La Ley de Concordia: una palada más sobre sus fosas
Mi tío abuelo Antonio Llovet fue gaseado en 1940 en el castillo de Hartheim. No fue ejecutado en el propio campo de Mauthausen porque los nazis no contaban todavía allí con medios masivos de aniquilación humana, así que enviaban a los seleccionados en camiones hasta el castillo, situado a algo más de un kilómetro del campo, y los devolvían amontonados ya como cadáveres para ser enterrados en fosas.
Mi tío abuelo tenía entonces 31 años. Había huido de Alcazarquivir cuatro años antes porque el párroco informaba de los jóvenes sospechosos de ideas izquierdistas rompiendo así el secreto de confesión de sus novias. No era necesario que militaran en un partido ni se hubieran opuesto al golpe del ejército allí acuartelado. Mi tío fue hasta el cuartel para despedirse de mi abuelo, militar encerrado en el calabozo, y se despidió sin saber que era para siempre.
Gracias al gran trabajo histórico de Ángel Medina Linares (Gaditanos deportados a campos de concentración nazi, Tréveris, Ubrique, 2024), sus descendientes hemos conseguido una información sobre los últimos años de nuestro tío que nos ha sido prohibida primero por la dictadura y luego vedada por el Partido Popular en los años que gobernó. Sus descendientes podemos leer su libro publicado gracias a la Asociación de Memoria Histórica de Setenil de las Bodegas, a la colaboración del Gobierno de España y a la edición de Tréveris para reconstruir un espacio vacío de nuestra familia. No fue hasta mediados de los años sesenta que mi familia supo del desenlace de su exilio, de su alistamiento para la liberación de Francia; no fue hasta que el gobierno de la RFA informó de la fosa común donde estaba sepultado que conocieron que mi tío había sido asesinado por los nazis. Sus restos descansan en Gusen, el subcampo de Mauthausen.
Gracias a Ángel hemos sabido que se alistó a la 108 al acabar la Guerra Civil e hizo tareas defensivas en la Línea Maginot. Desde allí pudo escribir y enviar alguna foto. Luego, fue capturado y encerrado en el stalag XI-B de Fallingbostel (Alemania). En 1941 fue trasladado al subcampo de Gusen. A los pocos meses enfermó. Como el autor mismo reconstruye: “El proceso era sencillo: los oficiales de las SS (...) realizaban las selecciones de aquellos prisioneros que por enfermedad, debilitamiento o amputación ya no podían beneficiar económicamente al Reich (...) [Los prisioneros] subían a los camiones convencidos de que su destino era un sanatorio donde recuperarse”.
A pesar de que mi familia, como tantas otras, se repartía entre derecha e izquierda, jamás escuché un solo comentario que despreciara u ofendiera la memoria de mi tío abuelo. Al contrario, todos nos sentábamos sobre la alfombra de mi abuela gaditana para escuchar los pocos datos que ella tenía de su hermano, datos que con el tiempo mi madre recordaba, ayudando a extender la memoria, a pesar de que no era su familia ni nunca coincidieron en ideas políticas. Hoy mi madre y mi abuela se escandalizarían de la falta de humanidad de la derecha.
Cientos de familiares de aquellos gaditanos ahora podemos sentir que aquellas víctimas están hoy menos solas. Posiblemente se trata de eso, de sentir la paz que no pudieron sentir los más cercanos: padres, madres, hermanos... Tan poco y tanto como eso. ¿Con qué derecho pues el Partido Popular viene a decirnos que no podemos localizar y recuperar los restos de nuestros familiares? ¿Con qué derecho vienen a decirnos que las cosas han de quedarse como ellos las dejaron? ¿Qué autoridad creen que tienen sobre el resto de españoles? ¿Cómo se atreven siquiera a pronunciarse en contra?
Con la eliminación de los mapas de las fosas o la retirada de los fondos públicos para las excavaciones, su ley de concordia no es más que la siguiente palada sobre las fosas de las víctimas. La concordia es para ellos el mecanismo necesario para volver a impedir que se otorgue la dignidad que merecen las víctimas. No necesitamos argumentos, nos ha de bastar para ello que somos españoles y esta es nuestra tierra. No tenemos que pedir permiso, no nos tienen que conceder nada. No tenemos que pedirlo ni por favor ni menos aún darles las gracias.
Mi agradecimiento es a Ángel Medina por su trabajo de acercamiento de los familiares a sus víctimas, un trabajo que nunca se habría realizado de gobernar el Partido Popular. Las nuevas generaciones entienden que hasta que la última víctima haya sido recuperada de la última fosa, España tiene una deuda consigo misma que nunca será condonada.
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