Brigitte Vasallo: “Hay una disputa para ver quién es el amo del lenguaje”
El debate sobre si hay que avanzar en un lenguaje inclusivo viene de lejos, pero en los últimos años se ha endurecido. Cada vez son más aceptadas socialmente fórmulas que desplazan el masculino como genérico, como el uso de los morfemas e, x o @ (todes, todxs o tod@s, en vez de todos). Pero, a la vez, hay quien se opone a estos cambios aduciendo razones lingüísticas e incluso algunos que los ridiculizan los atribuyen a una voluntad de la izquierda de centrarse demasiado en reivindicaciones simbólicas.
En este contexto, la ensayista Brigitte Vasallo (Barcelona, 1973) decidió ir más allá de esa disputa y plantea en su libro Lenguaje inclusivo y exclusión de clase (Larousse) que el lenguaje inclusivo no es suficiente. Que hay que discutir también sobre quién tiene el poder de decidir sobre el lenguaje y sobre cuáles son los límites de la inclusión, especialmente cuando hablamos de clases sociales.
El lenguaje inclusivo, sobre todo el no sexista, ha sido objeto de debate –y a menudo de ridiculización– en los últimos años. ¿Qué entendemos por este término y por qué crees que es importante?
Hay un núcleo central que consiste en debatir y recuperar la potestad sobre las palabras que usamos y cómo las usamos. Y se ha centrado mucho en la cuestión de género, con unas resistencias terribles a que modifiquemos las formas con las que nos nombramos en el lenguaje y en el habla. Esto es importante porque forma parte de la política de la representación.
Encontrar aquellas palabras que de alguna forma aproximada le dan sentido social a lo que tú te sientes es como, de pronto, sentir el suelo bajo los pies. El otro día una persona me decía que el hecho de poderse denominar como no binaria le ha dado un oxígeno de vida y esto me parece fantástico.
¿Por qué crees que existen esas resistencias a aceptar socialmente el uso de palabras de género neutro como todes o hijes? En catalán hemos visto un debate parecido este verano con la fórmula totis.
Lo que yo creo es que la disputa de fondo es por ver quién es el amo del lenguaje. A quién le pertenece. Para mí es claramente una resistencia del poder. De quien tiene el poder de decisión sobre el lenguaje, que se supone que son las instituciones o alguien que tiene una silla en no sé dónde. Es la misma lógica del poder que decide que tu género es uno y no otro.
Una de las cosas que planteas en el libro es que no sería suficiente con que la RAE aceptara, por ejemplo, estos términos.
Lo que reivindico es el acceso a los medios de producción del lenguaje y que sirva para que no reproduzcamos otra vez los mismos mecanismos, que no nos convirtamos en una RAE alternativa. Hay que poner sobre la mesa que el debate sobre el lenguaje inclusivo no es lingüístico. Podemos estar de acuerdo en que cuerpa es una palabra incorrecta, pero tenemos derecho a usarla. Lo que nadie puede decir es que esta palabra no existe, porque en cuanto la dices, existe.
Cuando hacemos usos estrambóticos o raros del lenguaje, se genera una tensión y eso crea un momento de posibilidad. Pasan cosas. Decir hijes o hablar en femenino en algunos espacios genera tensión, da la posibilidad de hablar de ello. Y luego está esa cuestión del ridículo, ¿no? De pensar: 'Uy, qué palabra he dicho'. Pues tenemos que estar orgullosos de ese ridículo, es la herramienta que tiene el sistema para menospreciar. ¡Seamos tan ridículas como sea necesario!
¿Crees que el lenguaje no sexista será algún día hegemónico?
Para mí, la pregunta es si cuando esto suceda nos garantizará que algo cambie. Porque no por mucho decir ábrete sésamo este se va a abrir. Cambiar algo en el plano simbólico no quiere decir que cambie en lo material. Cuando decimos nosotras como femenino genérico, o nosotres, no necesariamente cambia la foto, como le ocurrió a Podemos con un cartel en el que se leía Nosotras y en la foto aparecían solo hombres.
Luego, hay que tener en cuenta que el neoliberalismo es un sistema que lo captura todo constantemente. Y hay que estar atentos a ello. Por ejemplo, ha ocurrido con la palabra activista. Yo la usaba hace años pero ahora ya no. Ahora mismo, en el contexto en el que vivo, decirme activista no es algo que me ponga en riesgo, más bien al contrario, me da capital cultural.
Una de las preguntas que te formulas en el libro es si puede existir un lenguaje inclusivo en cuanto a la clase social. ¿A qué conclusión llegas?
Creo que sí puede existir un lenguaje que sea accesible en el eje de clase social, un lenguaje que no sea técnico y que no deje fuera a todos aquellos que no tienen acceso a determinados debates.
Una forma de apoderarse del lenguaje que han tenido algunos colectivos minoritarios históricamente ha sido la resignificación: las personas negras con la palabra nigga o los homosexuales con la palabra marica, ambas originariamente despectivas.
La resignificación es muy interesante, porque hace que una palabra, un contenido que se considera ofensivo, se llene de otro significado, que es tu experiencia subalterna. Una experiencia de dolor pero también de vida. Coger esa palabra y llenarla de otro significado me parece un hackeo muy interesante. Pero cuidado, porque la resignificación no se hace solo desde una parte, está ahí y la llevan a cabo otros constantemente. Solo falta ver que en las elecciones de Madrid a la palabra libertad se le dieron otros significados casi excluyentes.
Otra idea habitual en este debate es si la defensa de un lenguaje inclusivo puede alejar a la clase obrera, que lo ve como un problema de personas acomodadas. ¿Lo ves así?
No, no lo veo así. Pero sí señalo que puede llegar a ser un riesgo. Las palabras que usamos tienen una marca de grupo social, y los grupos sociales que dedican más tiempo a cuestiones simbólicas son unos concretos. Tiene que ver con las redes sociales que tienes, el acceso a algunos discursos… Yo reivindico que esto se pueda ampliar. ¿Cómo? Las soluciones habrá que encontrarlas colectivamente.
Arrancas el libro reivindicando la figura y el lenguaje de Belén Esteban. ¿Por qué?
Me interesa como icono. A veces tendemos a tener más solidaridad de clase con otros que con ella, aunque es una tipa que por biografía debería ser mi compañera de clase social. Me preocupa la rabia que despierta entre quienes la acusan de haberse hecho famosa por nada cuando la fama debería ser gratuita, deberíamos ocupar esos espacios en las formas en que quisiésemos. La nieta de Vallejo-Nájera [el psiquiatra franquista] también está en esos programas y nadie se plantea cómo ha llegado hasta allí. Podemos reivindicar a Belén Esteban como compañera, sin que tenga que gustarnos lo que hace.
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