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Refugiados climáticos, los refugiados invisibles: “El mar se lo llevó todo; irme era mi única salida”

Sin Seck se vio obligado a abandonar su país, Senegal, después de que el mar se llevara su hogar

Marta Teixidó

4 de enero de 2025 21:26 h

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Una delgada línea de arena era lo único que separaba la casa de la familia de Sin Seck, conocido como Baye entre sus amigos, del océano. De su infancia en Senegal recuerda los días acompañando a su padre a pescar o las tardes improvisando partidos de fútbol en la orilla. También guarda en su memoria a sus abuelos, siempre elegantes, caminando hacia la costa para recibir a los pescadores cuando el sol empezaba a caer. 

Año tras año el nivel del mar iba subiendo. Hasta que un día se tragó su hogar y se llevó también su vida en el barrio de Guet N'dar, situado en la ciudad de Saint Louis, Senegal, y con él, el sueño que había heredado de generaciones: ser pescador. Ante la devastación, no tuvo más opción que dejarlo todo atrás. Una noche, se embarcó en una patera, sin saber si lograría llegar a destino y mucho menos si alguna vez volvería a pisar su país.

Ahora, su vida está lejos del mar. Vive en Ripollet, una ciudad cercana a Barcelona, en un piso compartido con cuatro personas, a unos 16 kilómetros de la costa.

Sin se considera a sí mismo 'refugiado climático'. Se trata de aquellas personas que huyen de sus países de origen por los impactos de la crisis climática, pero también debido a los daños medioambientales causados por el hombre, como la destrucción de tierras, la sobreexplotación pesquera o la desaparición de pastos a causa de la actividad industrial.

Aunque la mayoría de las movilidades por motivos climáticos son desplazamientos internos, también hay quienes cruzan fronteras internacionales. A pesar de ello, personas como Sin siguen siendo invisibles.

Eso se debe a que no pueden solicitar asilo ni protección. Y es que el término 'refugiado climático' no tiene reconocimiento legal. Las causas climáticas no están contempladas por la Convención de Ginebra, que sólo reconoce la persecución por motivos políticos, religiosos, étnicos, de nacionalidad o conflictos armados.

Esta invisibilidad se agrava porque los efectos del cambio climático están afectando de forma mucho más severa al Sur Global. Aunque aún no ha llegado con la misma intensidad a Europa, tal y como señala Miguel Pajares, autor del libro Refugiados climáticos: el gran reto del siglo XXI, “los desplazamientos tardarán más, pero acabarán produciéndose también en España”. “Los procesos de generación lenta como los de desertificación acabarán desplazándonos”, advierte.

Elena Muñoz, abogada especializada en Derecho de Asilo, destaca la dificultad de que se identifique y reconozca a quienes se desplazan por razones climáticas. “No contamos con estadísticas oficiales sobre cuántos casos hay, ya que, además de que la categoría de refugiado climático no existe legalmente, en muchos casos el cambio climático no es la única causa de la huida”. Estas situaciones suelen estar entrelazadas con otros factores, como conflictos armados, la pérdida de sus medios de vida o la sobreexplotación de los mares en ciertos caladeros de pesca.

Una responsabilidad política

Ndaga Seck guarda los mismos recuerdos que Sin de su infancia. Ambos crecieron como pescadores en el mismo barrio. No se conocían, pero tiempo después descubrieron que eran primos. A los 14 años eligieron el camino de la pesca, adentrándose en las aguas del Atlántico. “Pescar lo es todo para mí, es nuestra cultura y nuestra forma de vivir en Guet N'dar”, afirma Ndaga. “Nuestros ancestros, abuelos y padres también eran pescadores; es la herencia que tenemos”, añade. 

Mientras navegaba en el océano que le vio crecer, Ndaga empezó a notar cómo cada día el nivel del mar subía más, la banda de arena se reducía y el agua se acercaba peligrosamente a su casa. 

En la estrecha península arenosa conocida como Langue de Barbarie, que separa el río Senegal del océano Atlántico, se encuentra el barrio de Guet N'dar. Situado en la ciudad de Saint Louis, es uno de los más poblados y dinámicos de la región. La mayoría de sus habitantes pertenecen a la etnia Lebou, que lleva siglos dedicándose a la pesca.

Mientras los hombres se adentran en el agua cuando las condiciones lo permiten, las mujeres procesan el pescado y los niños llenan las calles, el nivel del mar va subiendo cada año, habiendo avanzado hasta seis metros en pocos años. Eso “intensifica la erosión costera y amenaza viviendas, actividades económicas y la estabilidad de la zona”, tal señalan los investigadores Loïc Brunning, Marion Fresia y Alice Sala, de la Universidad de Neuchâtel.

Papa Sow, experto en cambio climático y migraciones del Instituto Nórdico de África, destaca que, aunque el fenómeno tiene componentes naturales y está claramente vinculado al cambio climático, “la subida del nivel del mar y la modificación de las tormentas han acelerado el problema de la erosión”.

A esto se suman dos factores directamente relacionados con la intervención humana, que agravan aún más la situación actual. Entre estos, Sow señala el impacto del calentamiento global, la construcción intensiva sobre la Langue de Barbarie que ha amplificado el arrastre de arena causado por las olas y políticas urbanísticas inadecuadas que agravan la vulnerabilidad de esta frágil región costera. 

