Las elecciones municipales han dejado dos claros triunfadores en la izquierda catalana, Barcelona en Comú y las candidaturas levantadas alrededor de la CUP. La fórmula ICV-EUiA, en cambio y como en el conjunto del Estado, ha sufrido severas sacudidas. Tendiendo al centro, Esquerra ha tomado fuerza mientras el PSC mantenía una línea descendente que lo sitúa en una posición menos trascendente a nivel global, especialmente más allá de algunas ciudades del área metropolitana. En definitiva, un cambio de escenario a tan sólo cuatro meses de las elecciones plebiscitarias y constituyentes del 27 de septiembre.
Un calendario que agilizará sin duda el debate y las discusiones para ver quién y cómo plantea una opción política y electoral hegemónica dentro de la izquierda catalana en sólo cuatro meses. Estamos, por tanto, en un momento clave en la acción de las organizaciones políticas catalanas. Así, partiendo de la premisa de que los modelos de la izquierda del 78 como el del PSC y el de ICV (heredera orgánica del PSUC) parecen agotados, el debate girará en torno a qué funcionamiento, qué estrategia y qué táctica debe priorizar la izquierda catalana del Principado en los próximos dos años. Y aquí parece que hay un debate, como mínimo, tridimensional. Analicémoslo.
En primer lugar, el debate radica en si la “nueva” izquierda catalana tiene que ser un proyecto catalán que se incluya dentro de los ritmos españoles marcados por Podemos y su posible acuerdo con IU en un complejo proceso constituyente español o si debe nacer a partir de la concepción de que el Parlamento catalán está legitimado para romper el régimen español de forma unilateral desde el mismo 27 de septiembre. Aunque aparentemente las dos parten de una “soberanía” catalana, lo cierto es que los defensores de la primera de las opciones (cercanos a Podemos y a ICV) hace meses que defienden que sin el beneplácito del Estado no hay proceso posible. Que los ritmos, en Madrid, y las presiones, desde la periferia. El otro motor de la izquierda, en cambio, defiende que la ruptura debe ser inmediata, netamente independiente de la dinámica que pueda existir en el resto del Estado.
En segundo lugar, la discusión pasa por si el eje de la propuesta debe girar en torno a la idea de “echar a CiU” o si el relato debe ir más allá y debe incluir también una ruptura general con todas las fuerzas del régimen 78 en Catalunya y una transformación más global en la política catalana. En este ámbito, y escuchando dos voces que probablemente no estará el futuro Parlament, Joan Herrera y David Fernández, el debate parece estar sobre la mesa. El primero ha marcado que el objetivo es exclusivamente el de “echar a Mas”. El segundo, por su parte y en clave más estratégica, ha situado el cambio en el proceso constituyente camino a independencia. Un proceso que debería servir también para cambiar las correlaciones de fuerzas tanto en la calle como las instituciones donde CiU y PSC de nuevo deberían liderar gobiernos futuros.
Finalmente, el tercer ámbito de discusión será sin duda en base a qué modelo de formación se construye la opción electoral hegemónica de la izquierda en las elecciones del 27 de septiembre. Es decir, ante el reto electoral, ¿la apuesta pasa por que una persona lidere en todos los sentidos el proyecto con un pequeño grupo de personas alrededor o es el momento de apostar por hacer que no sólo el discurso sino la acción política tenga un funcionamiento colectivo también en el Parlament? Los argumentos ya hace días que corren por las redes y seguramente lo harán aún más cuando se confirmen nombres y apellidos a finales de mes. Preparémonos.
De hecho, en cada uno de los tres ejes del debate se identifican dos modelos de entender el momento político que beben de Barcelona en Comú e ICV, por un lado, y de la CUP, por la otro. Dos apuestas que hoy día son programáticamente diferentes en el eje de la soberanía nacional y también en la organización y la toma de decisiones. Dos líneas de trabajo diferenciadas e imposibles de conjugar antes del 27S pero que, seguramente, tendrán que saber entenderse pasadas las elecciones. Al menos, si ambas pretenden transformar y avanzar tanto en el eje nacional, como en lo social, como en lo democrático, su suma puede ser clave para desarrollar propuestas políticas de primer orden con la complicidad o no de una ERC fortalecida.
En todo caso, teniendo en cuenta que es el momento de hablar del antes, el debate está servido. Personalmente la apuesta por la ruptura, la política colectiva y la necesidad de ir mucho más allá de un simple “echar a la derecha” me parece imprescindible. En 2003 esta lógica sirvió para gestar un Tripartito que generó años de frustración y cambió muy poco la praxis política en el país. Ahora, la ventana de oportunidad para la izquierda catalana es indiscutible. La correlación de fuerzas y la movilización popular ha cambiado la política en todo el territorio. Es hora de plantearnos cómo la edificamos no sólo para ganar y fortalecer el verdadero motor de cambio (la organización popular). Hay que poner también las bases necesarias para transformar el país en el camino hacia la plena soberanía, el postcapitalismo, el ecologismo y la igualdad entre todas las personas más allá de géneros, opciones sexuales, origen o color de la piel.
Por cierto. Soy consciente de que este lo eterno del huevo o la gallina de la izquierda en Catalunya. Y en Valencia, y en les Illes, y en la Catalunya Nort...