2015, el año en el que por fin empezamos a hablar (en serio) de cambio climático
Sí: antes también hablábamos de cambio climático, cierto. Pero el período entre noviembre de 2014 y el mismo mes de 2015 representa un punto de inflexión sin precedentes, que en 2016debemos tener siempre presente. Más aún después de un inicio de invierno que ha roto récords de temperaturas.
La ciencia zanja el debate
Durante 2014 se hicieron públicos distintos resúmenes del quinto informe del Grupo Intergubernamental de Expertos del Cambio Climático (IPCC, por sus siglas en inglés), el último de los cuales se difundió el 2 de noviembre. Ha sido sin embargo durante 2015 cuando hemos asimilado todo lo que allí se nos contaba. Con más certeza que nunca, y entre otras muchas cosas, sabemos que se está produciendo un cambio climático, que su origen es atribuible a las actividades humanas y que sus consecuencias, muchas de las cuales son aún imprevisibles, serán nefastas para millones de personas y miles de especies animales y vegetales.
2015 ha sido el año en el que se acabó el debate: ya estamos midiendo los efectos del cambio climático. La subida del nivel del mar, por ejemplo, ha demostrado ir más deprisa de lo que pensábamos. No hablamos tan sólo de predicciones; hablamos de una realidad inaplazable sobre la cual tenemos abrumadoras evidencias. Hasta la falsa “pausa” –uno de los grandes argumentos de los negacionistas climáticos, que este año también han sufrido otras derrotas académicas- ha demostrado no ser tal.
De Kyoto a París, pasando por Roma y la Meca
En el plano internacional la agenda climática ha estado siempre presente a lo largo de un año muy convulso. Antes de la COP21 en París hubo tres elementos clave del contexto que facilitaron su (relativo) éxito.
El primero, los compromisos previos de los pesos pesados: veníamos del acuerdo entre China y EEUU para reducir las emisiones de noviembre de 2014, que aunque claramente insuficiente marcaba el camino a seguir. En 2015 el gigante asiático profundizó en ella, y en julio presentó sus compromisos contra el cambio climático. Por su parte, Obama hacía público un plan de energías limpias (Clean Power Plan), que, eso sí, encontró hace pocos días su primer escollo legislativo serio. En el resto del mundo también hubieron movimientos significativos, el más importante de los cuales fue el acuerdo del G7, en el que pactaron desterrar el uso de combustibles fósiles al final de la década y apostar por la descarbonización de la economía. También encontramos cambios reveladores en otras partes del mundo, como por ejemplo los relevos políticos en Canadá (Trudeau ha entrado con una agenda ambiental ambiciosa) y Australia, cuyo primer ministro, Abbot, era un destacado negacionista (un “villano”, en palabras de Naomi Klein), y ha sido apartado del puesto por su propio partido. Más: en Francia se ha aprobado una ley que cambiará su modelo energético (mayo) y en España el presidente, Mariano Rajoy, ha admitido que se equivocó quitando importancia al cambio climático (recordaréis a su famoso primo), al que ahora califica como “el mayor reto medioambiental al que nos enfrentamos”. Y por último: en el marco de la ONU hemos pasado de “Los Objetivos del Milenio” (2000-2015) a “Los Objetivos del Desarrollo Sostenible”.
El segundo, el hecho de que durante 2015 las religiones mayoritarias se han posicionado de forma contundente contra el cambio climático. Sus líderes tienen influencia directa sobre los hábitos y costumbres de miles de millones de personas, además de ejercer de brújula moral. Y aunque no se comparta todo el mensaje (e incluso presente algunas contradicciones), estas llamadas a la acción y reflexión representan una herramienta poderosísima para transformar la sociedad. En junio fue el Papa Francisco quien apeló a los católicos con su encíclica ecologista “Laudato si”, y poco después se adoptó la no menos ambiciosa Declaración Islámica sobre Cambio Climático. Pero no han sido las únicas: el 14 de mayo se hacía pública la Declaración Budista sobre Cambio Climático, y el 29 de octubre se difundía otro comunicado budista, previo a la COP21 de París. El 23 de noviembre también se conocía la Declaración Hindú sobre Cambio Climático (abierta a firmas), y más líderes religiosos se han ido sumando, entre los cuales hay por ejemplo rabinos judíos (29 de octubre). Muchos de ellos, de hecho, ya se habían posicionado sobre cuestiones ambientales en ocasiones anteriores, pero lo que distingue a 2015 es la contundencia, profundidad y profusión de las declaraciones religiosas sobre cambio climático.
