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Muñoz Molina, Vilas y Nona Fernández: la responsabilidad de narrar lo real

Muñoz Molina, Vilas y Nona Fernández: la responsabilidad de narrar lo real

EFE

Perugia (Italia) —

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La frontera entre la ficción y la realidad cuando el escritor incluye su propio “yo” en una historia, o la responsabilidad que carga el autor de no ficción: tres novelistas, los españoles Antonio Muñoz Molina y Manuel Vilas y la chilena Nona Fernández, debatieron sobre la “autoficción”.

Reunidos en el Festival de literatura en lengua española Encuentro, que esta semana celebra su VI edición en la ciudad italiana de Perugia, Muñoz Molina, Vilas y Fernández compartieron las dudas y certezas que les asaltaron al escribir sendas novelas con contenido autobiográfico.

“Autoficción me resulta un término muy tonto. O hacemos ficción o hacemos no ficción”, comienza Muñoz Molina (Úbeda, 1956), que en su novela “Como la sombra que se va” (Seix Barral, 2014) reconstruyó el asesinato de Martin Luther King y la huida de su asesino, James Earl Ray, que pasó varios días en Lisboa, pero a la vez incluyó su propio paso por la ciudad para escribir “El invierno en Lisboa”.

Muñoz Molina habla de “propósito de testimonio” al narrar unos hechos en base a informes e investigaciones, y afirma que “si tu pones una gota de ficción todo se convierte en ficción”.

Manuel Vilas, que acaba de traducir en Italia su novela superventas “Ordesa” (Alfaguara) y ya va por la quinta edición, afirma: “yo no hago autoficción, mi novela es autobiográfica, es una carta de amor, quería decir que amaba mucho a mis padres y no tenía sentido que los inventara”.

“La urgencia emocional tras la muerte de mi madre no me permitía inventar, tenía que ser la realidad” y por ello su libro “fue una petición de auxilio a la literatura, reclamé los poderes de la literatura para decir la verdad”.

Califica su novela como “de contenido autobiográfico” aunque concede que “no es una verdad absoluta, siempre se crea un punto de vista, hay una subjetividad”.

La chilena Nona Fernández también introdujo su propio “yo” en la historia real que narró en “La dimensión desconocida”, inspirado en “un torturador, un hombre de 25 años que en plena dictadura decidió romper filas y contar lo que sabía”.

“Cuando uno trabaja con materiales reales hay un pacto de responsabilidad con ese momento que cuentas”, afirma Fernandez (Santiago, 1971), para quien “en Chile hay un pacto de silencio”.

Por ello, investigó mucho el caso y cuando recopiló toda la información “pensé escribir una novela casi de espionaje, al estilo de John Le Carré, pero me di cuenta de que era tal la profundidad y la magnitud de la historia que por responsabilidad decidí que no podía hacerlo así”, asegura.

“Solo podía organizar ese material, y lo hice incluyendo mi propia vida, aunque sea una vida corriente. Mi presencia en la novela le otorgaba una dimensión presente y también suponía cierto bálsamo. Son hechos feroces pero filtrados a través de mi imaginario, de mi cotidianeidad”.

Y subraya: “Tomé la decisión de ser parte del libro para dar a entender que el presente de mi país está totalmente determinado por esos crímenes que ocurrieron hace 40 años”.

Está de acuerdo Muñoz Molina en que “la responsabilidad define radicalmente la diferencia entre la ficción y la no ficción”.

“En la ficción tu eres irresponsable hacia el mundo exterior, tu eres el dueño de la historia, puedes hacer lo que quieras con tu creación”, mientras “cuando haces no ficción tienes una responsabilidad doble, con las personas de las que hablas porque son personas reales y también hacia unos hechos”.

El autor reconoce que también tuvo “la tentación de escribir una novela, porque el material, los hechos eran muy atractivos, los archivos del FBI etc. Pero descubrí que lo real era tan poderoso, tan rico, tan extravagante, que no se necesitaba ficción”.

La idea de la responsabilidad la secunda Vilas: “yo pensé mucho en la responsabilidad cuando escribo Ordesa, pensé quien era yo, qué autoridad tenía para escribir de mi padre y de mi madre, porque las personas de las que hablaba no tenían derecho de réplica al estar muertas”.

Pero “al mismo tiempo”, agregó, “si no es escribía de ellos por un problema de respeto profundo, quedaba el silencio, una opción que no podía soportar”.

Y cuenta la anécdota que le sucedió cuando alguien le dijo: “después de leer tu novela, cuando me llama mi madre siempre le cojo el teléfono”.

Nona Fernández también se enfrentó a la duda de si era la persona adecuada para contar la historia del torturador, sabiendo que para muchas personas “leerlo sería revivir el dolor”, pero considera que “las elecciones éticas que hice fueron las correctas” porque “los escritores tenemos la responsabilidad de visibilizar lo que no se cuenta”.

Virginia Hebrero

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