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Buñol acude entregada a su cita anual con la guerra del tomate

Algunos de los participantes en la Tomatina de Buñol

Jorge Ferrer (EFE)

Valencia —

Como cada último miércoles de agosto desde hace 72 años, la pequeña localidad valenciana de Buñol ha acudido entregada a su cita con la guerra a tomatazos que le ha dado fama internacional, una “chifladura” cada vez más organizada y con mayores medidas de seguridad.

La intensa presencia policial, mayor que en anteriores ediciones, y los controles de seguridad, hasta cuatro consecutivos, a los que han sido sometidos los participantes, ha sido la nota dominante en la presente edición de esta fiesta, condicionada inevitablemente por los últimos atentados de Cataluña.

En los últimos cinco años, la Tomatina parece haber encontrado una fórmula que garantice la continuidad de la fiesta, tras años de excesos y casi hasta hastío de sus vecinos, y un equilibrio entre asistentes, 22.000, y tomates, 160 toneladas (sin contar los que se lanzan desde azoteas y balcones), una cifra que por primera vez en los últimos siete años se mantiene estable.

El cielo plomizo, el ambiente fresco y la amenaza de lluvia no han deslucido en lo esencial esta fiesta, inmutable siempre en el exceso, tan intensa como efímera.

La guerra ha sido breve, apenas 63 minutos, entre las 10.55 y las 11.58, han bastado para colorear de rojo pasión todo el centro de Buñol; y ya completamente empapados, ha habido quienes han aprovechado la oportunidad para nadar en caldo de tomate.

El nerviosismo de la multitud ante la inminente llegada de los tomates, que se huelen antes de tocarse, el griterío ensordecedor, los cubos de agua cayendo desde los balcones y los bocinazos estremecedores de los camiones en calles estrechas y abarrotadas han vuelto a componer un puzzle de sensaciones inigualable.

Seis camiones llenos de tomate

Con todo, siempre resulta milagroso que seis camiones de gran tonelaje con los parabrisas llenos de tomate se abran paso por un casco antiguo abarrotado sin dejar heridos de consideración.

Sólo la pasta de tomate, en la que muchos acaban literalmente sumergidos, los impactos, el descontrol y el agotamiento parecen efectivos para someter el fervor y la estridencia inicial y poner fin a una batalla que se ha saldado sin más consecuencias que una decena de contusionados.

El personal de Cruz Roja ha informado de que tres personas han recibido puntos de sutura, (uno de ellos en la lengua, por un codazo), otras cinco han recibido atención por daños leves en los ojos y una mujer ha sufrido una crisis de ansiedad, aunque según las primeras informaciones ninguno de ellos han sido trasladado a un hospital.

Tras el paso de los camiones, vecinos y personal de limpieza dejan el recinto limpio en apenas unas horas, en un ejercicio admirable de coordinación y experiencia.

Una fiesta con 72 años de historia

La fiesta que empezó como una simple gamberrada en 1945, cuando varios vecinos empezaron a lanzarse tomates al paso de un desfile de gigantes y cabezudos, ha logrado superar años de censura para convertirse en una de las fiestas más excéntricas y conocidas mundialmente.

Como los Sanfermines, la Tomatina consta en el imaginario de los miles de extranjeros participantes, mayoría en la marea roja, como un sello que no debe faltar en su pasaporte, una cruz en su historial de intrépidos juerguistas juveniles que probablemente asisten, sin saberlo, al homenaje más internacional a una fiesta forjada en la travesura y en la picaresca típicamente española.

Sin embargo, la Tomatina actual ha sufrido algunos cambios significativos y en la última década se han desterrado prácticas peligrosas, como era en sí misma la masificación (llegaron a acudir cerca de 50.000 personas), la guerra de camisetas mojadas (y anudadas en algún caso) que obligaba a intervenir incluso a la Policía Local o la costumbre de arrancar violentamente las camisetas a las extranjeras despistadas.

La masa de turistas llega hoy mucho más organizada e informada que hace 10 años, el recinto está mejor acondicionado y, mapa en mano, los turistas conocen dónde pueden dejar sus mochilas o acudir a limpiarse tras exfoliarse la piel a tomatazos, lo cual redunda en un menor intercambio cultural con los vecinos de Buñol, un pueblo extremadamente solidario y colaborador, que siempre ha abierto sus casas, ha prestado sus mangueras, e incluso sus duchas, a los asistentes.

La Tomatina actual es una versión 2.0 de la gamberrada original, adaptada al discurso y a la acción políticamente correcta, en la que los cascos-sandía han dejado paso a las cámaras sumergibles en 4K y las fundas estancas para móviles de última generación a través de los cuales se retransmite cada segundo de este desmadre; sin paloselfi, ojo, porque no está permitido.

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