El tercer elemento es el de la movilización social, académica y mediática.Tras las marchas del clima de septiembre de 2014 (un éxito en ciudades como Nueva York, con más de 300.000 participantes, y un fracaso en otras como Madrid, donde se congregaron apenas unos pocos centenares de personas), en noviembre de 2015 se repitieron con mayor éxito. El movimiento global por el clima, es innegable, está en marcha, con el auge de organizaciones como 350.org y nuevos liderazgos tras el paso estelar de Al Gore: desde Christiana Figueres (la responsable de Cambio Climático de la ONU), que ha jugado un papel fundamental en el éxito de la COP21, hasta actores como Leonardo DiCaprio. En julio 36 premios Nobel exigieron actuar contra el cambio climático. Algunos medios también reflexionaron con honestidad sobre su capacidad de abordar el reto informativo que supone el cambio climático, constituyendo la Red de Editores sobre el Clima para tratando de visibilizar mejor la problemática, preguntándose qué está fallando para no llegar a sus lectores.
Y con todo esto nos plantamos en París, en donde se consensua un acuerdo incompleto, pero a la vez suficiente; una herramienta útil, aunque venga sin manual de instrucciones. París es el gran avance contra el cambio climático porque hemos ganado la hegemonía cultural climática, como dice Florent Marcellesi. Durante este 2015 hemos conseguido enmarcar el cambio climático como una causa moral, como un propulsor de la transformación social, ecológica y económica, como el motor para luchar por un mundo mejor y más justo. Hemos zanjado definitivamente el debate científico. Hemos involucrado de forma clara y visible a las principales religiones del mundo, revolucionando a su vez la atención mediática. Y hemos adoptado ya medidas que hace tan sólo un par de años parecían imposible. Y sí, no debemos perder de vista que, como dice Georges Monbiot, el acuerdo de París es “un milagro comparado con lo que podría haber sido, pero un desastre si lo comparamos con lo que debería haber sido”, pero el progreso nunca viene de golpe.
Más importante aún: nos hemos marcado metas. Hemos decidido a dónde queremos llegar, y si bien es cierto que nos falta delimitar el camino con mayor precisión y dotarnos de un vehículo fiable para recorrerlo, la línea de llegada está clara. El límite de los 2ºC (y la recomendación de 1,5ºC) es bueno, y entra dentro de los mejores pronósticos, aunque harán falta más compromisos de los firmados para evitarlo. Pero mejor es aún el de cero emisiones netas, porque como dice David Roberts, motiva mucho más conseguir un objetivo en positivo (ahorro) que tratar de evitar algo a toda costa con horror, mirando el termómetro cada cinco minutos como si fuese un reloj del juicio final.
Necesitamos optimismo. Hemos estado vendiendo historias catastróficas durante años, pensando que las imágenes de sequías, inundaciones y olas gigantescas nos empujarían a actuar, pero no ha sido así. Hemos fracasado. Admitámoslo. ¿El motivo? Cuando nos encontramos frente a un estímulo negativo actuamos sólo al final, cuando es inevitable hacerlo. Sin embargo, cuando detectamos la posibilidad de dirigirnos hacia un escenario más placentero y deseable nos movemos con rapidez: ¡queremos llegar cuanto antes! Tenemos que empezar a cambiar el paradigma, y creernos un año 2100 en el que el cambio climático estará presente (eso nadie lo duda), pero habremos sido capaces de hacerle frente construyendo un mundo mejor.
En 2015 hemos visto que todo esto es posible, porque hemos empezado a hablar (¡por fin!) en serio del cambio climático.