidad antes que por su carácter mimético”, va a ser utilizado por el artista -y es algo absolutamente significativo de la acusada personalidad de Teixidor- no “como elemento estructurador de su pintura, sino que es pintura en sí”, de modo que “sus dibujos muestran, si cabe de manera aún más directa que su pintura, un lenguaje propio, en el que el gesto, el trazo y la caligrafía emergen vigorosos, decididos, enérgicos”.

Así lo confirmaban las propias palabras del artista en su intervención en la presentación de la exposición conquense cuando, tras afirmar que “el dibujo me parece un poco trampa”, añadía de inmediato: “sí al soporte del dibujo”, un dibujo que afronta “como una pintura, de manera pictórica”, antes de dictaminar rotundo: “aquí hay pintura antes que nada”. Es un hecho que viene a recoger, juguetón. el propio título de la exposición: “Jordi Teixidor. El papel de la pintura”.

Una especial relación con Cuenca

Nacido en Valencia en 1941 y formado artísticamente entre 1959 y 1964 en la Escuela Superior de Bellas Artes de San Carlos de su ciudad natal, Jordi Teixidor de Otto mantuvo desde muy pronto una especial relación con la ciudad de Cuenca y en especial con el Museo fundado en ella por Fernando Zóbel.

Tras un primer viaje a la ciudad en compañía de José María Iturralde e Ignacio Fuster en la que visitó el recién entonces inaugurado estudio de Gustavo Torner en la Ronda de Julián Romero, ya en 1966, un año especialmente significativo en su trayectoria artística por cuanto en él llevó a cabo su segunda muestra individual -tras la realizada en el Club Universitario, la única en toda su carrera en la que expondría obra figurativa- en concreto en la valenciana Sala Mateu, y en la que Zóbel y Torner le compran su obra “Presencia del espacio” para el Museo por el primero creado, era nombrado, formando tándem con José María Iturralde (a quien, por cierto, la Fundación March dedicará también una exposición retrospectiva el año que viene), como conservador de la colección zobeliana, un hecho que le llevó a conocer de primera mano a los integrantes del llamado, precisamente, “grupo de Cuenca” integrado, entre otros, por Gustavo Torner, Gerardo Rueda y el propio Zóbel, y al resto de los artistas de la vanguardia pictórica hispana del momento que, propiciados por la existencia de esa institución museística, visitaban o incluso algunos se asentaban en la capital conquense.

Seguidamente, Teixidor entró a formar parte del grupo 'Nueva Generación' promovido por el crítico Juan Antonio Aguirre y también de 'Antes del Arte'. En 1972 viajó a París y allí entró en contacto con el grupo Supports-surfaces generado por distintos teóricos y pintores franceses. En el 73 marchó a Nueva York, una visita que le acercó al conocimiento directo de la pintura norteamericana de los cincuenta, interesándose sobre todo por el hacer de Mark Rothko, Barnett Newman y Ad Reinhardt. Dos años después entró en contacto con la revista Trama, participó en la colectiva “10 Abstractos” en la madrileña galería Buades, formó parte de la exhibición “A los cincuenta años del surrealismo” en la Juana Aizpuru de Sevilla y llevó a cabo su primera muestra individual en la capital de la nación en la Vandrés.

Participó en la Bienal de Venecia del 76 como integrante de la muestra “España: Vanguardia artística y realidad social. 1936-1976” y al año siguiente fue becado por la March (que ya le había otorgado otra anterior, de Creación Artística, en 1973) y vuelve a Nueva York para instalarse en ella hasta 1981, una estancia durante la cual fue seleccionado para participar en la exposición “New Images from Spain” del Solomon R. Guggenheim Museum.

A su vuelta a España en 1982 se instaló en Madrid. En el 83 inició su trabajo como diseñador de catálogos y publicaciones para la March en una etapa que llegaría hasta 2008. Ya en la década siguiente, en concreto en 1997, protagonizó una retrospectiva en el Instituto Valenciano de Arte Moderno, en el 2000 fue nombrado académico de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, en la que fue recibido el 2 de junio de 2002, en 2014 recibió el Premio Nacional de Artes Plásticas y en 2022 protagonizó la antes mencionada muestra “Final de partida” en el Centre Julio González del IVAM.

