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La boca es una cosa tonta, todo lo que sale de ella normalmente es basura, bobadas, mentiras, las heces del subconsciente y las deyecciones del Narciso. La boca es un agujero, el arschloch alemán, literalmente el agujero oscuro del culo, por la que suele salir mierda y virtud, pureza y angustia.
El sicópata apaga las velas con los ojos. El fascismo ya está aquí, llora Agamenón, llora Istria, lloran los vencidos en las parameras que rodean las ciudades negras, y en estos días las fuentes de los ríos después de las lluvias. Lo que diferencia a los ojos de la boca son las palabras, a veces las palabras ayudan a ver lo que no se ve, y los ojos a entender lo que se oye mal. Quien mira bien y despacio habla bien.
El sicópata apaga la llama de la vela con los dedos, después la vuelve a encender y la apaga con los ojos, su juego consiste en encender y apagar velas. A veces se mete la vela encendida en la boca para sentir el fuego en la lengua. El fascista es tu vecino, el fascista podría ser tu viejo amigo, tu sombra bajo los cielos de aire de marzo; él dice por su boca mato, pues su libertad de expresión consiste fundamentalmente en apagar las otras expresiones de libertad, la suya es una libertad de expresión totalitaria, se fundamenta en la no aceptación de las otras maneras de decir; su boca dice mato, pero él nunca mata, mata otro, la boca es cobarde, y las palabras contagiosas, el perro ladra, el perro es el tótem del fascismo, el perro negro ladra y muerde. La perra de Kniébolo se llamaba Blondi, él le dio cianuro en el bunker de la cancillería y dejó de ladrar, Kniébolo dejó de ladrar. El perro se convirtió en poeta. El poeta moderno no habla o canta, ladra. El sabueso de los Baskerville, o el perro infernal como metáfora de los tiempos, y de nuevo la boca, la mandíbula hablante, el mordisco del habla, la señal de los mordiscos en la conciencia. Camus dijo “Toda forma de desprecio, si interviene en la política, prepara o instaura el fascismo” pero él lo escribía antes de decirlo, miraba muchas veces lo que escribía para no hacerle daño al mundo, Camus cuidaba y se cuidaba de su propia boca, educaba a su perro interior.
Todo hombre tiene dentro un perro poeta. El mundo está lleno ahora de idiotas fascistas. Paseo por el río para no sentirme fascista, mirando las aguas me siento humano, miro las aguas sin comprenderlas, pero dejo de mirarlas y me convierto en un fascista. Tengo que mirar las aguas para sentir la extrañeza del mundo y así, fuera de toda comprensión, no sentirme un fascista. Fascista podrías ser tu que me lees ahora. ¿Crees que no?
Tu boca te salvará, como la boca de Boris Pasternak ayudó a mantener con vida al poeta ruso Ossip Mandelstan unos pocos meses bajo las botas del tirano georgiano de Gori. Mandelstan había escrito “Epigrama contra Stalin”, que empieza con el verso: “Vivimos sin sentir el país a nuestros pies”.
El tirano lo olfateó, leyó el poema cien veces. Finalmente Mandelstan moriría en el campo transitorio de Vtoraya Rechka, cerca de Vladivostok, en 1938. Una boca salva a alguien, otra mata. Dios se equivocó al inventar la boca, fue un gran error divino, la boca y el culo son dos agujeros negros. La boca nos salvará, pero la boca es una cosa tonta, todo lo que sale de ella es sublime o mierda.
El fascismo comienza en la boca, después va por los brazos y por otras extremidades, pues se trata de un virus orgánico hasta que un día, lleno de fuerza y vitalismo, terminas marchando al trote junto a otros fascistas en la larga marcha a Roma del 27 de octubre de 1922. Y si vuelves al mayo del 68 no te queda más remedio que invertir los números hasta llegar al 86 donde no ocurrió nada importante de ser recordado. Esta mañana cerré la boca después de darle los buenos días al río, saludé con la mano al sol y al cielo y callé hasta que llegó la noche. Dediqué todo el día a pensar, que es un acto silencioso.
Hacía unos días que Ibérica Verlag me había encargado un breve ensayo sobre el Grito de Edvard Munch. Grito, Skrik en noruego. Skrik es una palabra dura, las dos K partidas por una R hacen de esta una palabra dura, suena como si el hielo se rompiera en el centro de la banquisa polar, sin embargo es una palabra sorda, que remite a una grieta que se abre, a una rotura, más que a un grito, la explosión de una voz sin significado, de la misma forma que las palabras que llevan dos S juntas son venenosas y nos remiten a una serpiente deslizándose por la hierba. De nuevo me encontré con la boca abierta del grito de Munch. Dos veces estuve delante del Grito en la galería nacional de Oslo, la primera vez en el 89, y la segunda en el 2012.
Nunca lo fotografié. Delante del cuadro pasé toda una mañana. Munch, cuyas obras estaban expuestas y repartidas en colecciones privadas en la Alemania de los años 30 del siglo pasado, fue declarado artista degenerado en los años oscuros del nazismo. Toda gran obra de arte encarna siempre una gran metáfora de la totalidad del mundo, a su vez la totalidad tiende a romperse y a fragmentarse. La fuerza de esta obra en realidad reside en las manos que sujetan la cabeza de este ser andrógino, que al lanzar al mundo una bocanada de angustia, se tapa los oídos para no oír su propio grito. Frente a este cuadro icónico de la modernidad, lo que sentimos es fundamentalmente la sordera, el silencio abisal del no oír, es como si estuviéramos sumergidos en nuestro propio ser bajo una existencia líquida y no oyéramos nada. Acaso sólo nos remita a la reverberación que produce el estruendo sordo de lo extraño.
Pocas obras de arte se vacían de belleza para transmitir desde su centro la verdad oscura y trágica de la existencia. Un grito sordo que perdura eterno, una boca en el centro del cuadro, un agujero negro por donde escapan las fuerzas salvajes del hombre. Pero Munch, al tapar con las manos los oídos nos deja en testamento esa sordera universal de la angustia, no oímos el grito, lo sentimos dentro reverberando, como si el mundo fuera finalmente una cámara de silencio. La ironía es la gran carga de fuerza de la libertad de expresión. La ironía es el pájaro del lenguaje que no se puede enjaular, pero sólo es apta para la inteligencia.
Munch, al pintar un grito sordo e inaudible, lo sobrecargó de angustia e hizo visible lo que no se podía ver, es por eso que el grito aún puede oírse en su eterna reverberación. Es el grito de la naturaleza, del mundo, y por eso el hombre se tapa los oídos. Lo pensé, pensar es el último acto de dignidad que nos queda y llegué a una conclusión, si en este artículo yo lanzará sólo basura lo más sensato es que el consejo d dirección me despidiera. Hassél, ¿Puedo escribir esto? Hassél, ¿Me lo permiten ahora que han hecho santo a un idiota? Es un nombre que no me gusta, proclive a llevar dos S. este idiota llamado H. tiene un gran problema con su boca. Yo, sólo lo hubiera condenado a pasar un día entero de pie frente al Grito de Edvar Munch.
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