Has elegido la edición de . Verás las noticias de esta portada en el módulo de ediciones locales de la home de elDiario.es.
Sobre este blog

Palabras Clave es el espacio de opinión, análisis y reflexión de eldiario.es Castilla-La Mancha, un punto de encuentro y participación colectiva.

Las opiniones vertidas en este espacio son responsabilidad de sus autores.

Excursión en globo

Foto: Carlos Ramos

0

Este año el globo aerostático no pudo ascender hasta el día 2 de noviembre. Un frente húmedo atlántico dejó lluvias intensas durante tres días seguidos. Siempre es mejor ver las ciudades desde el aire, todo lo ves y no ves nada. La tierra se convierte de pronto en una tela sinuosa extendida sobre sí misma.

A cinco mil pies de altura apenas ya puede distinguirse un campanario de un edificio de doce plantas, un campo de futbol de un erial, un colegio de una cárcel; dejaste de reconocer coches y seres, solo puntos y borrones, lo pequeño ha desaparecido. Las calles, las carreteras que salen y entran de la ciudad son líneas muy finas de una red ya destejida, una malla que habría que reparar. Tejados y edificios una serie de costras rojizas, las rotondas ojos blancos, y el río una línea negra sinuosa que viene de muy lejos y se pierde hacia el Oeste. Jardines y campos de cultivo manchas verdes y ocres, lo irreal es absoluto, las alturas distantes te permiten el juego de la visión en picado.

Allí abajo todo toma una unidad y una dimensión distinta. El globo aerostático ascendió despacio dejando atrás las majadas de la Iglesuela; navegando hacia el Sur a la espalda quedó el curso alto del Tiétar y la sierra de Mijares. Un ligero Norte, de apenas cinco nudos de fuerza, arrastró lentamente el globo hacia el valle, así estaba previsto, no queríamos dirigirnos hacia Madrid. El cielo se había abierto y permanecía limpio, el sonido del quemador de helio es como el de las palabras de dios, lo oyes, pero no sabes qué dice.

A cinco mil pies de altura el cielo se disuelve en un azul limpio sin final, el silencio denso del vacío aprisiona las sienes, los oídos se abren y los ojos se llenan de espacio. Si las almas ascienden por falta de gravedad puede que no lo hagan más allá de los quince mil pies, a partir de esa altura se pierden para siempre ya disueltas en palabras muy oscuras. La altura de las montañas mayores, uniéndose a ese silencio azul en el que solo se oye nuestro corazón, las pulsaciones dentro de nuestro cuerpo y a las vísceras trabajar los líquidos vitales. Esas almas carecen de ojos y se mantienen en el aire boca abajo, ya desconectadas de la tierra. Allí arriba, los instantes pasan muy rápido a pesar de que no exista el tiempo. Miras en picado absorto la tierra, recuerdas la vida allí abajo, se te caen cosas que nunca llegan al suelo. La memoria se agudiza hasta convertirse en un resumen de la vida. “Es increíble hasta qué punto la melancolía puede hacernos felices”, escribió una vez Adam Zagajewski, una de esas frases maravillosas que suelo anotar en el cuaderno de las citas.

En esta ocasión anoté una frase de Derrida: “Los lugares son que el deseo pueda reconocerse a sí mismo, en los cuales pueda habitar”. Llevaba la palabra habitar muchos días dentro como una espina, y la frase se salió de mí como la pus de un infección. El globo seguía ascendiendo hasta que el altímetro señaló los cinco mil trescientos pies, el viento nos arrastraba como una bolsa de basura hacia T.

El paisaje sinuoso de la dehesa, arrugado y viejo, las manchas negras de las encinas, de los bosques de pinos y sabinas del Piélago y las sierras de San Vicente. Nada se oía más que el quemador de helio; lo que se ve desde un globo aerostático  es la amplitud de un horizonte redondo, un gran círculo inhabitable. El ruido insultante del mundo quedaba ahí abajo, pegado a la piel de la tierra. El tiempo abyecto, que todo lo remueve hasta hacer de los días una papilla de instantes vacíos. Ahí abajo es donde está la mentira y la mirada obtusa de los jueces.