Un espacio para lo desconocido

“De entre los muchos caminos del bosque heideggeriano elegí aquel que venía trazado por el arte, aquel que discurría a la sombra de un lenguaje que me sedujo: la abstracción” recalcaba Teixidor en su discurso de entrada -“La elección de un camino”- el 2 de junio de 2002, en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, en una decidida elección estética inevitablemente conllevadora de una paralela ética -“cuando se elige experimentar una estética es una ética la que se elige. O quizá sea al contrario”- ya que “dedicarse al arte significa elegir una realidad donde instalarse, y al escoger un lenguaje para expresarla también estamos adoptando una postura moral”, en un afán de persecución de un “pensar el hombre y la sociedad, pensar en libertad, saber lo que hace que el arte, ese fenómeno que sólo el hombre puede generar, sea arte; eso que habita en la sombra, en ese lugar vacío que es la antítesis de la materia de toda creación artística”; un camino que llevará al artista a intentar “crear aquello que le gustaría que existiese, a hacer realidad lo que no es, saber crear el espacio donde instalar lo desconocido, donde la realidad no sea reproducción, re-creación, sino creación” y por supuesto huyendo siempre de la banalidad, del “entretenimiento” buscando adentrarse en la obra para “hacerla suya en ese espacio mágico de encuentro de diálogo reflexivo” en un proceso que no rehúye la presencia de “la nada que no es negación, sino lo que hace posible lo que es” en cierto modo similar al de la poesía, ese proceso que, como al propio Teixidor le gusta citar,  le hiciera decir a San Juan de la Cruz a un cofrade que alababa la belleza tangible de Córdoba: “No estamos aquí para ver, sino para no ver”.

Que el cuadro “sea”

La sentencia juanista latía precisamente en el título -“No hemos venido a ver”- de la publicación, en 2021, de las conversaciones del artista con Agar Contiñas, una publicación en cuyo prólogo Contiñas, tras afirmar que la obra de arte, como “presencia recalcitrante”, es “un misterio imposible de resolver y, como tal, coloniza el pensamiento (…) es aquello que escapa al olvido, porque solo lo que no se comprende del todo escapa al olvido”, y por tanto toda obra de arte sería “ abstracta en el sentido etimológico, porque nos arranca del espacio de seguridad de la comunicación”, juega -o no tanto- a la paradoja para decirnos que Jordi Teixidor, precisamente por ser un pintor abstracto, es “en este sentido, extremadamente realista, si concebimos lo real como lo opuesto a la consigna, a la normalización tranquilizadora, al runrún megalómano del statu quo” y por ello, por ser un pintor abstracto, es, “en consecuencia, enormemente concreto y preciso. Porque sólo de la máxima claridad puede nacer lo oscuro”.

Y añade algo extraordinariamente revelador a la hora de acercarnos al pensamiento de Teixidor: que lo que “documentan, de una manera radical, las pinturas de Teixidor, no son simplemente los procesos de pensamiento o el ambiguo estatuto de una realidad sociológica dada por supuesta” sino “la duda, el momento vertiginoso de la duda (…) la duda crónica, radical”.

Quizá sea esa obsesión por la duda lo que ha llevado a Teixidor incluso a preguntarse si el arte realmente existe o si sólo existen las obras de arte, esas obras en cuya realización ha ido profundizando y ahondando cada vez más y cuya densidad y concentración ha ido, coherente hasta límites extremos -al tiempo que se buscaba en ellas a sí mismo- intentando que “el cuadro sea”. Un cuadro que, volviendo a recurrir al siempre inteligente análisis crítico de Alfonso de la Torre, late el silencio -.el propio Teixidor ha dicho que sus cuadros “tienen un vacío, un silencio”- pero no el “silencio de las formas contemplativas al uso, de las formas reverenciales habituales” sino el silencio de la obra, de la misma obra, un silencio que “late tras el aparente despliegue metatextual de Teixidor”, en “una puesta en abismo que, en realidad, viste o vela la nada”.

Un excelente y didáctico catálogo

La muestra se complementa y se hará perdurable en el tiempo con el excelente y didáctico catálogo de doscientas treinta y cinco páginas en el que la cuidada reproducción de las obras expuestas se alía con la calidad de los textos que las escoltan -“El movimiento perpetuo en la calma: la verdad de la pintura de Jordi Teixidor” de la propia comisaria de la muestra María Toledo Gutiérrez, “Jordi Teixidor”: las líneas de su tiempo“ detallado análisis del director del Museo y comisario de exposiciones de la Fundación March Manuel Fontán del Junco de los cuadernos de trabajo del artista y ”Tome un poco de contorno, por amor de Dios. Las partituras ininterpretables de Jordi Teixidor“” de Miguel Álvarez-Fernández- y con la detallada cronología del hacer del artista realizada por Pablo Pérez Océn bajo el título de “Jordi Teixidor: su tiempo en una línea” en un trazado cuyos precisos datos se salpimentan con diferentes elementos fotográficos, y que va desde su formación inicial y su primer contacto con Cuenca entre 1959 y 1964 a la mencionada exposición del IVAM de 2022 y  a la propia retrospectiva conquense de este año de la que estamos hablando.

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