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Pronto hará cuatro años de la investidura de Ángel Mariscal como alcalde de Cuenca y a nadie ha sorprendido saber que no repetirá su candidatura al Ayuntamiento en 2019. Una investidura y una legislatura que muchos hemos lamentado profundamente, pero no por su persona, sino por los oscuros mecanismos que las fraguaron y sus resultados (o la ausencia de los mismos) sobre nuestra ciudad.
Resulta de vital importancia esta última puntualización, pues bien es sabido que la piel del regidor popular es fina y legendarios sus desaires. ¿O es que alguien ha olvidado los mensajes en redes sociales contra (sí, contra) un vecino por quejarse del estado de los parques infantiles?
Lamentablemente esa ha sido la tónica durante estos cuatro años: cuando algo no surgía desde el grupo popular, era populista e interesado; cuando alguien señalaba una deficiencia, era demagogo y oportunista. Y no es que haya sido algo que se limitara al primer edil, sino que por desgracia se ha convertido en el sello de calidad del equipo de gobierno en su conjunto y de sus políticas (o la falta de las mismas) en Cuenca.
Han sido cuatro años que, con la inestimable connivencia del grupo municipal de Ciudadanos y la oportuna ausencia de la oposición, han estado dominados por la crispación y el autoritarismo entorno a la figura de Mariscal. Pero el problema de basar la política local en el desprecio y la desconfianza para con el resto de fuerzas políticas, ciudadanía y agentes sociales tiene un alto precio, y es que hasta los tuyos se pueden contagiar. Tras cuatro años de sembrar vientos, finalmente, llegaron las tempestades en forma de caos interno, lluvia de cuchillos y, a la postre, el rechazo de los suyos en apoyar una nueva candidatura del señor Mariscal.
Por desgracia, esta legislatura no podría haber llegado en peor momento y, tras décadas de ir de Guatemala a Guatepeor, la guinda llegó en forma de atropellada investidura y nefasta legislatura. Pero más allá de sus consecuencias (o la ausencia de las mismas) sobre la ciudad, el principal problema es que el fango en que se ha convertido la política municipal en Cuenca ha alcanzado niveles de los que será tremendamente difícil desescalar.
Con un tejido económico en estado terminal y la consecuente cronificación del despoblamiento, ahora más que nunca, es fundamental apostar por el diálogo, rebajar la escalada dialéctica y crear proyectos municipalistas que sean capaces de desafiar al derrotismo e ilusionar con el futuro.
Porque el futuro de esta ciudad será transversal y participativo o no será. Porque no eran gigantes, maese Mariscal, éramos el resto de la ciudadanía conquense exponiendo nuestra propia idea de ciudad.
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