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Campañas electorales

Eduard Amorós Kern

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Entramos en período electoral, y el denominador común que arrojan los diferentes sondeos electorales es que la participación no apunta a que esta vez vaya a ser muy alta. Solo el 20% de españoles tiene decidido el voto, según una encuesta de Metroscopia publicada hace algunos días en un medio de comunicación.

Apenas arrancada la precampaña, la encuesta dibuja el panorama de la desafección y del distanciamiento de los ciudadanos hacia la política tradicional, traducido en un pronóstico que rondará el 43% de participación, la más baja de las seis europeas celebradas.

En este sentido el bajo índice de participación y el alto porcentaje de indecisos dificultan el pronóstico y dejan un espacio abierto a la incertidumbre.

Una incertidumbre que es analizada por consultores políticos y expertos en mercadotecnia electoral en aras de atisbar algo de luz en un escenario en el que predomina la incertidumbre. No obstante, el marketing político y electoral, a pesar de que cada vez se van incorporando más y mejores profesionales a este sector, paradójicamente no deja de ser un gran desconocido en el contexto de la política.

Así, el objetivo de la aplicación de un buen marketing político no persigue el lograr la victoria de manera aislada y cuasi azarosa en una contienda electoral, sino que por el contrario, pretende planificar y diseñar acciones bien orientadas a satisfacer las necesidades reales de las personas. Esto es, no se trata de que te voten como partido, sino que sean leales a tu marca.

Así, a pesar de que la voluntad es buena, suelen ser bastantes los errores y aspectos no considerados en la gestión de las campañas electorales.

Así por ejemplo, es bastante frecuente, pensar que el trabajo de unas elecciones se reduce al período de los días de campaña electoral. Este es uno de los principales hechos que se da en los ámbitos municipales. El trabajo político que se realiza durante los cuatro años de una legislatura, bien por desconocimiento, bien por falta de recursos económicos o humanos, no tiene una orientación definida a generar relaciones de implicación con la ciudadanía. En la que el desarrollo de un buen marketing relacional jugaría un papel preponderante.

Tambíen en ocasiones, como solución a todos los males se recurré a la figura los grandes gurús. Esto no tiene porqué ser malo, ya que la incorporación de un profesional con un supuesto conocimiento de la materia debe, al menos de entrada, aportar valor. Eso sí, esa incorporación para que tenga valor ha de basarse en un trabajo compartido entre quienes conocen el terreno (la militancia) y los expertos.

No obstante, en mi opinión, uno de los grandes errores que suelen cometer en es de no conocer el terreno social y electoral. Conocer la sociología y el comportamiento electoral de un territorio es fundamental para contar con una base a la hora de planificar nuestro trabajo político y electoral. Conocer cómo se comportan los electores en función del tipo de comicios electorales, en función de su edad, renta, etc…

En este sentido, cabe recordar que la marca es importante, pero el contenido lo es más. La marca política contiene una serie de atributos (valores, ideas, emociones…) que dependiendo de la coyuntura puede tener efectos de arrastre positivos o negativos. Cuidado con ocultarla cuando la cosa no va bien, ya que uno no puede negar lo que es. Lo que se debe de hacer es demostrar que el candidato, su equipo, lo que se hace y lo que se dice, realmente tienen valor para la ciudadanía. Lo auténtico se abre camino entre lo falsario.

Nos adentramos por tanto en campaña, y aunque suene contradictorio, la incertudumbre parece ser lo que más claro está. Eso sí, seguro que el resultado de estos comicios no van a dejar indiferente a nadie.

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