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Vivienda colaborativa, el modelo “antiespeculativo, humano y sostenible” que florece en España

Modelo de Cohousing

Alicia Avilés Pozo

No es un fenómeno nuevo en el mundo ni tampoco en España. Lleva implantado desde los años 60 del siglo pasado en los países nórdicos y también en Estados Unidos desde los 80, aunque con diferentes variantes que desde hace años se están implantando “con gran éxito” en España. Al ser un modelo que parte de cooperativas creadas por personas, es decir, horizontal en sus métodos, las fórmulas son variadas pero todas tienen un punto en común: el ‘cohousing’ o vivienda colaborativa es una realidad porque busca vivir de forma “más humana y sostenible” y porque en muchos casos supone también invertir en el futuro asistencial.

Este “momento de florecimiento” y su crecimiento exponencial es en el que hoy han coincidido todos los proyectos presentados la jornada formativa sobre gestión de cooperativas de vivienda en cesión de uso que ha organizado en Toledo el colectivo IntermediAcción -que actúa en procesos comunitarios en el barrio del Polígono de la ciudad- y la Empresa Municipal de Suelo y Vivienda (EMSV) del Ayuntamiento.

Pero, ¿a qué nos referimos exactamente? Según explica Cristina Cuesta, fundadora de la red Cohousing Spain (que asesora, forma y conecta a los interesados), la vivienda colaborativa es una comunidad intencional de personas alineadas con las mismas prioridades y que se juntan para llevar a cabo un proyecto común de vivienda que debe ser “autopromovido y autogestionado”. En la actualidad, está creciendo como alternativa a la vivienda convencional y al modelo de residencias para personas mayores y de envejecimiento activo. Este último caso es el conocido como ‘cohousing senior’, pero el efecto multiplicador se está produciendo de manera intergeneracional y en diferentes rangos de edades.

“Lo cierto es que en España han sido las comunidades de personas mayores las que han tomado la iniciativa, pero posteriormente ha adoptado estas fórmulas gente de todas las edades y con niveles socio-económicos diferentes. Y la causa principal de su éxito es que a todos nos preocupa la soledad, con todo lo que conlleva para la salud, pero también la especulación inmobiliaria y sus consecuencias”, argumenta Cuesta.

La base justificativa es así de sencilla. Todos queremos una vida autónoma y de calidad “más allá de la jubilación”, y para ello no hace falta esperar a envejecer, sino que podemos apostar por ese modelo desde jóvenes. Desde esta red de colaboradores consideran que se está produciendo un cambio de paradigma a nivel social, porque “las personas mayores ya no lo son de la misma manera que hace 20 años, ahora quieren formar parte de la vida activa frente un modelo capitalista de carencias, que ya está siendo sustituido, en paralelo, por otros de economía social y solidaria”. Los estudios que han realizado a este respecto así lo demuestran: las personas interesadas en la vivienda colaborativa lo hacen porque buscan convivencia, salud, cuidados, ayuda mutua y crecimiento personal.

Es cierto que los modelos son muy variados pero predomina la creación de proyectos de viviendas generados por las denominadas cooperativas en cesión de uso, lo que a su vez ha empoderado a estas personas en una “fórmula antiespeculativa muy poderosa” y también ha generado mecanismos legales para dar alternativas al fenómeno de la ‘okupación’. Los modelos cooperativos han propiciado acuerdos legales ofreciendo contratos de propiedad a cambio de la rehabilitación, por ejemplo, de un edificio. Además, la réplica de iniciativas se está produciendo en todo tipo de entornos, sean urbanos, periurbanos o rurales. En este último caso, además, se está constatando como una forma alternativa de lucha contra la despoblación.

Por lo general, el inicio de un proyecto de vivienda colaborativa arranca con un grupo reducido de personas con los mismos intereses, un “grupo semilla”. Ahí definen su objetivo, qué tipo de edificio, qué actividades quieren o los gastos que van a compartir, entre otras cosas. Si a esa base se une más gente, se construye así un “grupo embrión” donde ya se trabaja en sentido comunitario, se descubren las capacidades de cada persona, y se conforma la organización y las opciones reales del proyecto, analizando la capacidad financiera de los miembros. Después, el “grupo final” desarrolla su proyecto de convivencia comunitaria, lo documenta, y baraja las fórmulas financieras para hacerlo posible. “Ese es el momento clave del compromiso, porque son iniciativas posibles, pero también son procesos largos y complejos”.

Muy importante “tener valores y objetivos comunes”

Desde Cohousing Spain dejan claro que para todo ello es fundamental que funcione la base, es decir, el grupo de personas que lo lleva a cabo. “El objetivo debe ser buscar el enriquecimiento personal de la convivencia y compartir la experiencia y los conocimientos. Las relaciones son horizontales, las decisiones se toman en procesos democráticos y participativos; es muy importante tener valores y objetivos comunes frente a la sociedad individualista, como por ejemplo, la generosidad, la solidaridad, la responsabilidad (la puesta en marcha de este tipo de vivienda requiere mucho trabajo e implicación), la resiliencia (capacidad de aguante y adaptación), la igualdad y el respeto”, resalta Cristina Cuesta. A cambio, sus promotores obtienen beneficios como la compañía, el ocio compartido y el ahorro, todo ello alineado con el bajo impacto ambiental, y el consumo responsable y de proximidad.

Hay 305 comunidades de este tipo en Estados unidos, 80 en el Reino Unido y en España se identifican unas 150, de las cuales hay de todo tipo: senior, intergeneracionales o específicas para grupos como personas LGTBI o con discapacidad, y en mecanismos, tipos de estancia y formas jurídicas muy versátiles. Pero ante todo, son unos datos lo suficientemente importantes como para que desde Cohousing Spain ya estén demandando que estos procesos no sean tan complejos y que los partidos políticos los incorporen en sus agendas para solventar el hecho de que España no cuente con “un marco legal suficiente que nos ampare”.

Según afirma este colectivo, la vivienda colaborativa, tal y como está concebida hoy en día, cumple con 12 de los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), “un argumento de lo más bondadoso para conseguir que las administraciones públicas apuesten por ello”. Porque en su gran mayoría también se forman en torno a edificaciones sostenibles y ecológicas que requieren de la innovación tecnológica y del emprendimiento.

“Estamos en un escenario alentador a la hora de mirar al futuro, no solo para las personas mayores sino también para los jóvenes, para las familias, o para personas que se ven en situaciones de dependencia o discapacidad. Solo necesitamos que siga promoviéndose como modelo no especulativo, que se reconozcan los cuidados informales y el fomento de su calidad, y que se produzca un cambio en las administraciones para la cesión de suelo público”, concluye.

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