Por eso, expertos como Miguel Pajares consideran que hablar de 'refugiados climáticos' visibiliza la responsabilidad de los gobiernos y empresas en la cuestión. Señala que, a diferencia de otros cambios climáticos a lo largo de la historia geológica, el actual no es natural: es consecuencia de la acción humana. “Aunque los gobiernos conocen esta realidad y han firmado tratados, como la Convención Marco de Naciones Unidas sobre el Cambio Climático en 1992, las emisiones no han dejado de aumentar”, añade.

“Este incumplimiento convierte el cambio climático en un problema político, y a sus víctimas, en víctimas de decisiones políticas. Por eso, aunque el término 'refugiado climático' no implique asilo legal, sí sirve para exigir a los gobiernos que asuman su responsabilidad frente a quienes huyen de estos impactos”, concluye.

Bajo el nivel del mar

Ndaga estaba convencido de que, tarde o temprano, el mar se llevaría su casa. Ya no podía vivir de la pesca porque los barcos de grandes multinacionales habían inundado la costa. Más allá de los problemas climáticos, la pesca artesanal, vital para la economía de los países del África Occidental, está siendo gravemente afectada por la industria pesquera internacional. Destruyendo una de las principales fuentes de empleo en la región y dejando a numerosas familias sin medios de vida para subsistir.

Ndaga tenía que ayudar a su familia, y para salir adelante, en 2006 decidió embarcarse una noche en una patera junto a 60 personas. Después de una semana navegando, llegó a Gran Canaria. Cinco años más tarde, en 2016, de su casa en Guet N'dar no quedaba nada.

Actualmente, Ndaga vive junto a su esposa, Fatou Amet, también lejos del mar, en Artesa de Segre, un pequeño pueblo de Lleida, rodeado de campos y montañas, a más de 100 kilómetros de la costa.

En 2017, el nivel del mar, que ya estaba subiendo de forma alarmante, se llevó también la casa de su primo Sin. Lo revive como si fuera ayer: estaba sentado tomando té con sus amigos cuando una llamada de su hermana interrumpió la conversación. Su hogar se había inundado. “Corría tanto que mis pies iban solos; no me importaban las cosas materiales, solo quería salvar a mis padres, que eran mayores, y a mi hermana. Por suerte solo se había inundado”, relata.

Por la noche se refugiaron en la vivienda de unos conocidos que se alojaban lejos de la costa. “A la mañana siguiente, un amigo me acompañó a limpiar lo que quedaba de mi casa”, cuenta. Recuerda cómo el mar seguía agitado y, de repente, la fuerza del agua lo arrasó todo. “En ese momento, mi familia y yo lo perdimos todo”, susurra con la voz entrecortada. Al día siguiente, solo quedaban muros destrozados de lo que una vez fue su hogar.

Una travesía sin garantías

Ocho días después, a las 23:00 de la noche, Sin tomó la decisión de subirse a una patera rumbo a Canarias. La devastación de su barrio, la pérdida de su trabajo porque el mar se había llevado su cayuco, y ver a su familia malvivir en un campamento improvisado por las autoridades, lo empujaron a embarcarse en una travesía incierta. No sabía si algún día podría contarla, pero tenía claro que quería un futuro mejor y ayudar a su madre, su padre y su hermana. “El mar se lo llevó todo; irme era mi única salida”, recuerda hoy.

Tras 15 días navegando con apenas agua y comida, una parte de la frágil embarcación se rompió, obligándolos a regresar a su punto de partida. Lo lograron gracias a los pescadores que viajaban en ella, quienes pudieron reparar la barca y volver a Guet N'dar. No fue hasta cinco meses después cuando Sin viajó hasta Gambia, subió a otro cayuco y consiguió finalmente llegar a la isla de La Gomera, en Canarias.

Actualmente, las personas que huyen de sus países por cuestiones climáticas, según expertos consultados, tendrían una opción para quedar incluidas dentro de las causas contempladas por la Convención de Ginebra, como la persecución política, religiosa, étnica, por nacionalidad o conflictos armados.

Beatriz Felipe, investigadora especializada en migraciones climáticas, añade que, al igual que ha ocurrido con la interpretación de la Convención de Ginebra en casos de persecución por motivos de género o violencia machista, donde no ha sido necesario cambiar el texto original, se podría comenzar a aplicar una interpretación más amplia para incluir a las personas afectadas por causas climáticas.

“Los estados, poco a poco, podrían ir incorporando estas situaciones sin necesidad de modificaciones formales”, concluye. Es decir, tal y como señalan los expertos, el vacío legal obliga a subsumir los motivos climáticos en figuras ya existentes y hay margen para ampliar su interpretación.

Cuando Sin llegó a España, la realidad no fue la que esperaba. Su vida no cambió tanto como imaginaba y, en ocasiones, se vio obligado a dormir en la calle. Por el momento, después de más de cinco años en España, continúa sin tener asilo, trabajando en condiciones precarias de chatarrero, mientras su familia sigue malviviendo en Senegal.

Ndaga y su esposa fundaron una ONG llamada Benno Diapante Domou Ndar de la diáspora para ayudar a quienes llegan a España huyendo de la difícil situación en el barrio de Guet N'dar. Una llamada a la asociación permitió a Sin descubrir que Ndaga era su primo, un pequeño rayo de esperanza para un joven que, tras completar una travesía sin garantías, sigue enfrentándose a la incertidumbre en tierra firme.

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