Un Parlamento, contrariamente a las apariencias, no es un centro de estudios y debates ni un club de opinión. Es un órgano legislativo que elegimos y pagamos los ciudadanos para que elabore leyes aplicables que den algún resultado positivo en la resolución de cuestiones concretas, más aun si se trata de cuestiones concretas y candentes.
La víspera de comenzar los dos días de debate monográfico en el plenario del Parlament de Catalunya sobre la pobreza y las desigualdades sociales multiplicadas, el conseller de la Presidencia, Francesc Homs, anunció desde el púlpito habitual de portavoz del Govern de la Generalitat, retransmitido prácticamente cada mediodía y noche por TV3, que la sesión parlamentaria no supondría en ningún caso ni un euro más de gasto adicional en políticas sociales. Es el mismo conseller que anteriormente había afirmado que la pobreza era la misma en Cataluña en 2006 que en 2011. En la tribuna del hemiciclo, el presidente de la Generalitat adujo, apuntando a Madrid, que el gobierno autonómico no tiene la última palabra sobre aquello que puede gastar o dejar de gastar.
Vistas estas coordenadas del debate, ¿de qué ha servido celebrarlo? En plena situación de destrucción masiva de puestos de trabajo, de precarización de los salarios, de recortes en todos los servicios públicos, de desahucios e hipotecas con cláusulas abusivas, de rescate de la banca privada con dinero público y de aumento acelerado de la disparidad en la distribución social de la riqueza, ¿qué ha aportado el Parlament de Cataluña a la superación de la crisis después de dos días de debate monográfico sobre la pobreza que se extiende en el país?
Un Parlamento no es un club de opinión. Tiene responsabilidades concretas, concretísimas, que deben ser evaluables por parte de los ciudadanos que lo votan y lo pagan. El debate parlamentario no puede sobrevolar los problemas reales con una profusa retórica ideológica sin consecuencias prácticas al día siguiente de pronunciarse, porque entonces no es un Parlamento democrático, sino una superestructura destinada a hacer pasar con razones a los problemas reales de los ciudadanos, envolverlos con la celofana de los argumentos contrapuestos pero estériles, perpetuarlos en favor de quienes que se benefician en vez de resolverlos en beneficio de la mayoría que representan, en principio. Un Parlamento no es un club de debates. No debería serlo.
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