Resiliencia infantil: qué es y por qué es tan importante
La resiliencia es “la capacidad de los seres humanos de no solo mostrar un buen funcionamiento tras un trauma o una adversidad, sino incluso transformarse y desarrollar cualidades insospechadas. La definición pertenece al psicoterapeuta infantil José Luis Gonzalo Marrodán, director de las ‘Conversaciones sobre apego y resiliencia infantil’, acontecimiento que vivió su tercera edición en San Sebastián los pasados 6 y 7 de octubre.
No es ocioso destacar a quién corresponde la definición, dado que, desde que la psicología comenzó a utilizar este concepto, la forma de entenderlo ha variado en torno a ciertos matices de mayor o menor importancia. De todos modos, para expresarlo en términos simples, una clave para entender la resiliencia es la adaptación: la habilidad de poder adaptarse de forma positiva a situaciones adversas.
De hecho, la psicología tomó el concepto de la física, en cuyo ámbito la resiliencia es la capacidad de un material, un mecanismo o un sistema que le permite, una vez que ha cesado una perturbación a la que ha estado sometido, volver a su estado anterior. Los terapeutas, sin embargo, lo llevaron más allá: las personas resilientes no vuelven a su estado anterior, sino que salen fortalecidas de la dificultad, se desarrollan y siguen proyectándose en el futuro.
Desarrollar elementos positivos a partir de la adversidad
Cuando se habla de resiliencia infantil, se trata de la capacidad de los niños de sobreponerse a situaciones traumáticas, como malos tratos, durante sus primeros años de vida, y desarrollar elementos positivos a partir de esas experiencias. Durante mucho tiempo se creyó que la resiliencia era el fruto de la “constitución especial de algunas personas”.
Sin embargo, diferentes estudios demostraron que no es así: tal capacidad es “el resultado de las interacciones entre el individuo y sus semejantes, sus condiciones de vida y, por último, su ambiente vital”. Así lo apunta, en el libro 'Los buenos tratos a la infancia' (Gedisa, 2005), uno de sus autores, el terapeuta familiar Jorge Barudy, quien se ha especializado en el estudio de la resiliencia.
Para Barudy -de origen chileno, víctima de la tortura durante el régimen de Pinochet y afincado desde hace muchos años en Barcelona- existen dos tipos de resiliencia. La resiliencia primaria la otorgan los primeros cuidadores, son el fundamento seguro para el crecimiento y el desarrollo del niño. Es por eso que la resiliencia infantil está tan vinculada con la crianza con apego, el modelo desarrollado a partir de las teorías del psicólogo John Bowlby durante la segunda mitad del siglo XX.
La resiliencia secundaria, por su parte, es la que se puede desarrollar luego, ya que, como explica Gonzalo Marrodán, el hecho de que niño carezca de buenos tratos durante sus primeros años no lo condena a “la patología o la inadaptación”. Tanto otras personas (una familia acogedora, amigos, profesores, pareja) como diversas experiencias (deporte, teatro, cine, etc.) “pueden constituirse en importantes puntos de apoyo sobre los que crecer y superar el dolor de los traumas tempranos, como el abandono o el maltrato”, apunta el experto.
Una base para aguantar los 'terremotos de la vida'
En el libro citado, Barudy y la otra coautora, Maryorie Dantagnan, describen los resultados de un estudio publicado en 1980 que, de algún modo, sentó las bases del trabajo sobre la resiliencia, que por entonces comenzaba a germinar. La investigación, realizada por expertos del Centro Internacional de L’Enfance, en París, de acuerdo con el cual “en condiciones socioeconómicas equivalentes y a menudo precarias”, los hijos de algunas familias tuvieron un crecimiento, un desarrollo y resultados escolares significativamente superiores a los de otras familias en condiciones similares.
La razón de esos resultados superiores radicaba, según los autores del libro, en “las cualidades maternas sobre intercambios afectivos y relacionales con sus hijos, sus capacidades educativas, la organización de la vida familiar y la gestión presupuestaria”. En otras palabras, fue una mejor resiliencia primaria lo que permitió a esos niños lograr un desarrollo superior. Gonzalo Marrodán recurre a una metáfora muy útil para graficar la importancia de la resiliencia: compara a las personas con edificios.
La resiliencia primaria equivale a los cimientos: si son firmes, la base es segura, “lo que nos sujeta cuando sufrimos los terremotos de la vida”, apunta el experto, quien también pertenece a la Sociedad Española de Psiquiatría y Psicoterapia del Niño y del Adolescente. Si el niño careció de apego y, por lo tanto, esos cimientos no están, “sujetamos el edificio como se hace con las catedrales o casas colgantes, que se sujetan unas a otras: el adulto y el entorno sujetan al niño”. Esa es la resiliencia secundaria.
Una capacidad que se construye en el tiempo
Un dato clave que se debe tener en cuenta es que la resiliencia no es una capacidad estática, que se adquiere de una vez y para siempre. Por el contrario, la resiliencia “se construye en el tiempo, es un proceso, un camino que se cuenta como el relato de una vida”, explican los especialistas Victoria Muñoz Garrido y Francisco de Pedro Sotelo en un artículo publicado en la Revista Complutense de Educación. Añaden que la resiliencia “resulta de un proceso dinámico evolutivo, lo cual implica ”tener otra mirada sobre la realidad“.
Por ello, su lugar es importante también en el ámbito de los profesionales de la salud. Así lo destacó la Asociación Española de Pediatría, hace unos meses, al anunciar unas jornadas de “fomento de la inteligencia emocional para el personal sanitario”. Dados sus altos niveles de estrés y la exigencia de acoger, consolar y acompañar a personas en situaciones difíciles, el organismo recomendaba que “se instruya al personal sanitario en habilidades emocionales y estrategias resilientes que les resultarán altamente eficientes en su vida profesional y personal”.