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Europa: a dónde nos lleva el silencio y la inacción en Palestina

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¿Hacia dónde va Europa? Hay en estos días de muerte y oscuridad una inquietante certeza que muy pocos se atreven a verbalizar pero que será necesario afrontar para intentar detener el descenso hacia infiernos más profundos si es que aún estamos a tiempo. Este sentimiento de arrinconamiento en el mapa se palpa en las cumbres mundiales y se constata en el seguidismo que, salvo excepciones, ocurre en la política exterior, dependiente habitualmente de las líneas trazadas por Estados Unidos.

Gaza supone un golpe para la credibilidad de la Unión Europea. Buena parte de la población sigue sintiendo vergüenza e impotencia por gestos como las visitas de las presidentas de la Comisión Europea y el Parlamento Europeo a Israel en un momento en que su primer ministro redobla los anuncios de bombardeos masivos como respuesta a las masacres cometidas por Hamas el 7 de octubre.

No hay peor cosa para la reputación que la contradicción y la Unión Europea tiene hoy su capital de confianza bajo mínimos a causa, entre otras cosas, del doble rasero aplicado a Ucrania y a Palestina.

Estas incoherencias se han evidenciado asimismo en Naciones Unidas donde ha quedado patente la turbulencia interna del bloque occidental. Allí, se ha aprobado un alto el fuego con la única oposición de Israel, Estados Unidos y otros doce estados. Europa ha optado mayoritariamente por el sí; España incluida. 

Justamente esta votación ha clarificado muchos de los movimientos que se producen en la alta política internacional. El hecho de que Ucrania no haya votado en Naciones Unidas por el alto el fuego para frenar el martirio a una población palestina indefensa nos ofrece mucha información reveladora y muestra el relativo peso de la solidaridad y el cemento pesado que suponen las alianzas políticas y militares. Seguro que los civiles ucranianos, víctima en primera línea, ha sentido el asedio a los gazatíes; pero es evidente que el gobierno de Zelensky está en otra dimensión. Y una parte de Europa, también.

Así las cosas, la realidad es que el ataque de Israel a una población que ya estaba viviendo en el límite de la supervivencia rasa desde hace años es un castigo colectivo cuestionado por la mayor parte de la comunidad internacional. Y aunque hemos conocido y apreciamos las iniciativas de muchos eurodiputados contra la guerra, el restrictivo sistema de gobernanza de la Unión coloca a los gobernantes electos en una situación poco menos que simbólica. Quienes mandan realmente, han acudido a mostrar apoyo a la acción militar decidida por el gobierno más radical de la historia de Israel, sin considerar que hay un mundo extenso más allá de nuestro ombligo comunitario.

Durante cinco siglos Occidente ha podido ordenar y desordenar el planeta, delinear las líneas de mapas de tierras ajenas y gestionar-léase apropiarse- sus recursos y parece que todavía siente que eso puede seguir haciéndose. Sin embargo, ya no somos hegemónicos y Palestina se ha convertido no solo en un capítulo más de nuestra ineficacia sino de nuestra manifiesta reducción. 

El diagnóstico, a poco que se abandone la mirada unidireccional y eurocentrista, apunta a que Occidente vive sus últimas líneas de defensa como potencia colectiva interviniendo en conflictos estratégicos como son Azerbaijan,Taiwan, Ucrania e Israel. Y ahí poco menos que puede acabar su rol.

Europa es un imperio que tiene a su emperador al otro lado del Atlántico. Y es mala cosa la gobernanza marcada por un poder ajeno, cuando en nuestro Mediterráneo hace casi un siglo que arde, entre otros, el conflicto entre israelíes y palestinos. Ese emperador no se sacrifica; entrega a sus aliados a distancia y este es el panorama que hace que sea insostenible la incomodidad moral que llena de indignación a buena parte de las poblaciones europeas como están mostrando las manifestaciones masivas.

Palestina, en cambio, se ha tornado primera línea de la posición global de un sur cada vez más numeroso que se sitúa frente a Europa y sus aliados en la nueva reconfiguración de fuerzas del mundo multipolar en el que habitamos.

Bajo el pretexto de una guerra religiosa- que nunca lo fue- o un literario choque de civilizaciones se ha ido apoyando a un Israel en el que han crecido las opciones políticas radicales y se ha escorado a los interlocutores que un día creyeron en la paz. El estado hebreo, por tanto, no ha sido el único culpable en esa escalada que ha configurado una ocupación que hace imposible la solución de dos estados. Medio millón de colonos armados en Cisjordania habitando asentamientos construidos en tierra palestina impiden la continuidad territorial y una hipotética soberanía. En esta política, Israel cabalgó siempre a lomos del consentimiento por inacción exterior.

