¿Cuál es la forma correcta y más saludable de limpiarse los oídos?
El oído humano es muy sensible. Lo tenemos en cuenta cuando hablamos de los peligros de la contaminación acústica y de los beneficios de pasar un rato al día en completo silencio. También, por supuesto, cuando pensamos en el cuidado de los oídos y en su higiene.
Sin embargo, en ciertas ocasiones, un afán excesivo por la higiene puede resultar contraproducente. La “demasiada higiene” es una de las hipótesis que manejan los expertos para explicar por qué somos cada vez más alérgicos. De modo parecido, el anhelo de limpiarse muy a fondo los oídos puede terminar siendo perjudicial.
Cuando se limpian los oídos de forma tan profunda, lo que se quita (o se intenta quitar) es el cerumen, que es visto por muchas personas como “suciedad”. Sin embargo, la cera es una sustancia natural segregada por el organismo y que cumple tres funciones fundamentales para el oído.
Qué es la cera del oído (y por qué no es suciedad)
La cera es una combinación de secreciones glandulares y descamación epitelial (es decir, células muertas de la piel del conducto auditivo). Su primera función es operar como una barrera protectora para el oído: el polvo, los microorganismos y otras partículas en suspensión en el aire quedan adheridos a ella.
De esa manera, el fondo del conducto auditivo externo se mantiene limpio. La segunda función consiste en ser un hidratante y lubricante natural para la piel de ese conducto: evita que se agriete y pueda sufrir heridas, y también impide una descamación excesiva.
En tercer lugar, la cera es antibacteriana. Hace ya varias décadas, una investigación comprobó que puede eliminar hasta el 80% de los agentes patógenos que suelen entrar en el oído, entre ellos bacterias como la Haemophilus Influenzae y la E. coli.
Además, como explica un estudio realizado por científicos de Valladolid y publicado en 2015, por lo general el cerumen “migra fuera del conducto por un mecanismo de autolimpieza facilitado por los movimientos de la mandíbula”. En otras palabras: el interior del oído se limpia solo.
Es cierto que a veces el cerumen se acumula hasta formar un tapón, sobre todo cuando -con la edad- esa sustancia se hace más seca. Pero es importante destacar, como especifica el documento de los expertos españoles, que “el desarrollo de un tapón de cera no está asociado con la higiene personal”.
Los riesgos de los bastoncillos de algodón
Por lo tanto, a menos que se produzca uno de esos tapones, la limpieza de los oídos no debe incluir ningún procedimiento para quitar la cera del conducto auditivo. Más aún: el uso de cualquier adminículo para intentar hacerlo puede ocasionar, a su vez, sus propios perjuicios.
El recurso más tradicional -con el que se han limpiado los oídos varias generaciones- son los bastoncillos de algodón. Desde hace tiempo, sin embargo, está claro que no se deben utilizar. De hecho, el etiquetado de estos productos en general incluye la advertencia de que no se deben emplear en los oídos.
Por un lado, quitan parte de la cera que es fundamental para el oído. Pero, por el otro, empujan cerumen hacia el fondo del oído, hacia el tímpano y otras partes internas que carecen de la capacidad de autolimpieza del oído externo.
Esto puede causar irritaciones, raspaduras, traumatismos e infecciones. Hace una década, un estudio realizado por investigadores del Hospital Henry Ford, en Estados Unidos, halló una relación directa entre el uso de bastoncillos de algodón y la ruptura de tímpanos.
Un trabajo de 2019, por su parte, comprobó un riesgo más infrecuente pero aún más grave: un hombre de 31 años sufrió una grave infección en el cerebro después de que el bastoncillo se rompiera, un fragmento le quedara dentro del oído y esto le causara una otitis externa maligna. Un riesgo que, sin duda, es mejor evitar.
La forma correcta de limpiarse los oídos
Entonces, ¿cuál es la forma correcta y más saludable de limpiarse los oídos? La indicación de los expertos es simple: solo la parte exterior, al tomar una ducha o lavarse la cabeza. El agua que cae y penetra en el oído es suficiente para limpiarlo.
Después se puede pasar una gasa o un paño fino por el pabellón exterior (es decir, la oreja) o simplemente secar con una toalla. Siempre sin apretar ni insistir demasiado sobre el conducto (el agujero del oído) y, sobre todo, sin introducir la toalla ni ningún otro objeto en él.
En otros términos, uno debe ocuparse de limpiar la parte visible y dejar que del interior del canal auditivo se ocupe el propio organismo. Ni siquiera se recomiendan los espráis y otras soluciones líquidas que se comercializan para la higiene del oído, pues aumentan la humedad interna y pueden propiciar infecciones.
Por supuesto, existe una situación específica que sí requiere una limpieza particular: el ya mencionado tapón de cera acumulada (cuyo desarrollo, recordemos, no depende de la higiene personal). El tapón dificulta la audición, en algunos casos duele, y a veces puede ser síntoma de una infección.
En tales circunstancias, se debe acudir a la consulta de un audiólogo o un otorrinolaringólogo. El especialista puede quitar el cerumen acumulado a través de dos técnicas.
La primera consiste en el lavado o irrigación del oído. El médico indica la aplicación de unas gotas en los días previos para ablandar el cerumen, y luego, por medio de la presión del agua templada expulsada por una jeringa otológica, retira el tapón.
La segunda implica retirar el cerumen de forma manual, con ayuda de una pequeña pinza y un microscopio. Se trata de una tarea de precisión, pues -como se ha señalado al comienzo- el oído es muy sensible.
Debido a ello, de ningún modo se debe intentar quitar un tapón de cera con objetos punzantes como una horquilla para el pelo. Los expertos también desaconsejan los remedios caseros, como aceites de oliva o almendras, ni agua con sal, ni velas (un estudio demostró que la llamada “conoterapia” no es efectiva y presenta graves riesgos).
Y, más allá de cómo limpiarse los oídos, también se debe tener muy presente la higiene de los productos que se introducen en el conducto auditivo, tales como auriculares, tapones para dormir o audífonos. De acuerdo con la Biblioteca Nacional de Medicina de Estados Unidos, las personas que usan estos últimos artefactos deberían comprobar cada 3-6 meses si no sufren de un exceso de cerumen.
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