Me convencí finalmente de que esa sucesión sin final de territorios y espacios cercados por el horizonte, y en apariencia abandonados, eran solo un gran cementerio. Los cerros y las pequeñas montañas redondeadas, salpicadas de berrocales de granito, verrugas en la piel de una tierra ya muy gastada y vieja que lo había vivido todo. En la cesta íbamos JAB, Brodsky, y el artista y fotógrafo Luis Sanzol, este tomaba fotos en picado de las superficies, destinadas después a ser el embrión de una exposición de piezas matéricas a las que titularía Tierras. Habría entonces renunciado a la perspectiva en favor de la verticalidad. El fin último de esa futura exposición no sería otro que el de provocar el mismo vértigo que él sentía dentro de la cesta mientras navegábamos por los cielos.

Sobrevolábamos lo que podrían ser los campos cercados de Bayuela e Hinojosa. El globo entró en una nube de la que salimos lavados de pureza, apenas un instante de humedad, enseguida el sol nos deslumbró, atisbos de eternidad; abajo campos verdes y ocres atravesados por corrientes de agua, que vistos a más de cinco mil pies de altura trascendían como las venas de un cuerpo tendido escoltados por líneas de árboles quemados.

Sanzol dijo, que ya podía representar el infierno desde las alturas inconmensurable de los cielos. Se abrió entre nosotros una ligera conversación, le pregunté si sería fiel a las fotografías en el momento que abordara las piezas plásticas, dijo que no, solo trabajaría a partir de recuerdos visuales y de sensaciones. Ya solo fotografiaba las cosas que veía para robarlas, simplemente padecía un tic nervioso que le empujaba a ello, compulsivamente fotografiaba aquello que ya no iba a mirar jamás. Sobrevolando el valle había campos encharcados y arroyos que brillaban como heridas abiertas. El lenguaje incendiado que prende el mundo.

Mirar hacia abajo es más importante que mirar los cielos; no dudé de que alguien nos observaba con prismáticos desde algún punto, escondido entre árboles y matorrales allí abajo, solo por el placer de contemplar y observar lo extraño y lo que le sobrevuela. En el cielo el tiempo no existe, incluso los que decimos a esa altura elevada se llena de levedad y misterio. La tierra, el suelo quemado por nuestros pasos, está lleno de palabras que se enraízan en una especie de grama imposible de arrancar.

Nos íbamos acercando a T. empujados por corrientes de aire encauzadas hacia el río. Desde el cielo se veían los pequeños ríos y arroyos brillar allí abajo, largos filamentos de agua, heridas abiertas. Al fin había llovido. El globo fue descendiendo hacia Cazalegas, desde allí, el aire nos fue empujando siguiendo la línea del Alberche hasta la desembocadura en el río. El altímetro marcaba en ese momento tres mil quinientos pies de altura, seguiría descendiendo poco a poco hasta casi rozar los tejados de los edificios más altos al llegar a T.

Para no chocar con las construcciones volvimos a ascender un poco, hasta que la ciudad se volvió una costra roja, los jardines de color negro. Las carreteras ya dejaban ver los coches, y el ruido de la vida volvía a surgir muy pegado a la tierra. El globo sobrevoló el cementerio municipal a mil pies de altura. Allí el río se disloca curvándose hacia el Sur y riega la vega arcillosa. Miles de flores de color naranja y amarillo, crisantemos y gladiolos, en lo que debían ser lápidas coronadas de cruces. A esa altura no se leen los nombres, y es así de alguna manera que sabemos que solo las almas viven ya fuera de sus nombres. El aire es caprichoso, de pronto cambió a Sur, para no volver al punto de partida, el quemador del globo dejó de insuflar su llama azul y amarilla, del color de los pensamientos; el sonido limpio del quemador, como el de un fuego fatuo en la noche, amarillo y azul; el calor de las almas te eleva, pero nosotros descendíamos deprisa, de nuevo pesados y mortales.

Tocamos tierra en las planicies del Casar del ciego. Al bajarnos de la cesta, sin que nos diéramos cuenta, Sanzol nos tomó algunas fotografías de perfil, según él, momento clave del ascenso y del descenso; solo de perfil se capta la mirada profunda de nosotros en el mundo. Nadie sabe en realidad a donde estás mirando, ni de la profundidad absoluta de esa mirada, quizás se trate de la mirada de la verdad contra lo abyecto de estos tiempos. Tú no lo sabes, no importa adónde mires, sino como miras. La ley desgraciadamente es absoluta, pero no contempla. Los jueces finalmente también son hombres, pero…

síguenos en Telegram

Sobre este blog

Palabras Clave es el espacio de opinión, análisis y reflexión de eldiario.es Castilla-La Mancha, un punto de encuentro y participación colectiva.

Las opiniones vertidas en este espacio son responsabilidad de sus autores.

Etiquetas
stats