Las artistas 'drag' se unen contra la precariedad: “A veces no hay camerino y tienes que ir pintada de casa”
La escena drag vive un momento dulce en España. Fenómenos televisivos como el concurso Drag Race y la proliferación de shows y eventos más allá de bares nocturnos y discotecas han dado impulso a esta expresión artística. Pero esto no siempre se ha traducido en mejoras de las condiciones laborales de sus protagonistas. “El drag tiene una importante carga de precariedad”, explica Alex Marteen, artista drag barcelonés. “Como se decía de las vedettes del teatro El Molino: pueden ganar dinero, pero no son ricas, porque luego se tienen que pagar todo, desde los trajes al maquillaje”, argumenta.
Por primera vez, decenas de artistas de este ámbito –drag queens, drag kings y otros performers– se han unido para reivindicar sus derechos laborales. Lo han hecho alrededor de la Asociación Drag, que se presenta este sábado en Barcelona, en una fiesta en la sala Paral·lel 62. La entidad, que se constituyó oficialmente en mayo, aglutina ya más de 60 hombres y mujeres que se dedican a estos shows en la capital catalana y sus alrededores. Y no solo buscan actuar como sindicato, sino también organizar sesiones formativas y promocionarse mutuamente.
La idea de organizarse surgió a raíz de la pandemia, cuando cerraron bares y discotecas y los artistas tuvieron que buscarse la vida en otros espacios, explican Alex Marteen, de 32 años, y Catalina Parra, de 27, ambos fundadores de la nueva asociación. “Es una idea que siempre había sonado en abstracto y que nunca se había hecho hasta que un productor nos dio un empujón hace unos meses. Es un proyecto asambleario de travestis, con todas las distintas realidades que incluye, tanto con gente se dedica a ello como trabajo como las que no”, afirma Marteen.
En los últimos años, el circuito drag se ha expandido en ciudades como Barcelona. Hasta hace poco, quedaba restringido a los locales del conocido como Gayxample (la zona del Eixample con oferta de ocio gay) y algunos bares del Raval como El Cangrejo o La Casa de la Pradera. Pero hoy tienen presencia en discotecas más conocidas como Apolo –con el Futuroa Sarao Drag o Churros con Chocolate– o en eventos diurnos como la Ravalada Drag Tour. Marteen es DJ fijo en la sala Razzmatazz.
Tanto Marteen, que es músico y cantante, como Parra, ilustradora de profesión y con su alter ego drag Santa Catalina, pueden decir que se ganan más o menos la vida con estos espectáculos, que combinan con otras actividades. “El drag es una expresión artística, pero también es un trabajo. Aunque no vivas de ello y empieces a hacerlo como hobby, lo es, porque siempre que haces un show estás en un entorno laboral, con un intercambio económico más o menos precario, un horario…”, enumera Marteen.
“Solo una peluca puede costar 200 euros”
Sin embargo, las condiciones a menudo dejan mucho que desear. “La mayoría de bares no te pagan nada. Te dan el espacio y te dicen: ‘Haz lo que quieras y si eso haces una taquilla inversa’”, pone Parra como ejemplo. En muchos locales del Eixample, el caché histórico de las drag queens ha sido de 80 euros la noche. Pero su dedicación va más allá del rato que están en el escenario. “Esto implica las horas de preparación y maquillaje en casa, estar en el local cinco o seis horas para hacer tres o cuatro pases…”, relata Marteen. “Pero el vestuario lo pones tú. Y solo una peluca puede costar 200 euros”, advierte. En un tipo de espectáculo que exige una constante variedad, Marteen y Parra explican que muchas veces “lo que se cobra de un show sirve para preparar el siguiente”.
Más allá del salario, durante las primeras reuniones han surgido otras inquietudes que comparten las drag. En materia laboral, buscan garantizar que los espacios de trabajo sean seguros y se han llegado a plantear la creación de un “sello de calidad” para aquellos locales que garanticen unos estándares. “Muchas veces no hay un camerino donde prepararte y acabas yendo pintada desde tu casa, en bici o en transporte público. Te expones a violencia y a que te peguen una patada en el metro en plena noche hasta que llegas al espacio LGTBI a celebrar que todos somos queer”, cuestiona Parra.
Por otro lado, más allá de lo laboral, la asociación también se ha propuesto impulsar cursillos, como pueden ser de peluquería o de costura, ofrecer un servicio de atención psicológica para quien no pueda pagarlo y, en definitiva, ser un espacio de cooperación. “Se ha tendido a asociar a los drags como alguien competitivo, en parte por estereotipo, y es absurdo, porque al final estamos todas pringadas. Si estás en un bolo cambiándote encima de un pilón de cervezas, mejor llevarte bien con la persona que tienes al lado”, reivindican Marteen y Parra.
Consciencia histórica y de clase
La escena drag ha cambiado mucho en las últimas décadas. Con un origen que se remonta al siglo XIX, a los espectáculos burlesque victorianos del Reino Unido, en España este fenómeno, conocido como transformismo o travestismo, ha sido objeto de caricatura y menosprecio por razones LGTBIfóbicas. Pero sus artistas saben perfectamente que el cabaret también supuso durante décadas la única salida laboral para mujeres transexuales.
“Nuestra generación se acerca al drag con consciencia de clase e histórica de colectivo. Vivimos con el peso de la gente que puso el cuerpo por nosotros y que no podemos olvidar”, señalan, y citan referentes ya activas durante el franquismo como Tania Navarro o Gilda Love, que tiene actualmente 98 años.
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