¿Por qué es tan importante el derecho a ver las estrellas?

Foto del cielo nocturno de La Palma captada en el Roque, seleccionada este lunes como Imagen del Día de la Ciencia de la Tierras. Título: Gemínida y telescopios. Autor: JUAN ANTONIO GONZÁLEZ

Cristian Vázquez

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Desde el principio de los tiempos, nuestros antepasados más remotos han observado el cielo. La cosmovisión de todos los pueblos, sus creencias y religiones, su filosofía, su cultura y su relación con la naturaleza, entre otras cosas, se han relacionado en buena medida con la contemplación de las estrellas. En el último siglo, sin embargo, tal como sucede en muchos otros aspectos, nos hemos alejado de la tradición y de lo natural. La luz artificial nos impide ver los astros. Como escribió el filósofo británico Bertrand Russell hace 85 años: “Hemos borrado los cielos”.

Según las estimaciones de los científicos, uno de cada tres seres humanos vive en lugares desde donde la observación de la Vía Láctea es literalmente imposible. Muchas personas jamás han contemplado el fascinante espectáculo de un cielo rebosante de estrellas, esa especie de mar de luz que dibujan los cuerpos celestes en la bóveda nocturna. Es por eso que, desde hace varios lustros, diversas organizaciones buscan concienciar a la población para proteger el derecho a ver las estrellas.

¿Por qué es tan importante poder observar el cielo nocturno? Sobre todo, por el contacto con la naturaleza que representa. Observar las miles de estrellas que pueblan el cielo en sitios con poca o ninguna contaminación lumínica ayuda a tener una mayor conciencia del ínfimo lugar que ocupamos en el universo.

Además, el cielo estrellado ha sido fuente de inspiración para innumerables artistas, ha permitido orientarse a incontables viajeros de todas las épocas, ha permitido desarrollar la creatividad y a la imaginación al dar lugar a toda clase de mitologías e historias a lo largo de los siglos. De todo eso hablan Maribel Parra Lledó y Miguel Ángel Paredes, expertos del Museo de la Ciencia y el Agua, de Murcia, en su artículo ¿Qué perdemos cuando perdemos el cielo nocturno?, incluido en el libro El lado oscuro de la luz, de 2014.

El derecho a un cielo puro

La Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco) y la Fundación Jacques Cousteau presentaron en 1994 la Declaración Universal de los Derechos Humanos de las Generaciones Futuras. Tal documento, conocido como la Declaración de La Laguna -pues fue en esa universidad tinerfeña donde se firmó-, ya incluía la necesidad de legar a la gente del futuro “una Tierra indemne y sin contaminar, comprendiendo el derecho a un cielo puro”.

Esta fue la base de la Declaración sobre las Responsabilidades de las Generaciones Actuales para con las Generaciones Futuras, establecida por la Unesco a finales de 1997. Una década más tarde, en abril de 2007, se realizó la primera Conferencia Mundial en Defensa del Cielo Nocturno y del Derecho a Observar las Estrellas, en la isla de La Palma. No es casual, desde luego, que muchas de estas reuniones tengan lugar en Canarias: es un sitio privilegiado para la observación del cielo, dada la escasa contaminación lumínica -también llamada fotopolución- existente allí.

En esa conferencia se firmó la llamada Declaración StarLight (literalmente, “Luz Estelar”), que en su primer punto establece lo siguiente: “El derecho a un cielo nocturno no contaminado que permita disfrutar de la contemplación del firmamento debe considerarse como un derecho inalienable de la Humanidad, equiparable al resto de los derechos ambientales, sociales y culturales, atendiendo a su incidencia en el desarrollo de todos los pueblos y a su repercusión en la conservación de la diversidad biológica”.

La Declaración, en su artículo segundo -de un total de diez-, subraya que “la progresiva degradación del cielo nocturno ha de ser considerada como un riesgo inminente que hay que afrontar, de la misma manera que se abordan los principales problemas relativos al medio ambiente y a los recursos patrimoniales”. Desde la firma de este documento, en cada mes de abril, se convoca el Día Mundial Starlight. La propuesta es apagar todas las luces durante una hora de la noche para poder contemplar las estrellas.

España, a la cabeza de la contaminación lumínica

El caso es que España, además de albergar muchas actividades en defensa del cielo nocturno, también es el país de la Unión Europea que consume más electricidad por habitante: 116 kilovatios-hora (kwh), muy por encima de la media de la región, que es de 70 kwh. Por ende, es uno de los países con mayor contaminación lumínica y donde es más difícil ver las estrellas. ¿Por qué tanta luz artificial en nuestro país?

Se trata de una suma de factores. Por un lado, la sensación de que cuanta más luz hay en las calles, más seguros vivimos. Por otro, el hecho de que el estilo de vida español es más nocturno que en otros países, el despilfarro de los años de la burbuja inmobiliaria y también cierta indiferencia e inacción por parte de las administraciones.

Las consecuencias negativas de este exceso de luz van mucho más allá de no poder ver el cielo estrellado. La luz blanca de la tecnología LED posibilita ahorrar energía, pero ha introducido un tipo de luz que no ha existido nunca en la naturaleza y que perjudica los ritmos circadianos de las personas. En concreto, puede ser causa de insomnio, estrés, diabetes y obesidad. Más aún, un estudio publicado en 2016 por científicos de Malasia y Australia concluyó que el exceso de luz artificial durante la noche está ligado de manera significativa con diversos tipos de cáncer.

Y no solo sobre los seres humanos: también hay consecuencias negativas para el medio ambiente. Por una parte, las alteraciones que el exceso de luz ocasiona sobre los hábitos de alimentación y reproducción de muchísimas especies animales, que dependen de sus hábitos nocturnos para vivir. Por la otra, la contribución al cambio climático de la energía que se derrocha en luz que en realidad no necesitamos.

Replantear el alumbrado de las ciudades

El principal foco de contaminación son, claro está, las ciudades. Por eso, el objetivo señalado por los expertos es “un planteamiento sostenible y de equilibrio ecológico con su entorno”, el cual contemple la “minimización de la contaminación lumínica”. Para tal fin, “es necesario replantear el alumbrado y cambiar las tendencias irracionales y derrochadoras de las últimas décadas”. Así lo señala Cipriano Marín Cabrera, coordinador de la Iniciativa Starlight en el Instituto de Astrofísica de Canarias, en un artículo publicado en la revista del Colegio Oficial de Físicos.

Cuando en 1994 un terremoto causó un corte del suministro eléctrico en la ciudad de Los Ángeles, Estados Unidos, los servicios de emergencia recibieron numerosas llamadas de gente que advertía “una extraña nube plateada” en el cielo y quería saber si entrañaba algún peligro. Tal nube no era otra cosa que la Vía Láctea, que muchas de aquellas personas estaban viendo por primera vez. La búsqueda de que se respete el derecho a ver las estrellas procura evitar esa clase de episodios: que no sea necesaria una catástrofe o un apagón masivo para que podamos acceder a uno de los espectáculos más imponentes que ofrece el universo.

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