Los occidentales debemos aterrizar y asimilar la magnitud de la trascendencia de este drama histórico. Gaza es un crimen de dimensiones muy difíciles de asumir y la historia atribuirá autorías más allá de las correspondientes a Israel y Hamas. Limitar la descripción de la situación al término catástrofe humanitaria es una acotación excesivamente magra, una muleta semántica para escapar de la responsabilidad que todos los humanos tenemos los unos con los otros. A Gaza no ha ocurrido una inundación, ni una erupción volcánica; no hay nada natural en la destrucción apocalíptica de la franja ni en la de los kibutzim alrededor de la misma. 

Se ha producido un cambio sustancial en Oriente Próximo. Aliados fieles de Occidente como el rey jordano Abdala o el presidente turco Erdogan se han puesto discursivamente del lado de sus poblaciones y en el parlamento de Estambul, éste último ha negado la condición de Hamas como terrorista. Sí, cada vez estamos más solos. Occidente, nuestra Europa, ya no puede controlar el mundo, estamos crecientemente sin interlocutores ante esa situación, ni siquiera podemos calificarla de desafío porque esa palabra denota una posición de dignidad, de pecho abierto y respiración profunda. Si tuviera ese sitio podría bracear en busca de un hueco para postularse como mediadora. Pero Palestina ha estado fuera de la agenda política de Occidente durante las últimas décadas. Las generaciones recientes de europeos apenas saben quien fue Arafat o Rabin, los dos hombres que firmaron una paz muy imperfecta pero un intento al fin y al cabo. Y esta falta de liderazgo político de la UE ha facilitado el desamparo de quienes hubiesen podido ser interlocutores válidos en la zona. Occidente ha pasado las últimas décadas lidiando en Irak y Afganistán batallas en pos de una pretendida lucha contra el terrorismo, guerras en las que paradójicamente se ha estimulado a las formaciones terroristas y en las que nunca se ha ganado. Nunca. 

El uso de la fuerza no es eficaz por mecánica; el sistema punitivo solo es resolutivo cuando existe un plan político edificado con justicia y visión humanística. Europa debe volver a la acción y a activar no solo la diplomacia sino los recursos de la mediación, fomentar y ayudar a la emergencia de nuevos interlocutores. 

Cuando cae el derecho de un solo ser humano cae nuestro derecho. Nadie debe quitar la vida a nadie. Parece mentira, pero el debate en estos hechos históricos se limita en muchos foros políticos y mediáticos a entrar en una competición olímpica sobre quien condena una matanza y quien no condena la siguiente. Es un insulto a la inteligencia. Cada vida humana es valiosa. La condena de la muerte de todos los inocentes palestinos e israelíes es siempre una declaración inicial tras la que  no podemos redactar un twit y volar hacia el sofá. Hay que avanzar. La Nakba, la catástrofe de la desposesión la viven aún hoy, setenta y cinco años después los palestinos, en su día a día miserable no solo en Gaza sino también en los campos de refugiados de Cisjordania, Jordania, Siria y Líbano La política, una vez superada la ley del talión, es el arte de gestionar la convivencia y la norma mediante el control del uso de la fuerza. 

Occidente está hoy en un rincón muy  complicado de la historia. Si Europa continua en este baile versallesco de lidiar en sus últimas cuatro batallas, habrá perdido la oportunidad de restañar su crédito. El silencio y la inacción que conlleva el acatamiento en acción exterior nos ha desacreditado y colocado en el rincón de la irrelevancia creciente. Es el tiempo de los valientes, del coraje y de la  determinación. Es necesaria la solución política. La paz es siempre el bando correcto de la historia, pero este camino nunca es un masaje balsámico. No contribuye quien se acomoda sistemáticamente en el pobre pensamiento binario de buenos versus malos. Hay que tener el arrojo de la iniciativa y mucha gente en Europa aún levanta la voz y reivindica la acción. Y créanme, también en diversas medidas, en Palestina en Oriente. Volver a recuperar nuestro espacio en el mundo- y somos nada menos que casi quinientos millones- supone la capacidad de creer en la voluntad para cambiar las cosas y la audacia de imaginar la luz cuando se vive en los tiempos de los túneles oscuros.

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