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Entre la legitimidad presidencial y la legitimidad parlamentaria
De la misma manera que el resultado de las elecciones parlamentarias europeas en 2014 pusieron fin a la alternancia del PSOE y el PP en solitario en el Gobierno de la Nación, pienso que el resultado de las elecciones parlamentarias europeas de 2024 han puesto fin a la tendencia a que la mayoría presidencial y la mayoría parlamentaria en Francia coincidan y a que, en consecuencia, esté garantizada una alternancia normalizada en la dirección del país.
Nunca ha dejado de haber en la V República una tensión entre la mayoría presidencial y la mayoría parlamentaria. En tres ocasiones ha habido cohabitación como consecuencia de la disonancia entre ambas mayorías. Pienso que esta va a ser la norma y no la excepción de ahora en adelante.
Esa ha sido la respuesta de los ciudadanos y ciudadanas franceses a la decisión del presidente Macron de disolver la Asamblea Nacional tras el resultado de las elecciones europeas. Esta es la conclusión que yo desprendo del artículo de Enric Jiuliana , 'El mapa y el territorio', de este pasado martes en La Vanguardia, aunque a lo mejor él mismo se sorprende de mi interpretación y piensa que no lo he entendido bien. Pero el contraste de los dos mapas que incluye en su artículo deja pocas dudas. Ni Ressemblement National puede imponerse al “frente republicano” al que inevitablemente tendrá que enfrentarse en unas futuras elecciones presidenciales o parlamentarias en la segunda vuelta, ni tampoco los partidos que constituyen ese “frente republicano” en la segunda vuelta pueden por separado alcanzar una mayoría tan amplia en la primera vuelta en unas elecciones presidenciales como para poder pensar en ir sin acuerdo de ningún tipo a la segunda.
La prevalencia del principio de legitimidad presidencial sobre el principio de legitimidad parlamentaria me parece que está llegando a su fin. La complejidad de la sociedad francesa, como la de los demás países europeos, no se va a poder expresar con una fórmula tan brutal como es la fórmula presidencial. La manera en que Emmanuel Macron ha ejercido el poder en este su segundo mandato lo ha venido poniendo de manifiesto. El abuso de la “legislación no parlamentaria” ha sido la mejor prueba de ello. De ahí su pérdida de popularidad. Y no es probable que haya próximamente ningún presidente que vaya a contar con un grupo parlamentario como el que ha tenido él en esta pasada Asamblea Nacional que acaba de disolver.
En su primer mandato presidencial en los años 80 del siglo pasado, François Mitterand ya intuyó algo de esto y ensayó el cambio del sistema mayoritario a doble vuelta por el sistema de representación proporcional. Era una forma de fortalecer el principio de legitimidad parlamentaria. Pero el ensayo no resistió la primera experiencia en las urnas y, tras perder las elecciones, la nueva mayoría parlamentaria volvió al sistema anterior.
En el continente europeo el principio de legitimidad parlamentaria es mucho más sólido que el principio de legitimidad presidencial. La tendencia natural es a desembocar en él. La experiencia francesa de la V República ha sido la excepción que confirma la regla. Regla que, por lo demás, ha tenido excepciones. La cohabitación es una expresión de la prevalencia del principio parlamentario sobre el presidencial. La precipitación de Mitterand en los años ochenta, que fue vista como una operación “ventajista” por los gaullistas, puso fin al experimento y revalorizó, de paso, el principio presidencialista frente al parlamentario.
Pero ahora estamos en circunstancias muy distintas. Todos los partidos que han sido inequívocamente mayoritarios en los diferentes países europeos en las décadas posteriores a la Segunda Guerra Mundial están dejando de serlo de manera igualmente inequívoca. Incluso está disminuyendo de manera acusada la suma de porcentaje de votos y escaños de los dos partidos mayoritarios, como acabamos de ver en las recientes elecciones en el Reino Unido. Y como hemos visto con anterioridad en Alemania y España.
Hay que contar, además, con las elecciones europeas, en las que cada país es una circunscripción única y la proporcionalidad del sistema electoral opera a la perfección, lo que supone un espejo al que todos los partidos de todos los países tienen que enfrentarse. La lógica presidencial es disfuncional. No facilita ya, sino todo lo contrario, la negociación política y, como consecuencia de ello, el difícil proceso de síntesis de sí misma que cada sociedad tiene que hacer para poder autogobernarse.
Lo estamos comprobando ya en Francia en estos días. La falta de experiencia en la negociación dificulta la formación de gobierno y genera una sensación de estar al borde del precipicio.
Afortunadamente para ellos, Francia ha sido el laboratorio constitucional más importante de todos los países del llamado mundo occidental durante más de dos siglos. Y encontrará con seguridad la forma de hacer la inversión de la prevalencia del principio presidencial al principio parlamentario.
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