L'Hospitalet, ante la amenaza de un nuevo confinamiento: “Nuestros pisos son como cárceles”
“Bueno, me vuelvo para la cárcel”. Son las 12:30 h de la mañana del lunes y Joaquín Maneja, 81 años, se levanta de su banco de la plaza Espanyola, situada en el barrio de la Torrassa de l'Hospitalet de Llobregat. No debe regresar a ningún centro penitenciario, sino que se refiere al pequeño domicilio en el que vive con su mujer, Ángela, desde hace décadas. Ella ni siquiera se ha atrevido a salir a la calle después de que el viernes pasado los casos de coronavirus se multiplicaran en su barrio. “Desde el sábado ha decidido volverse a encerrar”, señala resignado su marido.
El viernes eran 107 los casos identificados en esta ciudad de 265.000 habitantes, la segunda más grande de Catalunya y la urbe con mayor densidad de población de toda Europa, según un estudio de la Oficina Europea de Estadística de 2016. Este lunes la alcaldesa, Núria Marín, ha explicado que se han triplicado los casos y que ya hay 300 positivos en el municipio. “Estamos en una situación difícil”, reconocía en rueda de prensa. “Es necesario un toque de atención a toda la ciudadanía”.
Los temores a un nuevo confinamiento ocupaban las conversaciones de este lunes en las plazas y bares de l'Hospitalet. En el bar Bermejo, a pocos metros de una residencia donde se han identificado 10 positivos y se ha aislado a los ancianos, los vecinos hablaban del asunto de mesa a mesa. “Como me vuelvan a confinar a mí me da algo”, explicaba desde la terraza de este local Antonio Faljar, fontanero de 43 años mientras desayunaba un bocadillo y una caña. “Vivo con mi mujer, mi hermana y sus dos hijos”, continuaba, “con este calor nos da un siroco”.
El kilómetro cuadrado con más población de toda Europa está en este barrio, el más afectado por el rebrote en l'Hospitalet. Distintos estudios cifran entre 50.000 y 55.000 las personas que viven en un solo kilómetro cuadrado de este distrito. Uno podría pensar en grandes bloques de edificios pero la mayoría de las construcciones son edificios de tres o cuatro plantas, construcciones antiguas cuyos minúsculos pisos suelen ser compartidos.
“La gente hace más vida en la calle que en casa porque ahí no pueden quedarse”, afirma Janet Yavi, boliviana de 33 años que regenta una tienda de ropa infantil en el mercado del Torrent Gornal. Señala que el fin de semana pasado ya notó que la afluencia de gente a su comercio se reducía de nuevo. “La gente vuelve a tener miedo”, explica ante unos pasillos prácticamente vacíos, con muchos comercios cerrados.
Esta tendera afirma que ella tampoco resistiría otro confinamiento, pero matiza que se refiere a su cuenta bancaria. “Como nos vuelvan a encerrar tendré que cerrar la tienda y no sé qué haré”, apunta mirando a sus dos hijas pequeñas, que pasan la mañana revoloteando por los pasillos del mercado. ¿Vacaciones? “Creo que poca gente de por aquí se irá de vacaciones tal como está la cosa”, remacha.
“Una alta densidad de población como la de l'Hospitalet puede suponer que el virus impacte a un mayor número de personas y se propague más rápido”, apunta en conversación telefónica Xabier Urra, investigador del Institut de Investigacions Biomèdiques August Pi i Sunyer (IDIBAPS) del Hospital Clínic y coautor de un estudio sobre la relación entre la densidad poblacional y el contagio del virus. “No tiene nada que ver con el caso de Lleida, que es una ciudad mucho más pequeña y menos densa, donde veíamos que los números absolutos no eran altos”.
La alcaldesa del municipio, tras reunirse el lunes con responsables del Departament de Salut y crear un “comité de crisis”, anunció nuevas medidas para intentar contener el brote: se cierran las petancas y espacios de deporte al aire libre, se prohíben los deportes colectivos y se recomendará el “uso preferente” de los espacios abiertos en la restauración. El domingo, el president de la Generalitat, Quim Torra, descartó la posibilidad de un confinamiento perimetral de la ciudad.
Según Marín, la mayoría de los casos se registran en los barrios del norte de la ciudad, precisamente los que colindan con Barcelona en una separación difusa que hace que algunas calles tengan una acera en cada ciudad. “No somos una isla”, ha alertado la alcaldesa sobre la necesidad de atajar el brote para evitar que se extienda por el área metropolitana de Barcelona.
Los datos más recientes señalan que los positivos en la capital catalana casi se han triplicado respecto a los datos de la última semana, pasando de 164 a 458. Precisamente el mayor aumento se ha producido en el distrito de Sants-Montjuic, el que queda más cerca de l'Hospitalet, donde los casos han pasado de 29 a 116.
Desde este lunes, todos los agentes cívicos de l'Hospitalet se han destinado a recordar a los vecinos que se pongan la mascarilla. “Desde hoy es nuestra prioridad”, explica una pareja de estos agentes, que durante los 10 minutos de conversación advierten a media docena de personas de la obligatoriedad de portar el protector. “Ahora lo ves muy tranquilo, pero si vinieras aquí por la tarde, te llevarías otra imagen”, señalan estos agentes. “Los mayores cumplen casi todos, pero los jóvenes que salen por la tarde se creen inmortales”.
Estos trabajadores del Ayuntamiento explicaban que la franja más conflictiva es la de los jóvenes de entre 15 y 22 años. Los más reacios a ponerse la mascarilla, aseguran. “Por la tarde y por la noche los jóvenes se desmadran, es cierto, pero es algo que me parece incontrolable”, corroboraba Janet Yani en el mercado.
Según los datos anunciados por la alcaldesa, a diferencia de la primera ola de infecciones, en esta ocasión la mayoría de la población contagiada son vecinos de entre 20 y 50 años. Respecto a los ingresos hospitalarios, ha detallado que la información de la que disponen “no es preocupante” por el momento.
En la plaza Espanyola, Antonio Ruiz, 72 años, está sentado en el mismo banco que Joaquín Maneja. Respeta escrupulosamente la distancia de seguridad y lleva mascarilla, como la mayoría de ancianos que se refugian del sol bajo los árboles. Insiste al periodista en que debería acudir a la plaza por la tarde, que es cuando se incumplen las medidas de seguridad. “Esto está lleno de niños jugando, las terrazas a tope y a medida que avanzan las cervezas, disminuyen las mascarillas”, explica Ruiz, que reconoce que él también sale a la calle porque tiene pocos metros en casa.
¿Qué opina de esto que dice su amigo Joaquín sobre la cárcel?
“Tiene razón. Nuestros pisos son como cárceles”, apunta. “Creo que muchos ni nos habíamos dado cuenta hasta que llegó este virus”.
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